Mercerreyas

Día 8: Aproximación a Ladakh

Sábado, 16 de septiembre de 2017

Ladakh

Ladakh

[dropcap]A[/dropcap]l final hemos pospuesto para mañana la ruta a Lamayuru porque los indios tenían lío cambiando de hotel y yo estaba descojonado. No podía con el alma hasta el mediodía y me he acercado al hospital a controlar el nivel de oxígeno, no fuera a ser un tema serio. Parece que no es así (es algo de la tripa) y todo se ha quedado en un susto y en una promesa de alimentarme bien, que a estas alturas es vital. Por cierto, que cuesta cinco rupias la consulta, alucinado me he quedado, y me daban unos paracetamoles que he rechazado porque me daba vergüenza y los puedo comprar yo en cualquier sitio. El resto de la tarde ha sido relax, compras y escritura. Os dejo con este artículo (un muy interesante extracto de la web de una ONG local) las fotos de Hemis que faltaban ayer y otro par de panorámicas. Mañana más.

A lo largo de los años, escritores y viajeros han sido incapaces de resistirse a emplear el término Shangri-La para describir la remota tierra de Ladakh, en el norte de la India. Sin embargo, de un vistazo, esta región de la meseta tibetana parece un paraíso poco probable. La cordillera del Himalaya, que delimita a Ladakh por el sur, forma una barrera natural y genera que la pluviosidad se acumule en otros estados de la Unión India. Aquí, por el contrario, los cielos azules se suceden día tras día. La elevación media está alrededor de 3300 metros sobre el nivel del mar, con montañas que superan los 6000 metros. Durante los siete meses de invierno, no es raro que las temperaturas bajen a -40 grados centígrados. En verano, el sol de gran altitud castiga sin piedad. Con contrastes tan extremos, casi ninguna vegetación suaviza las líneas de las escarpadas montañas.

Pero escondidos en los valles de estériles montañas, hay aldeas que dan testimonio de una vida de abundancia. Es allí donde se suceden las elegantes casas de adobe y madera tallada a mano, permanentemente rodeadas de verdes campos de cebada, trigo y verduras. Al igual que sus bellas comunidades, las caras amistosas y la actitud tolerante y generosa del pueblo ladakhi irradian un sentido de abundancia y satisfacción.

A través del aprendizaje intergeneracional, transmitido de padres/madres a hijos/hijas, y el uso ingenioso de los escasos recursos naturales, estas personas han logrado satisfacer todas sus necesidades básicas durante siglos. Y lo han hecho sin minar la integridad de su entorno natural, sin tratar a la naturaleza como un adversario a conquistar. Tampoco los ladakhis interactúan competitivamente entre sí. Su forma de vida se caracteriza por la cooperación dentro de la familia, extendida hasta el resto del pueblo. Los jóvenes aprenden y ayudan a los viejos, y hay poca rigidez en la división entre el trabajo y los privilegios de las mujeres y los hombres. La vida en Ladakh está infundida con gran estabilidad y paz. El crimen y la pobreza son prácticamente desconocidos.

Si bien no se puede negar que la vida en Ladakh implica un trabajo duro, la gente disfruta de una cantidad considerable de ocio, destacado por largas y elaboradas bodas, funerales y celebraciones religiosas. Su cultura es rica y colorida, centrándose en torno a las creencias y prácticas del budismo tibetano Mahayana, la religión predominante.

Ladakh y el pequeño reino de Bhután, al este de la India, son quizás los más puros ejemplos restantes de las sociedades tibetanas tradicionales desde que China subyugó al Tíbet en los años cincuenta. Durante siglos, la cultura de Ladakh fue preservada por el aislamiento geográfico. Pero en 1960, el gobierno indio construyó un camino desde el valle de Cachemira hasta Ladakh para defender sus fronteras con China y Pakistán. Desde 1974, cuando a los extranjeros se les permitió comenzar a visitar esta zona estratégicamente sensible, ha habido un creciente flujo de turistas -ahora unos 15.000 anualmente-.

Además de estimular el interés en nuevos productos y prácticas, el turismo está produciendo un cambio profundo en la auto-imagen de los ladakhis. A través del contacto con los turistas, los ladakhis ganan la impresión de que los occidentales llevan una vida de infinita riqueza y ocio. En comparación, su propio modo de vida, un milagro cercano de equilibrio social y ambiental, parece inferior y anticuado.

La directora de una ONG local, una lingüista sueca que ha pasado la mitad de cada año en Ladakh desde que lo visitó por primera vez en 1974, cuenta una experiencia que ilustra claramente este deterioro en la autoestima ladakhi. Durante una de sus primeras visitas a Ladakh, un joven local le organizó una visita por su pueblo, otro de esos conglomerados dispersos de casas de adobe y muros encalados que salpican esta tierra. Impresionada por el tamaño y la belleza de todas las casas que vio, le pidió que le mostrara la casa más pobre. Él le informó con orgullo que no había casas pobres allí. Recientemente, ella oyó al mismo hombre implorar a un turista: «Si sólo pudieras hacer algo para ayudarnos a los Ladakhis. Somos tan pobres».

Este cambio en la imagen de sí mismos está llevando a los ladakhis a renunciar a las prácticas y materiales tradicionales en favor de las formas y productos «modernos», incluso cuando estos últimos son incompatibles con las necesidades y condiciones locales. El resultado, con frecuencia, es una disminución real en el nivel de bienestar. Los jóvenes, con la esperanza de emular la vida moderna, urbana, están abandonando los pueblos y se trasladan a Leh, el principal centro de población. Pero debido a que se ofertan pocos puestos de trabajo bien remunerados, no se debe olvidar el carácter eminentemente agrario de esta economía, el desempleo y la pobreza siguen siendo la norma para la mayor parte de sus habitantes. Estas condiciones, unidas al hacinamiento social que ya es origen de múltiples problemas de saneamiento, provocan una erosión en el espíritu amistoso y las relaciones sociales. Los agricultores han comenzado a usar fertilizantes sintéticos que amenazan la calidad del frágil suelo de montaña que los ladakhis han enriquecido a través de siglos de cuidadoso compostaje y cultivo. Los alimentos procesados y envasados están ganando preferencia sobre la dieta tradicional de granos enteros y verduras.

De regreso con la directora de la organización no gubernamental, quien decidió permanecer en Ladakh para aprender más de su gente y lengua, se aprecia una triste ironía en el abandono de los ladakhis de su tradicional modo de vida. Observó que, paradójicamente, esas mismas cosas a las que los ladakhis estaban renunciando -entiéndanse las tradicionales técnicas de compostaje que proporcionan fertilizantes para los campos, la agricultura orgánica, el uso de materiales naturales para la ropa y los edificios, y un largo etcétera- estaban siendo recuperadas y gozando de gran popularidad en Occidente. Al darse cuenta de que sería una verdadera tragedia si los ladakhis abandonaran sus prácticas tradicionales altamente exitosas por un estilo de vida cada vez más cuestionado por la sociedad occidental, pero reconociendo el deseo legítimo de la población autóctona de ciertas mejoras en su nivel de vida, desarrolló distintas alternativas sostenibles para conseguir un cambio no traumático en Ladakh. Esto, objetivo principal, implicaba la introducción de tecnologías que se pudieran implementar a un nivel descentralizado utilizando los recursos disponibles localmente, preservando siempre la estructura social y la autosuficiencia de los ladakhis.

Un buen ejemplo de estas tecnologías es el muro Trombe, un dispositivo para el calentamiento solar pasivo. Una fuente de calefacción limpia y fiable es una de las principales necesidades de Ladakh. El estiércol, el combustible que se utiliza tradicionalmente, produce vaharadas de humo espeso que causa muchos problemas de salud y además, por lo escaso de su potencia calorífica, ofrece un muy limitado alivio frente a las bajas temperaturas invernales. Los combustibles fósiles de mayor calidad y eficiencia deben ser importados aunque, en un entorno de equilibrio tan frágil, representan como contrapartida una amenaza para la calidad del aire y del agua. Pero Ladakh recibe alrededor de 320 días de sol al año, y los materiales de construcción tradicionales -piedra y ladrillo de barro- proporcionan la masa térmica necesaria para la recolección de calor en un muro Trombe. Por estas razones distintas organizaciones de ayuda humanitaria han centrado su atención en promover este tipo de muros y en diseñarlos de una manera que complemente la hermosa arquitectura tradicional de Ladakh.

Hornos solares, secadores de alimentos, termos de agua, bombas hidráulicas para elevar el agua e incluso molinos de viento para generar electricidad también han sido introducidos con éxito. Todo ello sin olvidar el refuerzo a los métodos agrícolas tradicionales más productivos. La creadora de la ONG está convencida de las bondades que este modo de vida de Ladakh oferta y cree que es aplicable incluso más allá de las fronteras del Himalaya. No en vano, la gente ladakhis ha demostrado que una vida satisfactoria puede ser vivida, incluso con los recursos naturales mínimos.

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