Mercerreyas

Rio Madre 1 El Libro

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Rio Madre

Rio Madre

Borrador del libro con el mismo titulo escrito por el forero Botitas.

Así pues, ahora solo queda lo que labren mis manos alumbradas por la poca luz que quede sin naufragar, una definitiva barda en mi vega. Bosquejar historia, leyendas, retazos de mí trasladados a papel y pluma, vivencias enlazadas de alguien que no supo cómo escribir, qué contar ni cómo, apenas, expresar un mínimo sentimiento. Ahora solo rehacerme y, acaso, mostrarte cómo volar, línea a línea, párrafo a párrafo. Así asoman Indochina y la Madre Mekong.
“La voz de un hombre pobre no alcanza muy lejos”
Proverbio Lao
“Navega un río siguiendo sus curvas, entra en un país siguiendo sus costumbres”
Proverbio Khmer
“Aléjate por un día, conseguirás un cesto lleno de conocimiento”
Proverbio Viet
1. Nong Khai, una tierra de leyenda.
Despunta el alba en Nong Khai, hogar del Mekong, atalaya pretérita en momentos de soledad para corazones desguazados, igual ciudad gris en opinión de muchos, igual ciudad de devenir tan comercial como somnoliento en opinión de otros. Pero su embrujo se percibe incluso desde la entrada del pueblo, a cientos de metros del cauce del río, incluso al pie de ese enorme cartel que te da la bienvenida y cruza de lado a lado de la carretera, ése que, independientemente de qué ponga, ya hace a todo viajero asimilar que llega a una frontera, que quizás ha llegado el momento, señalado por una ficticia meta disfrazada de panel inmenso, de morir para volver a resurgir como Ave Fénix inmortal. No en vano acabas de llegar a ninguna parte. Todo se confunde en tonos ocres y semi-apagados que inundan los recovecos como una capa de vaporosa gasa y atrapan en esta hora confusa, perennemente tórrida y húmeda, a perezosos geckos acaso tan adormecidos como la propia historia de la ciudad.

Adoro los cruces de caminos, las fronteras, los lugares que no saben dónde acaba una identidad y empieza otra, donde la tapa de un pasaporte gira hacia otras letras, colores… hacia otro sentido. Y la sociedad, las mini-sociedades sin hogar que se funden como la cera al fuego en una masa líquida que no entiende de colores, idiomas, razas o costumbres. Igual por eso me hallo como en casa en la frontera, soy tan extraño como todos ellos, y al mismo tiempo, tan cercano que podría ser el eterno abad del monasterio que lleva 40 años buscando su luz y ahogando angustias de conciudadanos y frotándolas con ese tinte emanado del saber ancestral del budismo. Aquí, en la frontera, todos somos tan extraños como hermanos. Por eso lo adoro. Es mi Arcadia. Y Nong Khai tiene ese saber ancestral que no escoge patria y es solo la virtud de quien sueñe, como yo, con no tener hogar. Es algo que trasciende la vista y los sentidos, solo lo más íntimo, ante lo que las palabras empequeñecen abrumadas, es capaz de hallar en lugares como éste eso que nos obliga a replantearnos si no llegó la hora de dejar de viajar y sentir, eso que nunca se deja de buscar, aunque solo sea por unas horas.

Me refugio en las primeras sombras y, mochila al hombro, avanzo por un Thanon Michai que acabo dejando cuando lo cruzo para atravesar por el mercado de Indochina (uno de tantos), a la vera del hechicero y necesitado Mekong, mi Río Madre, mientras los puestos cerrados del bazar, inertes, parecen ulular y cuchichear a cada paso que doy. Apenas salen brillos cautivadores y cegadores por décimas de segundo de platerías y tiendas de menaje importado de China al albur del ángulo que atrape los rayos de un sol plano que madruga, hoy un poco menos que yo, y ya reina a mi espalda por la puerta este del mercado. Me recupero en la misma guest-house de antaño, y ya estoy añorando ese nuevo norte que asoma al otro lado del escurridizo Mekong, giro mi corazón como una brújula al norte, lo percibo pero no lo capto en su magnitud. Solo ansío escalar a la azotea de la pensión convertida en improvisada terraza y, una vez allí, ahora sí, en pie, oteando, respirando hondo y acompasado, trato de captar un olor que colme hasta el más recóndito de mis alvéolos. Frente a mí, Laos, imán poderoso, cautivador, que me reclama y estalla su atracción en mi cuerpo como un tímido escalofrío que procuro enterrar confundiéndolo en mi cerebro, tal si hubiera sido un reflejo espástico a una leve brisa mañanera arrancada y arrastrada de la ligera bruma que emana del terroso río. Laos, el Mekong y yo. Procuro entender dónde estoy, qué trazos históricos, leyendas y reinos olvidados han parido dando con mis huesos allí. Leyendas estranguladas, reinos de gloria y decepción, más propios de un reflejo onírico que del delirio propio de este iluso descerebrado que pretende abarcar algunas de sus huellas. Procuro buscarme, hurgando en la memoria, antes de partir en un puñado de días hacia tierras que ya hacen fibrilar mi espíritu. En calma, paladeo y olisqueo el Mekong, ahora solo deseo emborracharme de él hasta caer rendido.

Se cuenta en Nong Khai que cuando Lord Buda estaba en su encarnación como Bodhisattva transformado en Phaya Kan Kark fue concebido en el vientre de Sida y, a medida que creció y fue practicando sus rezos, el Dios Indra le hizo un muchacho bien parecido físicamente y, asimismo, le dio a Udorn Kurutaweeb como su esposa para que juntos estudiaran Dharma, la palabra sánscrita que define a la doctrina budista, y pudieran ofrecer su conocimiento a toda clase de seres.

Tanto los humanos como el resto de seres admiraron y mostraron una gran fe en los sermones de Phaya Kan Kark pero olvidaron dedicarle ofrendas y respetos a Phaya Tan, el Dios que creó las distintas formas de vida y la lluvia sobre la tierra y quien, a su vez, se enojó en gran medida porque ya no recibía ninguna ofrenda de ningún ser vivo e incluso todos los ángeles que habitualmente se concentraban a su alrededor se habían marchado a escuchar las palabras de Phaya Kan Kark.

Entonces el enfadado Phaya Tan decidió condenar a los seres vivos privándoles de lluvia por un periodo de 7 años, 7 meses y 7 días lo que significó una inmensa sequía que asoló a toda la tierra haciendo que los humanos, desesperados, suplicaran a Phaya Kan Kark para que les ayudara.

Cuando Phaya Kan Kark fue consciente de la dejadez de los humanos hacia Phaya Tan les explicó el enfado de éste y la consecuencia de privación de agua por el periodo mencionado, generando una gran tristeza a la raza humana. Pero entre la audiencia estaba Phaya Nagi, serpiente mítica y reina del inframundo, quien, al escuchar esto, decidió reunir a sus tropas y atacar a Phaya Tan en su morada celestial haciendo caso omiso al consejo contrario al ataque de Phaya Kan Kark.

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Así Phaya Nagi fue severamente derrotada por Phaya Tan e incluso fue gravemente herida y, al enterarse Phaya Kan Kark de lo sucedido, éste sintió simpatía por la criatura y entendió que su acto había sido motivado por un deseo puro de felicidad para la raza humana. Entonces bendijo profundamente a Phaya Nagi y a sus seguidores del modo que todavía se reproduce en Isan (nordeste tailandés):

“Te recuperarás de tus heridas y serás apreciado ejemplo por tu acción y por ello representado en cristal. Tu cresta será asimismo un eterno modelo precioso en cristal plateado. Tu dolor será eliminado por completo y serás feliz siendo representativa de una región feliz”.

Desde entonces Phaya Nagi, en su infinito agradecimiento, se dedica a servir a Budhha en cada reencarnación.

Sin embargo, la sequía continuaba y así Phaya Kan Kark decidió atacar el cielo. El rey de las termitas construyó un hormiguero para alcanzar el cielo y los reyes araña y escorpión adoptaron forma animal para esconderse en las ropas de Phaya Tan, incluso el mismo Phaya Nagi, ya recuperado, se transformó en un pequeño ciempiés y se escondió en el zapato. Justo en el momento en que Phaya Kan Kark dio la señal todos ellos mordieron y envenenaron a Phaya Tan quien, entonces, solo pudo suplicar por su liberación y sanación a Phaya Kan Kark el cual exigió 3 deseos a cambio:

1. La lluvia será regular en cada estación, y la humanidad ofrecerá fuegos artificiales y cohetes como regalo y ofrenda a Phaya Tan.

2. Cuando cese la lluvia, debe haber ranas en los arrozales.

3. Cuando llegue la época de cosecha, Phaya Kan Kark dará la señal que indique que el arroz o productos del campo son recolectables.

Cuando Phaya Tan los escuchó estuvo de acuerdo en garantizar los 3 y desde entonces, a mediados de cada sexto mes lunar, al comienzo del monzón que trae las lluvias, los habitantes de Isan fabrican cohetes y fuegos artificiales, los colocan alrededor de los poblados y los encienden para homenajear a Phaya Tan. De estos la más clara muestra de festividad e implicación local con la leyenda es el famoso festival “Bang Fai Prapheni Bun” o festival de los cohetes en Yasothon.

Una vez Phaya Kan Kark alcanzó la iluminación y se convirtió en Lord Buda emigró para propagar el budismo a través del subcontinente indio y cuando Phaya Nagi, que había seguido como servidor a Phaya Kan Kark, comprendió que la figura iluminada no era sino aquel, decidió convertirse a sí mismo en ser humano y solicitó convertirse en monje budista.

Pero una noche que Phaya Nagi dormía, misteriosamente retomó su forma original y todos los monjes del lugar huyeron despavoridos al ver a la serpiente. Cuando Lord Buda supo lo ocurrido pidió a Phaya Nagi que abandonara el monacato porque los animales no tienen permitido convertirse en monjes budistas. Phayi Nagi aceptó la solicitud de Lord Buda pero solicitó a cambio que todas las personas que quisieran iniciar el monacato fueran llamados “Nagi”, en honor de Phaya Nagi, antes de entrar al monasterio y por eso todo aquel que a día de hoy desea coger los hábitos y la túnica azafrán es llamado “Naga” (nagi, naga y nark son derivaciones de la misma palabra).

Posteriormente Lord Buda debió viajar, durante la cuaresma budista, al segundo cielo para predicar un sermón a ángeles y seres celestiales y, una vez finalizada la cuaresma, Phaya Nagi y sus seguidores prepararon ofrendas y fuegos artificiales para celebrar el regreso a la tierra de Buda. Desde entonces, en la luna llena del undécimo mes lunar, siempre se produce un fenómeno en el que bolas de fuego incandescente surgen del hogar de Phaya Nagi, el Mekong, como ofrenda a Lord Buda y que forman un espectáculo sin igual conocido como “Bang Fai Phaya Nark” (Festival Phaya Nark).

Y aquí es donde se mezcla la leyenda con la realidad, porque este festival Phaya Nark no es algo hueco o de devenir histórico, se celebra en esta provincia de Nong Khai (especialmente en la próxima localidad de Phon Phisai) ya que las bolas de fuego existen realmente, son visibles en esta zona del Mekong, y de hecho la celebración se ha convertido en un ritual para la sociedad tailandesa. Incluso se ha televisado en directo por el Channel 7 para todo el país. Las bolas de fuego no son sino globos luminosos que surgen del cauce del río, en silencio, sin olor y sin humo, ascienden unas decenas de metros… y desaparecen. La explicación sigue sin estar clara, quizás metano, quizás soldados laosianos, quién sabe, pero a mí la teoría que más me convence es la que expone Jira Maligool en su maravillosa “Mekhong Full Moon Party”, una excepcional película-documental de 2002 que se aproxima a conceptos básicos de costumbres, religión y folclore de Isan que nadie deseoso de conocer esta tierra debería perderse y que viene a ser, además, una historia tan hermosa como la que contaba el abad del templo Pak-Ngeum:

“Hace mucho tiempo existía una pareja que habitaba en Pak-Ngeum y que se ganaba la vida pescando en el Mekong por el día y la noche, incluso durante la cuaresma budista o los días del Buda. Esto inquietó al Rey Naga que meditaba en el fondo del río y que ordenó a la pareja no pescar o matar otro tipo de animales los días de Buda, o sea, los días octavo y decimoquinto del calendario lunar Lao, porque era un pecado y que, por el contrario, se dedicaran a meditar.

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Como consecuencia del respeto que sentían por el Rey Naga todos los habitantes de Pak-Ngeum y las localidades vecinas no volvieron a matar ningún animal para comer en los días de Buda y, en correspondencia, el Rey Naga pidió a la pareja que organizara una procesión de barcos sobre el Mekong cuando acabara la cuaresma budista y él mismo emanaría de su boca bolas de fuego en el aire para celebrarlo junto a ellos. Desde entonces existe el fenómeno de las bolas de fuego en el Mekong al finalizar la cuaresma budista.”

Seguía observando, hipnotizado, el río Mekong cuando un ruido atrajo mi atención a mis espaldas.

-Tu habitación no está aún lista, deberás aguardar un poco más-. El recepcionista encogió los hombros en un ademán casi imperceptible y agachó la mirada, tenía una voz profunda y hosca, gutural, que no encajaba con el aspecto desvencijado que mostraba ya que apenas levantaba metro y medio del suelo y profundos surcos en su rostro escondían unos hundidos ojos de un pálido color avellana que apenas asomaban bajo unas pobladas y blanquecinas cejas que hacían juego con una escasa mata de pelo cano. Todo en él reflejaba serenidad, esa serenidad que uno solo puede percibir en este rincón del planeta. Es algo tan gozoso como débilmente contagioso para los que aspiramos a un “cum laude” en humildad, sin duda exclusivo de estas gentes.
Bo pen nyang (no importa)-. Respondí en un mínimo hilo de voz.
Alzó la vista y dejó caer una pequeña mueca de satisfacción quizás disfrazada de sorpresa.
-Recordaba tu rostro, sabía que habías estado antes aquí, bienvenido de nuevo-. Dijo antes de girarse para desaparecer por la empinada escalera con un ritmo lento que parecía marcar un binomio indisoluble con el constante y rítmico giro de las agujas de un reloj. Un paso, calma, otro escalón, calma, descanso, paciencia. Tardó una eternidad en desaparecer de mi campo de visión. “Seguro que los destajistas jamás hubieran formado un sindicato en estas tierras” pienso divertido antes de volver mi mirada al cauce de un río que empieza a parecer que arrastra diamantes como decía Orwell del añorado Irrawaddy birmano y percibir a lo lejos como la puerta oeste de Talat (mercado) Sadet, el mercado fronterizo, empieza a bullir y se llena de personas, comerciantes, viajantes que simulan la sangre que genera vida y da razón de ser a las arterias que lo recorren.

2. La leyenda de Khun Bulom

Si dices Bo pen nyang no puedes engañar a nadie en Isan, eres casi uno de los suyos, en el idioma Thai sería Mai pen rai que viene a significar lo mismo y Nong Khai es territorio tailandés, sin embargo todo el mundo habla el dialecto Isan que es muy parecido al idioma Lao. No te preocupes, si dices Bo pen nyang todo el mundo sabrá entenderte cuando decidas apuntar hacia el sol que se despereza por tierras orientales e ilumina tu rostro enfilado hacia Isan quién sabe si huyendo de la voraz contaminación antropogénica de Bangkok. Es indudable que la gente del nordeste tailandés tiene más en común, no solo el idioma, con la tierra, gente y costumbres de Laos que con la propia idiosincrasia tailandesa, aunque independientemente de ello ambos forman parte del grupo étnico Tai.

Porque más que diferencias habría que buscar semejanzas y así el nexo de unión que integra a todos los subgrupos étnicos Tai (Thai y Lao incluidos) es la fantástica historia de Khun Bulom (o Borom, Khun es la palabra que viene a significar “señor”), imprescindible para todo viajero por territorios étnicos Tai, que cuenta, en una de sus variantes más conocidas, como Khun Bulom reinaba sobre 2 mundos: en el celestial encarnado en Thaen que ostentaba el poder supremo sobre los espíritus (phi) y en el terrenal en su forma humana. En aquellos días, los espíritus y los seres humanos podían viajar entre ambos mundos libremente y entre estos últimos existían 3 señores que ejercían de líderes del resto de la humanidad, sus nombres eran Pu Langxoeng, Khun Khan y Khun Khet. Habían construido sus reinos en la zona llamada Muang Lum (algo así como el inframundo) y vivían, junto con el resto de humanos, de cazar, pescar y plantar arroz. Thaen, en una ocasión, envió a uno de sus mensajeros con una orden clara:
(kin khao hai bok nai)
Si coméis arroz, deberéis hacérselo saber a vuestro señor
(kin ngai hai bok kae Thaen)
Al comer la comida del mediodía, también debéis decírselo a Thaen
(kin sin ko hai song kha)
Si coméis carne, debéis enviar las patas
(kin pa ko hai song hoi hai Thaen)
Si coméis pescado, debéis enviar un poco a Thaen

Pero la gente no obedeció la orden y entonces Thaen volvió a enviar a su mensajero por segunda vez, y la gente volvió a desobedecer. Después de una tercera vez, Thaen se sintió tan humillado que envió una inundación a Muang Lum, una gran inundación que acabó con la vida de mucha gente. Los 3 líderes comprendieron que era un designio de Thaen y se pusieron manos a la obra para construir una barca en la que metieron a sus mujeres e hijos y se dirigieron al cielo a visitar a Thaen el cual les reprendió con estas palabras antes de convertirlos en espíritus para que moraran con él en el cielo:

(su bo yi ci bo thao)

No tuvisteis respeto, no llegaréis a viejos

(su bo yam cao ci bo yuen)

No tuvisteis fe, no viviréis mucho

(su bo fang khwam a-yu su bo mi thoeng song hoi khuab)

No me obedecisteis, vuestra edad nunca llegará a 200 años

Una vez acabó la inundación, los 3 líderes fueron a presentar sus respetos a Thaen y le pidieron permiso para regresar de nuevo a la tierra. Thaen fue generoso y les dio un búfalo con unos preciosos cuernos y les envió a la zona de Na noi oy nu (Muang Thaeng, actualmente Dien Bien Phu, en el noroeste de Vietnam, muy cerca de la frontera con Laos). Al cabo de 3 años el búfalo falleció y de sus fosas nasales brotó una enredadera con tres gigantes calabazas de una de las cuales Pu Lanxoeng creyó escuchar voces por lo que se las apañó para hacer un agujero en ella con una especie de taladro incandescente desde el cual empezaron a salir montones de seres humanos. Khun Khan también logró hacer otro agujero con un formón gigante del que también empezaron a aparecer millares de seres humanos, tantos que tardaron más de tres días en salir todos y así, la gente del primer agujero se dividió en dos grupos: uno llamado Tai Lom y el otro llamado Tai Lee, mientras que la gente del segundo agujero se dividió en tres grupos: Tai Lo, Tai Loeng y Tai Kwang.

Al principio la gente no tenía muy claro cómo sobrevivir y así Pu Langxoeng les enseñó y dio instrucciones para ganarse la vida, convertirse en maridos y mujeres y construir hogares para vivir juntos. También les enseñó a respetar a los mayores y a hacer ceremonias funerarias para que de este modo aprendieran los Tai Lom y los Tai Lee a incinerar a sus muertos y el resto de grupos a enterrarlos de tal manera que quedara un pequeño altar sobre la tumba en el que los vivos pudieran enviar arroz y agua al espíritu del fallecido. Aquellos que no pudieran construir el altar sobre la tumba deberían construirlo dentro de su hogar con el mismo propósito y llamar al espíritu del fallecido para que entrara y comiera. La gente, en aquellos tiempos, podía vivir durante 300 años y así cada vez eran más y más, tantos que Pu Langxoeng, Khun Khan y Khun Khet se vieron desbordados para organizarlos y tuvieron que recurrir a Thaen para que les ayudara, este a su vez envió a Khun Kha y Khun Khong pero estos tampoco pudieron solucionar gran cosa por lo que al final Thaen se vio obligado a recurrir a Khun Bulom, uno de sus avatares (otras fuentes lo señalan como hijo de Thaen con lo que su dualidad en ambos mundos quedaría en entredicho, en todo caso las leyendas no son sino leyendas), a quien envió acompañado de uno de sus mensajeros para que enseñara a la gente a plantar vegetales y fruta, a hacer herramientas con las que facilitar sus tareas, incluso les enseñó qué estaba bien y qué mal. Finalmente Thaen entendió que la gente estaba lista para ocuparse de sí misma por lo que decidió romper el vinculo que existía para que pudieran vivir entre cielo y tierra y así rompió el puente que unía ambos mundos.

La parte más extendida de toda esta historia es la que viene a continuación, centrada en un Khun Bulom más protagonista y que arranca con la recuperación de la enredadera que brotó del búfalo ya que había crecido demasiado y tapaba la luz del sol, generando oscuridad y terror en la población, entonces Khun Bolom ordenó a muchas personas que la cortaran pero nadie fue capaz de ello por lo que, finalmente, envió a una anciana pareja llamada Pu Nyoe y Ya Nyoe (posteriormente muy relacionados con la ciudad de Luang Prabang y sus tradiciones), quienes se dejaron la vida en el empeño pero, antes de fallecer, solicitaron al resto de humanos que les recordaran asociando su nombre con las actividades humanas y por eso, hoy en día, en lenguaje Lao la coletilla nyoe (también escrita nhoe) aparece siempre después de cualquier verbo que implique acción como, por ejemplo, non nhoe (ir a dormir), kin nhoe (comer), etc.

Una vez la enredadera fue cortada el mundo humano volvió a prosperar y a recuperar un ritmo normal en el que Khun Bulom tuvo siete hijos de sus 2 mujeres, Nang Yomphala y Nang Et-khaeng, para los que encontró siete hermosas princesas, les enseño a ellos cómo gobernar un reino pacíficamente y a ellas cómo ser buenas reinas y esposas para, finalmente, distribuir ministros y nobles y asociarlos a cada hijo para que les ayudaran en la gestión de los reinos que entregó a cada uno y que conforman hoy día buena parte del territorio Tai:

1.Khun Lor fue enviado a Muang Sua (actualmente Luang Prabang, también conocido historicamente como Xiang Dong Xiang Thong, precursor del reino Lang Xang) en Laos

2.Khun Palanh fue enviado al sur de Yunnan, en China, a la zona conocida como Sipsongpanna, donde actualmente viven los Dai (Thais del norte).

3.Khung Chusong fue enviado a TungKea, en el norte de Vietnam, zona donde habita una minoría de Thai Trang (blanco) y Thai Den (negro).

4.Khung Saipong fue enviado al reino Lanna, en la zona de Chiang Mai, Tailandia.

5.Khun Ngua In fue enviado a Ayuthaya, Tailandia.

6.Khun Lok-Khom fue enviado a Muang Hongsa, en el estado Shan birmano. La gente Shan es étnicamente Tai.

7.Khun Chet-Cheang fue enviado al reino de Muang Phuan, posteriormente Xiengkhouang, en Laos.

Khun Bolom continuó gobernando la región hasta finalmente fallecer y ser honrado con un magnífico funeral, momento en el que se apaga la llama de su respiración pero prende la vigente llama de su leyenda que es actualmente enseñada en colegios y transmitida vía oral de padres a hijos en aldeas donde la educación, oficial y encorsetada, es un vago sueño de futuro en promesas políticas.

La gente de Isan tiene la pausa por costumbre, viven la vida como una especie de regalo del creador sin más interés que disfrutar y hacer de la humildad un sayo de dimensiones inabarcables a modo del legendario San Martín de Tours. Uno puede vagabundear y asombrarse durante horas por las aletargadas calles sumidas en tonos púrpuras de Nong Khai mientras admira los recostados conductores de tuk-tuk, el tardo conversar entre 2 vendedoras de fruta con ese característico “kha” arrastrado al final de cada oración o el peregrinar rezagado de fieles aspirantes a merecidos dignatarios de una reencarnación más próspera, de ojos entornados por la calima o la preparación al momento de meditación, con su ristra de ofrendas en el regazo. Incluso si se alza el cuello puede uno comprobar cómo los perros, al igual que los toros moribundos de un estoque en la cruz, se amorcillan en unas tablas transformadas aquí en una necesitada sombra que alivie su respirar envuelto en taquicardia y dé una pausa a unas lenguas que no paran de gotear saliva. Todo se acomoda a un ritmo menos áspero, un antídoto del caos, un enjuague que haga del jadeo propio de la prisa un elemento del pasado, algo a escupir. Y, además, existía allí una mujer que seguía taladrando mi mente un año después. Una mujer llamada Pa.

3. Entre Isan y un templo olvidado

El dueño de la pensión andaba trasteando por la entrada cuando asomé el hocico por allí. Una ducha tibia, el mayor regalo en estos parajes, que casi se había evaporado de mi recién mojada piel había conseguido dotarme de un grado de frescura necesario para lanzarme al mundo.

-Volviste dos, tres veces la última vez. Ahora cuatro-. Dijo.

-Seguramente habrá cinco-.

-¿Estarás mucho?-.

-No puedo-. Respondí mientras abría una cerveza del frigorífico que seguía estando nada más cruzar el umbral a la izquierda. El metálico tintineo arrastrado del fondo de un improvisado recoge-chapas ya me pilló girado hacia el porche de entrada. Me acomodé en una silla. El puesto que vendía camisetas de “Beerlao” con el mismo rótulo de cartón, cuarteado, que ponía 150. El garito de zumos de frutas mezclados con leche (milk-shakes) con la abrumadora gama de grosella, papaya, sandia y hasta lo inimaginable. El antro de tragos (uno de muchos en esa calle) que a esas horas palidecía de pena y no dejaba de aparentar ser un espectro cercenado con la vista clavada en un sol cuya extinción volvería a insuflarle la vida. Y todos los demás, arracimados a ambos márgenes de la calleja que desembocaba en la archifamosa, triste y desubicada Mutmee Guesthouse. Nada había cambiado en ese reducto de Tailandia, la de verdad, la que había conocido antaño. Todo seguí allí, intacto, un año después. E imaginaba dichoso que algo semejante debía ocurrir en todos los lugares por los que pasé en Isan.

El dueño de la pensión se sirvió un café con mucha leche condensada en una mezcla tan terrible y vomitiva como típica en estos lares para luego sentarse a mi lado, anhelante de pegar la hebra unos minutos. Respetó mi pausa en todo momento, de esa manera que me atraía y llamaba la atención sobremanera de esta cultura. Parece que poseyeran un sexto sentido para entender cuando han de callar y observar. Ese utópico segundo de ofrenda al silencio, a la magia del concepto de escucha. Ese genuino respeto mutuo y mudo que, por norma general, resalta mucho más de lo que emborronan las palabras. Pasaban los minutos, los tragos sordos, y cuanto mayor era la pausa, mayor era la sensación de disfrute al alma. En un determinado momento, agradecido, le miré furtivamente a los ojos y, hundiendo la mirada en el paso que se abría ante sus pies descalzos a modo de humilde reconocimiento, retomé la conversación.

-Solo estaré un par de noches. He de ir a Laos-.

-Parece que esta vez serás solo un farang (extranjero) más. De paso como los demás. ¿Seguro?-. Dijo con un deje en el tono que hacía que su interrogación sonara más a negación que a otra cosa. Hablar de partir de Nong Khai cuando justo acababa de llegar me revolvía el estómago. Le miré circunspecto.

-Quién sabe. Antes ya partí varias veces… Para no volver en corto plazo. Y acabé regresando. Pero esta vez creo que todo será distinto. No hay posibilidades de que me quede. Tengo una ruta en la cabeza. Al fin y al cabo ¿qué hay de malo en estar de paso?-.

-Eso dímelo tú. Esto es la frontera. Y yo soy budista. Todos estamos de paso, en este lugar, en esta vida. Echaré de menos charlar contigo-. Se levantó para volver a recogerse detrás del mostrador plateado de recepción. Y ya cuando bajaba los escalones de acceso al hostal me soltó:

-Creo que no me vas a preguntar de nuevo si puedes traer una chica a dormir esta noche, ¿verdad?-.

-Creo que ya sé qué me responderías-. Le repliqué a viva voz mientras me alejaba sin siquiera girar la cabeza ya que de hecho sabía de sobra que estaba sonriendo. Hacía referencia al primer día que pasé en Nong Khai, cuando discretamente y para regocijo suyo le pregunté si había inconveniente en que pasara la noche con una chica en su pensión. Al principio no entendía mi ingenuidad, me pedía que le repitiera la cuestión lo cual redundaba en un sentimiento de mayor sonrojo y azoramiento por mi parte. Cuando lo entendió yo creo que por costumbre y tradición cultural solo se sonrió y asintió con un clásico “no problem”. Sin embargo lo cierto es que a partir de ese momento se tejió un pequeño vínculo entre ambos que dio una discreta amistad forjada en muchas charlas, yo cerveza y él café travestido en mano, a la puerta de su coqueta pensión.

Una vez descansado salgo a pasear por Nong Khai a la vez que saludo a viejos conocidos. La señora que me sigue vendiendo tabaco desde su cárcel de tienda encajada en un metro cuadrado, las 2 jóvenes que regentan un salubre local de masaje sin trampas ni añadidos o el boticario que, cada vez más escarallado, aún sigue procurando lustre a su tienda disfrazada de navaja suiza multiuso. Desde bicarbonato a supositorios pasando por orquídeas de plástico, radios chinas baratas o cizallas vende el buen hombre mientras le pillo triscando la hoja de una sierra. Un universo para mi memoria reducido a tres calles transversales, un trece rúe del percebe de bolsillo, que me regaló muchos momentos de felicidad. Pretendo hacer un poco de tiempo y me entretengo a la búsqueda de un legendario Buda escondido en la ciudad para redescubrir en el trayecto la permanente presencia, altiva y orgullosa, de numerosos wats (templos) de estilo Lao que contrastan con los de estilo Khmer que pueblan la zona sur de Isan, vestigios de aquel antiguo reino camboyano. Porque no se debe olvidar que Isan es un reducto de historia heterogénea. Uno puede palidecer ante la hermosura desgranada por el Mekong con la puesta de sol, transformado en un torrente bermellón y, al mismo tiempo, evocar la ecléctica historia que encierra en sus márgenes occidentales esta madre de los ríos en forma de olvidados reductos de esos imperios y reinos que yo me aprestaba a desenterrar en los próximos días.

Isan es un nombre de por sí que evoca magia y misterio, el término proviene de Ishanapura, la antigua capital del reino Chenla, conocida hoy como Sambor Prei Kuk, y aunque para algunas fuentes la traducción concreta de Isan venía a ser en origen algo así como “poder invisible” lo cierto es que deriva de la palabra sánscrita Ishan que significaba “dirección noreste” ya que, no en vano, hace referencia a toda la división nordeste de Tailandia. Paralelamente, en otra vertiente, esta palabra también guarda relación con el tercer ojo del Dios destructor de la trinidad hindú Shiva (Brahma es el creador y Vishnu el preservador).

El rey Rama VI fue quien acuñó el termino a principios del siglo XX para definir a las hasta entonces conocidas como zonas “Hua Muang Lao” (pueblos Lao), la zona norte de Nakhon Ratchasima, y la zona “Khamen Pa Dong” (pueblos de los “khmeres salvajes”) que engloba todo el territorio hacia el este de esta provincia. Así, una vez que el término comenzó a utilizarse habitualmente, toda la gente de esta región paso a ser conocida como Khon (gente) Isan. Esta clara referencia histórica es perfectamente válida para resaltar la circunstancia que comentaba antes, lo heterogéneo y ecléctico del área, porque repasando un poco la historia se puede decir que Isan, condenado por su escasa tierra fértil, ha sido durante siglos más un campo de batalla que un conquista “de peso” o gran interés para los distintos imperios que ha poblado sus llanuras, y de ahí resalta el hecho de que su organización interior territorial fuera en forma de mueang o mini-estados independientes que rendían tributo al poderoso reino regente en cada época.

Es de sobra conocida la fuerte implantación e influencia que tuvo el imperio Khmer en toda la parte sur de la región resaltando la progresiva relación que supuso su expansión por estas tierras con la desaparición de una preexistente cultura Mon y la creación de 2 maravillosas joyas de arte como son los templos de Phimai, que enlazaba directamente con la carretera que llevaba a Angkor y el, incluso más monumental, complejo de Phanom Rung situado en el cono de un volcán extinto. Aún así, sin duda alguna el mayor ingenio que nos ha dejado la pasada influencia, amén de vestigios en forma de población y lengua, lo supone el impresionante Khao Phra Viharn, justo en la frontera con Camboya (de hecho pertenece al país heredero de la gloria Khmer) y templo que destaca majestuoso sobre una cordillera y que, por otra parte, ha sido y sigue siendo motivo de fuertes enfrentamientos armados en la zona entre tropas de ejercito camboyano y el ejército tailandés cuyo gobierno a fecha de 2011 reclama su posesión para el antiguo Siam.

Es en la vertiente norte, el área de mayor influencia Lao, donde con más claridad se percibe la mezcolanza ya que si en regiones marginales del sur aún se habla khmer, prácticamente en todo el resto de Isan se habla el dialecto Isan que es una derivación muy próxima al idioma Lao aunque también la gente es capaz de hablar Thai (son todas lenguas pertenecientes al grupo etnolingüístico Tai-Kadai) ya que fue durante el siglo XX cuando distintos monarcas promovieron una política de “tailandización” de las gentes procurando subyugar esa reminiscencia que pervivía aún de pertenencia bien a Camboya o bien a Laos ya que no en vano el reino Lao de Lang Xang expandió sus fronteras a toda esta región entre los siglos XIV y XVI conllevando un masivo trasvase de personas de un lado a otro del Mekong que, obviamente, también importaron sus costumbres. De hecho incluso

Posteriormente Lord Buda debió viajar, durante la cuaresma budista, al segundo cielo para predicar un sermón a ángeles y seres celestiales y, una vez finalizada la cuaresma, Phaya Nagi y sus seguidores prepararon ofrendas y fuegos artificiales para celebrar el regreso a la tierra de Buda. Desde entonces, en la luna llena del undécimo mes lunar, siempre se produce un fenómeno en el que bolas de fuego incandescente surgen del hogar de Phaya Nagi, el Mekong, como ofrenda a Lord Buda y que forman un espectáculo sin igual conocido como “Bang Fai Phaya Nark” (Festival Phaya Nark).

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Y aquí es donde se mezcla la leyenda con la realidad, porque este festival Phaya Nark no es algo hueco o de devenir histórico, se celebra en esta provincia de Nong Khai (especialmente en la próxima localidad de Phon Phisai) ya que las bolas de fuego existen realmente, son visibles en esta zona del Mekong, y de hecho la celebración se ha convertido en un ritual para la sociedad tailandesa. Incluso se ha televisado en directo por el Channel 7 para todo el país. Las bolas de fuego no son sino globos luminosos que surgen del cauce del río, en silencio, sin olor y sin humo, ascienden unas decenas de metros… y desaparecen. La explicación sigue sin estar clara, quizás metano, quizás soldados laosianos, quién sabe, pero a mí la teoría que más me convence es la que expone Jira Maligool en su maravillosa “Mekhong Full Moon Party”, una excepcional película-documental de 2002 que se aproxima a conceptos básicos de costumbres, religión y folclore de Isan que nadie deseoso de conocer esta tierra debería perderse y que viene a ser, además, una historia tan hermosa como la que contaba el abad del templo Pak-Ngeum:

“Hace mucho tiempo existía una pareja que habitaba en Pak-Ngeum y que se ganaba la vida pescando en el Mekong por el día y la noche, incluso durante la cuaresma budista o los días del Buda. Esto inquietó al Rey Naga que meditaba en el fondo del río y que ordenó a la pareja no pescar o matar otro tipo de animales los días de Buda, o sea, los días octavo y decimoquinto del calendario lunar Lao, porque era un pecado y que, por el contrario, se dedicaran a meditar.

Como consecuencia del respeto que sentían por el Rey Naga todos los habitantes de Pak-Ngeum y las localidades vecinas no volvieron a matar ningún animal para comer en los días de Buda y, en correspondencia, el Rey Naga pidió a la pareja que organizara una procesión de barcos sobre el Mekong cuando acabara la cuaresma budista y él mismo emanaría de su boca bolas de fuego en el aire para celebrarlo junto a ellos. Desde entonces existe el fenómeno de las bolas de fuego en el Mekong al finalizar la cuaresma budista.”

Seguía observando, hipnotizado, el río Mekong cuando un ruido atrajo mi atención a mis espaldas.

-Tu habitación no está aún lista, deberás aguardar un poco más-. El recepcionista encogió los hombros en un ademán casi imperceptible y agachó la mirada, tenía una voz profunda y hosca, gutural, que no encajaba con el aspecto desvencijado que mostraba ya que apenas levantaba metro y medio del suelo y profundos surcos en su rostro escondían unos hundidos ojos de un pálido color avellana que apenas asomaban bajo unas pobladas y blanquecinas cejas que hacían juego con una escasa mata de pelo cano. Todo en él reflejaba serenidad, esa serenidad que uno solo puede percibir en este rincón del planeta. Es algo tan gozoso como débilmente contagioso para los que aspiramos a un “cum laude” en humildad, sin duda exclusivo de estas gentes.

Bo pen nyang (no importa)-. Respondí en un mínimo hilo de voz.

Alzó la vista y dejó caer una pequeña mueca de satisfacción quizás disfrazada de sorpresa.

-Recordaba tu rostro, sabía que habías estado antes aquí, bienvenido de nuevo-. Dijo antes de girarse para desaparecer por la empinada escalera con un ritmo lento que parecía marcar un binomio indisoluble con el constante y rítmico giro de las agujas de un reloj. Un paso, calma, otro escalón, calma, descanso, paciencia. Tardó una eternidad en desaparecer de mi campo de visión. “Seguro que los destajistas jamás hubieran formado un sindicato en estas tierras” pienso divertido antes de volver mi mirada al cauce de un río que empieza a parecer que arrastra diamantes como decía Orwell del añorado Irrawaddy birmano y percibir a lo lejos como la puerta oeste de Talat (mercado) Sadet, el mercado fronterizo, empieza a bullir y se llena de personas, comerciantes, viajantes que simulan la sangre que genera vida y da razón de ser a las arterias que lo recorren.

2. La leyenda de Khun Bulom

Si dices Bo pen nyang no puedes engañar a nadie en Isan, eres casi uno de los suyos, en el idioma Thai sería Mai pen rai que viene a significar lo mismo y Nong Khai es territorio tailandés, sin embargo todo el mundo habla el dialecto Isan que es muy parecido al idioma Lao. No te preocupes, si dices Bo pen nyang todo el mundo sabrá entenderte cuando decidas apuntar hacia el sol que se despereza por tierras orientales e ilumina tu rostro enfilado hacia Isan quién sabe si huyendo de la voraz contaminación antropogénica de Bangkok. Es indudable que la gente del nordeste tailandés tiene más en común, no solo el idioma, con la tierra, gente y costumbres de Laos que con la propia idiosincrasia tailandesa, aunque independientemente de ello ambos forman parte del grupo étnico Tai.

Porque más que diferencias habría que buscar semejanzas y así el nexo de unión que integra a todos los subgrupos étnicos Tai (Thai y Lao incluidos) es la fantástica historia de Khun Bulom (o Borom, Khun es la palabra que viene a significar “señor”), imprescindible para todo viajero por territorios étnicos Tai, que cuenta, en una de sus variantes más conocidas, como Khun Bulom reinaba sobre 2 mundos: en el celestial encarnado en Thaen que ostentaba el poder supremo sobre los espíritus (phi) y en el terrenal en su forma humana. En aquellos días, los espíritus y los seres humanos podían viajar entre ambos mundos libremente y entre estos últimos existían 3 señores que ejercían de líderes del resto de la humanidad, sus nombres eran Pu Langxoeng, Khun Khan y Khun Khet. Habían construido sus reinos en la zona llamada Muang Lum (algo así como el inframundo) y vivían, junto con el resto de humanos, de cazar, pescar y plantar arroz. Thaen, en una ocasión, envió a uno de sus mensajeros con una orden clara:

(kin khao hai bok nai)

Si coméis arroz, deberéis hacérselo saber a vuestro señor

(kin ngai hai bok kae Thaen)

Al comer la comida del mediodía, también debéis decírselo a Thaen

(kin sin ko hai song kha)

Si coméis carne, debéis enviar las patas

(kin pa ko hai song hoi hai Thaen)

Si coméis pescado, debéis enviar un poco a Thaen

Pero la gente no obedeció la orden y entonces Thaen volvió a enviar a su mensajero por segunda vez, y la gente volvió a desobedecer. Después de una tercera vez, Thaen se sintió tan humillado que envió una inundación a Muang Lum, una gran inundación que acabó con la vida de mucha gente. Los 3 líderes comprendieron que era un designio de Thaen y se pusieron manos a la obra para construir una barca en la que metieron a sus mujeres e hijos y se dirigieron al cielo a visitar a Thaen el cual les reprendió con estas palabras antes de convertirlos en espíritus para que moraran con él en el cielo:

(su bo yi ci bo thao)

No tuvisteis respeto, no llegaréis a viejos

(su bo yam cao ci bo yuen)

No tuvisteis fe, no viviréis mucho

(su bo fang khwam a-yu su bo mi thoeng song hoi khuab)

No me obedecisteis, vuestra edad nunca llegará a 200 años

Una vez acabó la inundación, los 3 líderes fueron a presentar sus respetos a Thaen y le pidieron permiso para regresar de nuevo a la tierra. Thaen fue generoso y les dio un búfalo con unos preciosos cuernos y les envió a la zona de Na noi oy nu (Muang Thaeng, actualmente Dien Bien Phu, en el noroeste de Vietnam, muy cerca de la frontera con Laos). Al cabo de 3 años el búfalo falleció y de sus fosas nasales brotó una enredadera con tres gigantes calabazas de una de las cuales Pu Lanxoeng creyó escuchar voces por lo que se las apañó para hacer un agujero en ella con una especie de taladro incandescente desde el cual empezaron a salir montones de seres humanos. Khun Khan también logró hacer otro agujero con un formón gigante del que también empezaron a aparecer millares de seres humanos, tantos que tardaron más de tres días en salir todos y así, la gente del primer agujero se dividió en dos grupos: uno llamado Tai Lom y el otro llamado Tai Lee, mientras que la gente del segundo agujero se dividió en tres grupos: Tai Lo, Tai Loeng y Tai Kwang.

Al principio la gente no tenía muy claro cómo sobrevivir y así Pu Langxoeng les enseñó y dio instrucciones para ganarse la vida, convertirse en maridos y mujeres y construir hogares para vivir juntos. También les enseñó a respetar a los mayores y a hacer ceremonias funerarias para que de este modo aprendieran los Tai Lom y los Tai Lee a incinerar a sus muertos y el resto de grupos a enterrarlos de tal manera que quedara un pequeño altar sobre la tumba en el que los vivos pudieran enviar arroz y agua al espíritu del fallecido. Aquellos que no pudieran construir el altar sobre la tumba deberían construirlo dentro de su hogar con el mismo propósito y llamar al espíritu del fallecido para que entrara y comiera. La gente, en aquellos tiempos, podía vivir durante 300 años y así cada vez eran más y más, tantos que Pu Langxoeng, Khun Khan y Khun Khet se vieron desbordados para organizarlos y tuvieron que recurrir a Thaen para que les ayudara, este a su vez envió a Khun Kha y Khun Khong pero estos tampoco pudieron solucionar gran cosa por lo que al final Thaen se vio obligado a recurrir a Khun Bulom, uno de sus avatares (otras fuentes lo señalan como hijo de Thaen con lo que su dualidad en ambos mundos quedaría en entredicho, en todo caso las leyendas no son sino leyendas), a quien envió acompañado de uno de sus mensajeros para que enseñara a la gente a plantar vegetales y fruta, a hacer herramientas con las que facilitar sus tareas, incluso les enseñó qué estaba bien y qué mal. Finalmente Thaen entendió que la gente estaba lista para ocuparse de sí misma por lo que decidió romper el vinculo que existía para que pudieran vivir entre cielo y tierra y así rompió el puente que unía ambos mundos.

La parte más extendida de toda esta historia es la que viene a continuación, centrada en un Khun Bulom más protagonista y que arranca con la recuperación de la enredadera que brotó del búfalo ya que había crecido demasiado y tapaba la luz del sol, generando oscuridad y terror en la población, entonces Khun Bolom ordenó a muchas personas que la cortaran pero nadie fue capaz de ello por lo que, finalmente, envió a una anciana pareja llamada Pu Nyoe y Ya Nyoe (posteriormente muy relacionados con la ciudad de Luang Prabang y sus tradiciones), quienes se dejaron la vida en el empeño pero, antes de fallecer, solicitaron al resto de humanos que les recordaran asociando su nombre con las actividades humanas y por eso, hoy en día, en lenguaje Lao la coletilla nyoe (también escrita nhoe) aparece siempre después de cualquier verbo que implique acción como, por ejemplo, non nhoe (ir a dormir), kin nhoe (comer), etc.

Una vez la enredadera fue cortada el mundo humano volvió a prosperar y a recuperar un ritmo normal en el que Khun Bulom tuvo siete hijos de sus 2 mujeres, Nang Yomphala y Nang Et-khaeng, para los que encontró siete hermosas princesas, les enseño a ellos cómo gobernar un reino pacíficamente y a ellas cómo ser buenas reinas y esposas para, finalmente, distribuir ministros y nobles y asociarlos a cada hijo para que les ayudaran en la gestión de los reinos que entregó a cada uno y que conforman hoy día buena parte del territorio Tai:

1.Khun Lor fue enviado a Muang Sua (actualmente Luang Prabang, también conocido historicamente como Xiang Dong Xiang Thong, precursor del reino Lang Xang) en Laos

2.Khun Palanh fue enviado al sur de Yunnan, en China, a la zona conocida como Sipsongpanna, donde actualmente viven los Dai (Thais del norte).

3.Khung Chusong fue enviado a TungKea, en el norte de Vietnam, zona donde habita una minoría de Thai Trang (blanco) y Thai Den (negro).

4.Khung Saipong fue enviado al reino Lanna, en la zona de Chiang Mai, Tailandia.

5.Khun Ngua In fue enviado a Ayuthaya, Tailandia.

6.Khun Lok-Khom fue enviado a Muang Hongsa, en el estado Shan birmano. La gente Shan es étnicamente Tai.

7.Khun Chet-Cheang fue enviado al reino de Muang Phuan, posteriormente Xiengkhouang, en Laos.

Khun Bolom continuó gobernando la región hasta finalmente fallecer y ser honrado con un magnífico funeral, momento en el que se apaga la llama de su respiración pero prende la vigente llama de su leyenda que es actualmente enseñada en colegios y transmitida vía oral de padres a hijos en aldeas donde la educación, oficial y encorsetada, es un vago sueño de futuro en promesas políticas.

La gente de Isan tiene la pausa por costumbre, viven la vida como una especie de regalo del creador sin más interés que disfrutar y hacer de la humildad un sayo de dimensiones inabarcables a modo del legendario San Martín de Tours. Uno puede vagabundear y asombrarse durante horas por las aletargadas calles sumidas en tonos púrpuras de Nong Khai mientras admira los recostados conductores de tuk-tuk, el tardo conversar entre 2 vendedoras de fruta con ese característico “kha” arrastrado al final de cada oración o el peregrinar rezagado de fieles aspirantes a merecidos dignatarios de una reencarnación más próspera, de ojos entornados por la calima o la preparación al momento de meditación, con su ristra de ofrendas en el regazo. Incluso si se alza el cuello puede uno comprobar cómo los perros, al igual que los toros moribundos de un estoque en la cruz, se amorcillan en unas tablas transformadas aquí en una necesitada sombra que alivie su respirar envuelto en taquicardia y dé una pausa a unas lenguas que no paran de gotear saliva. Todo se acomoda a un ritmo menos áspero, un antídoto del caos, un enjuague que haga del jadeo propio de la prisa un elemento del pasado, algo a escupir. Y, además, existía allí una mujer que seguía taladrando mi mente un año después. Una mujer llamada Pa.

3. Entre Isan y un templo olvidado

El dueño de la pensión andaba trasteando por la entrada cuando asomé el hocico por allí. Una ducha tibia, el mayor regalo en estos parajes, que casi se había evaporado de mi recién mojada piel había conseguido dotarme de un grado de frescura necesario para lanzarme al mundo.

-Volviste dos, tres veces la última vez. Ahora cuatro-. Dijo.

-Seguramente habrá cinco-.

-¿Estarás mucho?-.

-No puedo-. Respondí mientras abría una cerveza del frigorífico que seguía estando nada más cruzar el umbral a la izquierda. El metálico tintineo arrastrado del fondo de un improvisado recoge-chapas ya me pilló girado hacia el porche de entrada. Me acomodé en una silla. El puesto que vendía camisetas de “Beerlao” con el mismo rótulo de cartón, cuarteado, que ponía 150. El garito de zumos de frutas mezclados con leche (milk-shakes) con la abrumadora gama de grosella, papaya, sandia y hasta lo inimaginable. El antro de tragos (uno de muchos en esa calle) que a esas horas palidecía de pena y no dejaba de aparentar ser un espectro cercenado con la vista clavada en un sol cuya extinción volvería a insuflarle la vida. Y todos los demás, arracimados a ambos márgenes de la calleja que desembocaba en la archifamosa, triste y desubicada Mutmee Guesthouse. Nada había cambiado en ese reducto de Tailandia, la de verdad, la que había conocido antaño. Todo seguí allí, intacto, un año después. E imaginaba dichoso que algo semejante debía ocurrir en todos los lugares por los que pasé en Isan.

El dueño de la pensión se sirvió un café con mucha leche condensada en una mezcla tan terrible y vomitiva como típica en estos lares para luego sentarse a mi lado, anhelante de pegar la hebra unos minutos. Respetó mi pausa en todo momento, de esa manera que me atraía y llamaba la atención sobremanera de esta cultura. Parece que poseyeran un sexto sentido para entender cuando han de callar y observar. Ese utópico segundo de ofrenda al silencio, a la magia del concepto de escucha. Ese genuino respeto mutuo y mudo que, por norma general, resalta mucho más de lo que emborronan las palabras. Pasaban los minutos, los tragos sordos, y cuanto mayor era la pausa, mayor era la sensación de disfrute al alma. En un determinado momento, agradecido, le miré furtivamente a los ojos y, hundiendo la mirada en el paso que se abría ante sus pies descalzos a modo de humilde reconocimiento, retomé la conversación.

-Solo estaré un par de noches. He de ir a Laos-.

-Parece que esta vez serás solo un farang (extranjero) más. De paso como los demás. ¿Seguro?-. Dijo con un deje en el tono que hacía que su interrogación sonara más a negación que a otra cosa. Hablar de partir de Nong Khai cuando justo acababa de llegar me revolvía el estómago. Le miré circunspecto.

-Quién sabe. Antes ya partí varias veces… Para no volver en corto plazo. Y acabé regresando. Pero esta vez creo que todo será distinto. No hay posibilidades de que me quede. Tengo una ruta en la cabeza. Al fin y al cabo ¿qué hay de malo en estar de paso?-.

-Eso dímelo tú. Esto es la frontera. Y yo soy budista. Todos estamos de paso, en este lugar, en esta vida. Echaré de menos charlar contigo-. Se levantó para volver a recogerse detrás del mostrador plateado de recepción. Y ya cuando bajaba los escalones de acceso al hostal me soltó:

-Creo que no me vas a preguntar de nuevo si puedes traer una chica a dormir esta noche, ¿verdad?-.

-Creo que ya sé qué me responderías-. Le repliqué a viva voz mientras me alejaba sin siquiera girar la cabeza ya que de hecho sabía de sobra que estaba sonriendo. Hacía referencia al primer día que pasé en Nong Khai, cuando discretamente y para regocijo suyo le pregunté si había inconveniente en que pasara la noche con una chica en su pensión. Al principio no entendía mi ingenuidad, me pedía que le repitiera la cuestión lo cual redundaba en un sentimiento de mayor sonrojo y azoramiento por mi parte. Cuando lo entendió yo creo que por costumbre y tradición cultural solo se sonrió y asintió con un clásico “no problem”. Sin embargo lo cierto es que a partir de ese momento se tejió un pequeño vínculo entre ambos que dio una discreta amistad forjada en muchas charlas, yo cerveza y él café travestido en mano, a la puerta de su coqueta pensión.

Una vez descansado salgo a pasear por Nong Khai a la vez que saludo a viejos conocidos. La señora que me sigue vendiendo tabaco desde su cárcel de tienda encajada en un metro cuadrado, las 2 jóvenes que regentan un salubre local de masaje sin trampas ni añadidos o el boticario que, cada vez más escarallado, aún sigue procurando lustre a su tienda disfrazada de navaja suiza multiuso. Desde bicarbonato a supositorios pasando por orquídeas de plástico, radios chinas baratas o cizallas vende el buen hombre mientras le pillo triscando la hoja de una sierra. Un universo para mi memoria reducido a tres calles transversales, un trece rúe del percebe de bolsillo, que me regaló muchos momentos de felicidad. Pretendo hacer un poco de tiempo y me entretengo a la búsqueda de un legendario Buda escondido en la ciudad para redescubrir en el trayecto la permanente presencia, altiva y orgullosa, de numerosos wats (templos) de estilo Lao que contrastan con los de estilo Khmer que pueblan la zona sur de Isan, vestigios de aquel antiguo reino camboyano. Porque no se debe olvidar que Isan es un reducto de historia heterogénea. Uno puede palidecer ante la hermosura desgranada por el Mekong con la puesta de sol, transformado en un torrente bermellón y, al mismo tiempo, evocar la ecléctica historia que encierra en sus márgenes occidentales esta madre de los ríos en forma de olvidados reductos de esos imperios y reinos que yo me aprestaba a desenterrar en los próximos días.

Isan es un nombre de por sí que evoca magia y misterio, el término proviene de Ishanapura, la antigua capital del reino Chenla, conocida hoy como Sambor Prei Kuk, y aunque para algunas fuentes la traducción concreta de Isan venía a ser en origen algo así como “poder invisible” lo cierto es que deriva de la palabra sánscrita Ishan que significaba “dirección noreste” ya que, no en vano, hace referencia a toda la división nordeste de Tailandia. Paralelamente, en otra vertiente, esta palabra también guarda relación con el tercer ojo del Dios destructor de la trinidad hindú Shiva (Brahma es el creador y Vishnu el preservador).

El rey Rama VI fue quien acuñó el termino a principios del siglo XX para definir a las hasta entonces conocidas como zonas “Hua Muang Lao” (pueblos Lao), la zona norte de Nakhon Ratchasima, y la zona “Khamen Pa Dong” (pueblos de los “khmeres salvajes”) que engloba todo el territorio hacia el este de esta provincia. Así, una vez que el término comenzó a utilizarse habitualmente, toda la gente de esta región paso a ser conocida como Khon (gente) Isan. Esta clara referencia histórica es perfectamente válida para resaltar la circunstancia que comentaba antes, lo heterogéneo y ecléctico del área, porque repasando un poco la historia se puede decir que Isan, condenado por su escasa tierra fértil, ha sido durante siglos más un campo de batalla que un conquista “de peso” o gran interés para los distintos imperios que ha poblado sus llanuras, y de ahí resalta el hecho de que su organización interior territorial fuera en forma de mueang o mini-estados independientes que rendían tributo al poderoso reino regente en cada época.

Es de sobra conocida la fuerte implantación e influencia que tuvo el imperio Khmer en toda la parte sur de la región resaltando la progresiva relación que supuso su expansión por estas tierras con la desaparición de una preexistente cultura Mon y la creación de 2 maravillosas joyas de arte como son los templos de Phimai, que enlazaba directamente con la carretera que llevaba a Angkor y el, incluso más monumental, complejo de Phanom Rung situado en el cono de un volcán extinto. Aún así, sin duda alguna el mayor ingenio que nos ha dejado la pasada influencia, amén de vestigios en forma de población y lengua, lo supone el impresionante Khao Phra Viharn, justo en la frontera con Camboya (de hecho pertenece al país heredero de la gloria Khmer) y templo que destaca majestuoso sobre una cordillera y que, por otra parte, ha sido y sigue siendo motivo de fuertes enfrentamientos armados en la zona entre tropas de ejercito camboyano y el ejército tailandés cuyo gobierno a fecha de 2011 reclama su posesión para el antiguo Siam.

Es en la vertiente norte, el área de mayor influencia Lao, donde con más claridad se percibe la mezcolanza ya que si en regiones marginales del sur aún se habla khmer, prácticamente en todo el resto de Isan se habla el dialecto Isan que es una derivación muy próxima al idioma Lao aunque también la gente es capaz de hablar Thai (son todas lenguas pertenecientes al grupo etnolingüístico Tai-Kadai) ya que fue durante el siglo XX cuando distintos monarcas promovieron una política de “tailandización” de las gentes procurando subyugar esa reminiscencia que pervivía aún de pertenencia bien a Camboya o bien a Laos ya que no en vano el reino Lao de Lang Xang expandió sus fronteras a toda esta región entre los siglos XIV y XVI conllevando un masivo trasvase de personas de un lado a otro del Mekong que, obviamente, también importaron sus costumbres. De hecho incluso

Posteriormente Lord Buda debió viajar, durante la cuaresma budista, al segundo cielo para predicar un sermón a ángeles y seres celestiales y, una vez finalizada la cuaresma, Phaya Nagi y sus seguidores prepararon ofrendas y fuegos artificiales para celebrar el regreso a la tierra de Buda. Desde entonces, en la luna llena del undécimo mes lunar, siempre se produce un fenómeno en el que bolas de fuego incandescente surgen del hogar de Phaya Nagi, el Mekong, como ofrenda a Lord Buda y que forman un espectáculo sin igual conocido como “Bang Fai Phaya Nark” (Festival Phaya Nark).

Y aquí es donde se mezcla la leyenda con la realidad, porque este festival Phaya Nark no es algo hueco o de devenir histórico, se celebra en esta provincia de Nong Khai (especialmente en la próxima localidad de Phon Phisai) ya que las bolas de fuego existen realmente, son visibles en esta zona del Mekong, y de hecho la celebración se ha convertido en un ritual para la sociedad tailandesa. Incluso se ha televisado en directo por el Channel 7 para todo el país. Las bolas de fuego no son sino globos luminosos que surgen del cauce del río, en silencio, sin olor y sin humo, ascienden unas decenas de metros… y desaparecen. La explicación sigue sin estar clara, quizás metano, quizás soldados laosianos, quién sabe, pero a mí la teoría que más me convence es la que expone Jira Maligool en su maravillosa “Mekhong Full Moon Party”, una excepcional película-documental de 2002 que se aproxima a conceptos básicos de costumbres, religión y folclore de Isan que nadie deseoso de conocer esta tierra debería perderse y que viene a ser, además, una historia tan hermosa como la que contaba el abad del templo Pak-Ngeum:

“Hace mucho tiempo existía una pareja que habitaba en Pak-Ngeum y que se ganaba la vida pescando en el Mekong por el día y la noche, incluso durante la cuaresma budista o los días del Buda. Esto inquietó al Rey Naga que meditaba en el fondo del río y que ordenó a la pareja no pescar o matar otro tipo de animales los días de Buda, o sea, los días octavo y decimoquinto del calendario lunar Lao, porque era un pecado y que, por el contrario, se dedicaran a meditar.

Como consecuencia del respeto que sentían por el Rey Naga todos los habitantes de Pak-Ngeum y las localidades vecinas no volvieron a matar ningún animal para comer en los días de Buda y, en correspondencia, el Rey Naga pidió a la pareja que organizara una procesión de barcos sobre el Mekong cuando acabara la cuaresma budista y él mismo emanaría de su boca bolas de fuego en el aire para celebrarlo junto a ellos. Desde entonces existe el fenómeno de las bolas de fuego en el Mekong al finalizar la cuaresma budista.”

Seguía observando, hipnotizado, el río Mekong cuando un ruido atrajo mi atención a mis espaldas.

-Tu habitación no está aún lista, deberás aguardar un poco más-. El recepcionista encogió los hombros en un ademán casi imperceptible y agachó la mirada, tenía una voz profunda y hosca, gutural, que no encajaba con el aspecto desvencijado que mostraba ya que apenas levantaba metro y medio del suelo y profundos surcos en su rostro escondían unos hundidos ojos de un pálido color avellana que apenas asomaban bajo unas pobladas y blanquecinas cejas que hacían juego con una escasa mata de pelo cano. Todo en él reflejaba serenidad, esa serenidad que uno solo puede percibir en este rincón del planeta. Es algo tan gozoso como débilmente contagioso para los que aspiramos a un “cum laude” en humildad, sin duda exclusivo de estas gentes.

Bo pen nyang (no importa)-. Respondí en un mínimo hilo de voz.

Alzó la vista y dejó caer una pequeña mueca de satisfacción quizás disfrazada de sorpresa.

-Recordaba tu rostro, sabía que habías estado antes aquí, bienvenido de nuevo-. Dijo antes de girarse para desaparecer por la empinada escalera con un ritmo lento que parecía marcar un binomio indisoluble con el constante y rítmico giro de las agujas de un reloj. Un paso, calma, otro escalón, calma, descanso, paciencia. Tardó una eternidad en desaparecer de mi campo de visión. “Seguro que los destajistas jamás hubieran formado un sindicato en estas tierras” pienso divertido antes de volver mi mirada al cauce de un río que empieza a parecer que arrastra diamantes como decía Orwell del añorado Irrawaddy birmano y percibir a lo lejos como la puerta oeste de Talat (mercado) Sadet, el mercado fronterizo, empieza a bullir y se llena de personas, comerciantes, viajantes que simulan la sangre que genera vida y da razón de ser a las arterias que lo recorren.

2. La leyenda de Khun Bulom

Si dices Bo pen nyang no puedes engañar a nadie en Isan, eres casi uno de los suyos, en el idioma Thai sería Mai pen rai que viene a significar lo mismo y Nong Khai es territorio tailandés, sin embargo todo el mundo habla el dialecto Isan que es muy parecido al idioma Lao. No te preocupes, si dices Bo pen nyang todo el mundo sabrá entenderte cuando decidas apuntar hacia el sol que se despereza por tierras orientales e ilumina tu rostro enfilado hacia Isan quién sabe si huyendo de la voraz contaminación antropogénica de Bangkok. Es indudable que la gente del nordeste tailandés tiene más en común, no solo el idioma, con la tierra, gente y costumbres de Laos que con la propia idiosincrasia tailandesa, aunque independientemente de ello ambos forman parte del grupo étnico Tai.

Porque más que diferencias habría que buscar semejanzas y así el nexo de unión que integra a todos los subgrupos étnicos Tai (Thai y Lao incluidos) es la fantástica historia de Khun Bulom (o Borom, Khun es la palabra que viene a significar “señor”), imprescindible para todo viajero por territorios étnicos Tai, que cuenta, en una de sus variantes más conocidas, como Khun Bulom reinaba sobre 2 mundos: en el celestial encarnado en Thaen que ostentaba el poder supremo sobre los espíritus (phi) y en el terrenal en su forma humana. En aquellos días, los espíritus y los seres humanos podían viajar entre ambos mundos libremente y entre estos últimos existían 3 señores que ejercían de líderes del resto de la humanidad, sus nombres eran Pu Langxoeng, Khun Khan y Khun Khet. Habían construido sus reinos en la zona llamada Muang Lum (algo así como el inframundo) y vivían, junto con el resto de humanos, de cazar, pescar y plantar arroz. Thaen, en una ocasión, envió a uno de sus mensajeros con una orden clara:

(kin khao hai bok nai)

Si coméis arroz, deberéis hacérselo saber a vuestro señor

(kin ngai hai bok kae Thaen)

Al comer la comida del mediodía, también debéis decírselo a Thaen

(kin sin ko hai song kha)

Si coméis carne, debéis enviar las patas

(kin pa ko hai song hoi hai Thaen)

Si coméis pescado, debéis enviar un poco a Thaen

Pero la gente no obedeció la orden y entonces Thaen volvió a enviar a su mensajero por segunda vez, y la gente volvió a desobedecer. Después de una tercera vez, Thaen se sintió tan humillado que envió una inundación a Muang Lum, una gran inundación que acabó con la vida de mucha gente. Los 3 líderes comprendieron que era un designio de Thaen y se pusieron manos a la obra para construir una barca en la que metieron a sus mujeres e hijos y se dirigieron al cielo a visitar a Thaen el cual les reprendió con estas palabras antes de convertirlos en espíritus para que moraran con él en el cielo:

(su bo yi ci bo thao)

No tuvisteis respeto, no llegaréis a viejos

(su bo yam cao ci bo yuen)

No tuvisteis fe, no viviréis mucho

(su bo fang khwam a-yu su bo mi thoeng song hoi khuab)

No me obedecisteis, vuestra edad nunca llegará a 200 años

Una vez acabó la inundación, los 3 líderes fueron a presentar sus respetos a Thaen y le pidieron permiso para regresar de nuevo a la tierra. Thaen fue generoso y les dio un búfalo con unos preciosos cuernos y les envió a la zona de Na noi oy nu (Muang Thaeng, actualmente Dien Bien Phu, en el noroeste de Vietnam, muy cerca de la frontera con Laos). Al cabo de 3 años el búfalo falleció y de sus fosas nasales brotó una enredadera con tres gigantes calabazas de una de las cuales Pu Lanxoeng creyó escuchar voces por lo que se las apañó para hacer un agujero en ella con una especie de taladro incandescente desde el cual empezaron a salir montones de seres humanos. Khun Khan también logró hacer otro agujero con un formón gigante del que también empezaron a aparecer millares de seres humanos, tantos que tardaron más de tres días en salir todos y así, la gente del primer agujero se dividió en dos grupos: uno llamado Tai Lom y el otro llamado Tai Lee, mientras que la gente del segundo agujero se dividió en tres grupos: Tai Lo, Tai Loeng y Tai Kwang.

Al principio la gente no tenía muy claro cómo sobrevivir y así Pu Langxoeng les enseñó y dio instrucciones para ganarse la vida, convertirse en maridos y mujeres y construir hogares para vivir juntos. También les enseñó a respetar a los mayores y a hacer ceremonias funerarias para que de este modo aprendieran los Tai Lom y los Tai Lee a incinerar a sus muertos y el resto de grupos a enterrarlos de tal manera que quedara un pequeño altar sobre la tumba en el que los vivos pudieran enviar arroz y agua al espíritu del fallecido. Aquellos que no pudieran construir el altar sobre la tumba deberían construirlo dentro de su hogar con el mismo propósito y llamar al espíritu del fallecido para que entrara y comiera. La gente, en aquellos tiempos, podía vivir durante 300 años y así cada vez eran más y más, tantos que Pu Langxoeng, Khun Khan y Khun Khet se vieron desbordados para organizarlos y tuvieron que recurrir a Thaen para que les ayudara, este a su vez envió a Khun Kha y Khun Khong pero estos tampoco pudieron solucionar gran cosa por lo que al final Thaen se vio obligado a recurrir a Khun Bulom, uno de sus avatares (otras fuentes lo señalan como hijo de Thaen con lo que su dualidad en ambos mundos quedaría en entredicho, en todo caso las leyendas no son sino leyendas), a quien envió acompañado de uno de sus mensajeros para que enseñara a la gente a plantar vegetales y fruta, a hacer herramientas con las que facilitar sus tareas, incluso les enseñó qué estaba bien y qué mal. Finalmente Thaen entendió que la gente estaba lista para ocuparse de sí misma por lo que decidió romper el vinculo que existía para que pudieran vivir entre cielo y tierra y así rompió el puente que unía ambos mundos.

La parte más extendida de toda esta historia es la que viene a continuación, centrada en un Khun Bulom más protagonista y que arranca con la recuperación de la enredadera que brotó del búfalo ya que había crecido demasiado y tapaba la luz del sol, generando oscuridad y terror en la población, entonces Khun Bolom ordenó a muchas personas que la cortaran pero nadie fue capaz de ello por lo que, finalmente, envió a una anciana pareja llamada Pu Nyoe y Ya Nyoe (posteriormente muy relacionados con la ciudad de Luang Prabang y sus tradiciones), quienes se dejaron la vida en el empeño pero, antes de fallecer, solicitaron al resto de humanos que les recordaran asociando su nombre con las actividades humanas y por eso, hoy en día, en lenguaje Lao la coletilla nyoe (también escrita nhoe) aparece siempre después de cualquier verbo que implique acción como, por ejemplo, non nhoe (ir a dormir), kin nhoe (comer), etc.

Una vez la enredadera fue cortada el mundo humano volvió a prosperar y a recuperar un ritmo normal en el que Khun Bulom tuvo siete hijos de sus 2 mujeres, Nang Yomphala y Nang Et-khaeng, para los que encontró siete hermosas princesas, les enseño a ellos cómo gobernar un reino pacíficamente y a ellas cómo ser buenas reinas y esposas para, finalmente, distribuir ministros y nobles y asociarlos a cada hijo para que les ayudaran en la gestión de los reinos que entregó a cada uno y que conforman hoy día buena parte del territorio Tai:

1.Khun Lor fue enviado a Muang Sua (actualmente Luang Prabang, también conocido historicamente como Xiang Dong Xiang Thong, precursor del reino Lang Xang) en Laos

2.Khun Palanh fue enviado al sur de Yunnan, en China, a la zona conocida como Sipsongpanna, donde actualmente viven los Dai (Thais del norte).

3.Khung Chusong fue enviado a TungKea, en el norte de Vietnam, zona donde habita una minoría de Thai Trang (blanco) y Thai Den (negro).

4.Khung Saipong fue enviado al reino Lanna, en la zona de Chiang Mai, Tailandia.

5.Khun Ngua In fue enviado a Ayuthaya, Tailandia.

6.Khun Lok-Khom fue enviado a Muang Hongsa, en el estado Shan birmano. La gente Shan es étnicamente Tai.

7.Khun Chet-Cheang fue enviado al reino de Muang Phuan, posteriormente Xiengkhouang, en Laos.

Khun Bolom continuó gobernando la región hasta finalmente fallecer y ser honrado con un magnífico funeral, momento en el que se apaga la llama de su respiración pero prende la vigente llama de su leyenda que es actualmente enseñada en colegios y transmitida vía oral de padres a hijos en aldeas donde la educación, oficial y encorsetada, es un vago sueño de futuro en promesas políticas.

La gente de Isan tiene la pausa por costumbre, viven la vida como una especie de regalo del creador sin más interés que disfrutar y hacer de la humildad un sayo de dimensiones inabarcables a modo del legendario San Martín de Tours. Uno puede vagabundear y asombrarse durante horas por las aletargadas calles sumidas en tonos púrpuras de Nong Khai mientras admira los recostados conductores de tuk-tuk, el tardo conversar entre 2 vendedoras de fruta con ese característico “kha” arrastrado al final de cada oración o el peregrinar rezagado de fieles aspirantes a merecidos dignatarios de una reencarnación más próspera, de ojos entornados por la calima o la preparación al momento de meditación, con su ristra de ofrendas en el regazo. Incluso si se alza el cuello puede uno comprobar cómo los perros, al igual que los toros moribundos de un estoque en la cruz, se amorcillan en unas tablas transformadas aquí en una necesitada sombra que alivie su respirar envuelto en taquicardia y dé una pausa a unas lenguas que no paran de gotear saliva. Todo se acomoda a un ritmo menos áspero, un antídoto del caos, un enjuague que haga del jadeo propio de la prisa un elemento del pasado, algo a escupir. Y, además, existía allí una mujer que seguía taladrando mi mente un año después. Una mujer llamada Pa.

3. Entre Isan y un templo olvidado

El dueño de la pensión andaba trasteando por la entrada cuando asomé el hocico por allí. Una ducha tibia, el mayor regalo en estos parajes, que casi se había evaporado de mi recién mojada piel había conseguido dotarme de un grado de frescura necesario para lanzarme al mundo.

-Volviste dos, tres veces la última vez. Ahora cuatro-. Dijo.

-Seguramente habrá cinco-.

-¿Estarás mucho?-.

-No puedo-. Respondí mientras abría una cerveza del frigorífico que seguía estando nada más cruzar el umbral a la izquierda. El metálico tintineo arrastrado del fondo de un improvisado recoge-chapas ya me pilló girado hacia el porche de entrada. Me acomodé en una silla. El puesto que vendía camisetas de “Beerlao” con el mismo rótulo de cartón, cuarteado, que ponía 150. El garito de zumos de frutas mezclados con leche (milk-shakes) con la abrumadora gama de grosella, papaya, sandia y hasta lo inimaginable. El antro de tragos (uno de muchos en esa calle) que a esas horas palidecía de pena y no dejaba de aparentar ser un espectro cercenado con la vista clavada en un sol cuya extinción volvería a insuflarle la vida. Y todos los demás, arracimados a ambos márgenes de la calleja que desembocaba en la archifamosa, triste y desubicada Mutmee Guesthouse. Nada había cambiado en ese reducto de Tailandia, la de verdad, la que había conocido antaño. Todo seguí allí, intacto, un año después. E imaginaba dichoso que algo semejante debía ocurrir en todos los lugares por los que pasé en Isan.

El dueño de la pensión se sirvió un café con mucha leche condensada en una mezcla tan terrible y vomitiva como típica en estos lares para luego sentarse a mi lado, anhelante de pegar la hebra unos minutos. Respetó mi pausa en todo momento, de esa manera que me atraía y llamaba la atención sobremanera de esta cultura. Parece que poseyeran un sexto sentido para entender cuando han de callar y observar. Ese utópico segundo de ofrenda al silencio, a la magia del concepto de escucha. Ese genuino respeto mutuo y mudo que, por norma general, resalta mucho más de lo que emborronan las palabras. Pasaban los minutos, los tragos sordos, y cuanto mayor era la pausa, mayor era la sensación de disfrute al alma. En un determinado momento, agradecido, le miré furtivamente a los ojos y, hundiendo la mirada en el paso que se abría ante sus pies descalzos a modo de humilde reconocimiento, retomé la conversación.

-Solo estaré un par de noches. He de ir a Laos-.

-Parece que esta vez serás solo un farang (extranjero) más. De paso como los demás. ¿Seguro?-. Dijo con un deje en el tono que hacía que su interrogación sonara más a negación que a otra cosa. Hablar de partir de Nong Khai cuando justo acababa de llegar me revolvía el estómago. Le miré circunspecto.

-Quién sabe. Antes ya partí varias veces… Para no volver en corto plazo. Y acabé regresando. Pero esta vez creo que todo será distinto. No hay posibilidades de que me quede. Tengo una ruta en la cabeza. Al fin y al cabo ¿qué hay de malo en estar de paso?-.

-Eso dímelo tú. Esto es la frontera. Y yo soy budista. Todos estamos de paso, en este lugar, en esta vida. Echaré de menos charlar contigo-. Se levantó para volver a recogerse detrás del mostrador plateado de recepción. Y ya cuando bajaba los escalones de acceso al hostal me soltó:

-Creo que no me vas a preguntar de nuevo si puedes traer una chica a dormir esta noche, ¿verdad?-.

-Creo que ya sé qué me responderías-. Le repliqué a viva voz mientras me alejaba sin siquiera girar la cabeza ya que de hecho sabía de sobra que estaba sonriendo. Hacía referencia al primer día que pasé en Nong Khai, cuando discretamente y para regocijo suyo le pregunté si había inconveniente en que pasara la noche con una chica en su pensión. Al principio no entendía mi ingenuidad, me pedía que le repitiera la cuestión lo cual redundaba en un sentimiento de mayor sonrojo y azoramiento por mi parte. Cuando lo entendió yo creo que por costumbre y tradición cultural solo se sonrió y asintió con un clásico “no problem”. Sin embargo lo cierto es que a partir de ese momento se tejió un pequeño vínculo entre ambos que dio una discreta amistad forjada en muchas charlas, yo cerveza y él café travestido en mano, a la puerta de su coqueta pensión.

Una vez descansado salgo a pasear por Nong Khai a la vez que saludo a viejos conocidos. La señora que me sigue vendiendo tabaco desde su cárcel de tienda encajada en un metro cuadrado, las 2 jóvenes que regentan un salubre local de masaje sin trampas ni añadidos o el boticario que, cada vez más escarallado, aún sigue procurando lustre a su tienda disfrazada de navaja suiza multiuso. Desde bicarbonato a supositorios pasando por orquídeas de plástico, radios chinas baratas o cizallas vende el buen hombre mientras le pillo triscando la hoja de una sierra. Un universo para mi memoria reducido a tres calles transversales, un trece rúe del percebe de bolsillo, que me regaló muchos momentos de felicidad. Pretendo hacer un poco de tiempo y me entretengo a la búsqueda de un legendario Buda escondido en la ciudad para redescubrir en el trayecto la permanente presencia, altiva y orgullosa, de numerosos wats (templos) de estilo Lao que contrastan con los de estilo Khmer que pueblan la zona sur de Isan, vestigios de aquel antiguo reino camboyano. Porque no se debe olvidar que Isan es un reducto de historia heterogénea. Uno puede palidecer ante la hermosura desgranada por el Mekong con la puesta de sol, transformado en un torrente bermellón y, al mismo tiempo, evocar la ecléctica historia que encierra en sus márgenes occidentales esta madre de los ríos en forma de olvidados reductos de esos imperios y reinos que yo me aprestaba a desenterrar en los próximos días.

Isan es un nombre de por sí que evoca magia y misterio, el término proviene de Ishanapura, la antigua capital del reino Chenla, conocida hoy como Sambor Prei Kuk, y aunque para algunas fuentes la traducción concreta de Isan venía a ser en origen algo así como “poder invisible” lo cierto es que deriva de la palabra sánscrita Ishan que significaba “dirección noreste” ya que, no en vano, hace referencia a toda la división nordeste de Tailandia. Paralelamente, en otra vertiente, esta palabra también guarda relación con el tercer ojo del Dios destructor de la trinidad hindú Shiva (Brahma es el creador y Vishnu el preservador).

El rey Rama VI fue quien acuñó el termino a principios del siglo XX para definir a las hasta entonces conocidas como zonas “Hua Muang Lao” (pueblos Lao), la zona norte de Nakhon Ratchasima, y la zona “Khamen Pa Dong” (pueblos de los “khmeres salvajes”) que engloba todo el territorio hacia el este de esta provincia. Así, una vez que el término comenzó a utilizarse habitualmente, toda la gente de esta región paso a ser conocida como Khon (gente) Isan. Esta clara referencia histórica es perfectamente válida para resaltar la circunstancia que comentaba antes, lo heterogéneo y ecléctico del área, porque repasando un poco la historia se puede decir que Isan, condenado por su escasa tierra fértil, ha sido durante siglos más un campo de batalla que un conquista “de peso” o gran interés para los distintos imperios que ha poblado sus llanuras, y de ahí resalta el hecho de que su organización interior territorial fuera en forma de mueang o mini-estados independientes que rendían tributo al poderoso reino regente en cada época.

Es de sobra conocida la fuerte implantación e influencia que tuvo el imperio Khmer en toda la parte sur de la región resaltando la progresiva relación que supuso su expansión por estas tierras con la desaparición de una preexistente cultura Mon y la creación de 2 maravillosas joyas de arte como son los templos de Phimai, que enlazaba directamente con la carretera que llevaba a Angkor y el, incluso más monumental, complejo de Phanom Rung situado en el cono de un volcán extinto. Aún así, sin duda alguna el mayor ingenio que nos ha dejado la pasada influencia, amén de vestigios en forma de población y lengua, lo supone el impresionante Khao Phra Viharn, justo en la frontera con Camboya (de hecho pertenece al país heredero de la gloria Khmer) y templo que destaca majestuoso sobre una cordillera y que, por otra parte, ha sido y sigue siendo motivo de fuertes enfrentamientos armados en la zona entre tropas de ejercito camboyano y el ejército tailandés cuyo gobierno a fecha de 2011 reclama su posesión para el antiguo Siam.

Es en la vertiente norte, el área de mayor influencia Lao, donde con más claridad se percibe la mezcolanza ya que si en regiones marginales del sur aún se habla khmer, prácticamente en todo el resto de Isan se habla el dialecto Isan que es una derivación muy próxima al idioma Lao aunque también la gente es capaz de hablar Thai (son todas lenguas pertenecientes al grupo etnolingüístico Tai-Kadai) ya que fue durante el siglo XX cuando distintos monarcas promovieron una política de “tailandización” de las gentes procurando subyugar esa reminiscencia que pervivía aún de pertenencia bien a Camboya o bien a Laos ya que no en vano el reino Lao de Lang Xang expandió sus fronteras a toda esta región entre los siglos XIV y XVI conllevando un masivo trasvase de personas de un lado a otro del Mekong que, obviamente, también importaron sus costumbres. De hecho incluso algunas fuentes mencionan la circunstancia de que el empleo del término Isan (nordeste) tenía una marcada intención para que la gente adoptara un sentimiento de pertenencia ala tierra Thai y olvidara sus raíces Lao.
Así, quizás el más claro ejemplo artístico de esta herencia Lao sea el imponente y hechizador That Phanom, pero allí donde me encontraba, en Nong Khai, probablemente el principal referente era el templo de Wat Pho Chai y su afamado Buda, sitio al que me dirigía en un lento peregrinar mientras no dejaba de buscar una sombra imposible que me regalara unos segundos de tregua. Empezaba a caer la tarde y sabía que era en esa hora bruja cuando el templo ganaba en intensidad e interés para ese visitante ocasional en que me había convertido ya que no podía alargar más allá de un par de días mi estancia en la ciudad antes de subir a Luang Prabang. Una cortina de incienso tan intenso y embriagador como el almizcle y la fina melodía de las campanillas junto al blanco cegador de un stupa encalada hasta la raíz me abrazaron al pisar el templo y me invadió ese apaciguamiento, como amortiguado en el tiempo, intrínseco a todo templo budista, en el que parece que todo transcurriera a otro ritmo escapado y burlón de una escala convencional humana de “lento-rápido”. Puede que sea la cremosa, hasta vaporosa fragancia, el ritmo respiratorio acompasado de los perros que descansan, inertes, al pie de unas escaleras desgastadas por el caminar descalzo de fieles humildes que a duras penas osan levantar la cabeza una vez se adentran en el bot (capilla principal), y el silencio, el silencio, un silencio que parece mirara desafiante incluso a las hojas que caen fuera y pretendieran, con su suave morir, robar una micra de protagonismo al embrujo mudo del interior. Sacudo fuera el polvo de mis zapatos y los abandono, a su suerte, en un lugar no señalado (siempre dejo los zapatos fuera de la pila común, “hasta que te los roben” que decía mi madre con candidez) mientras mentalizo el lugar para no olvidarlo. Una vez dentro todo se torna un crisol mágico de colores, un torrente versicolor que habita en forma de impecables murales que abrazan la, pese al bronce, en apariencia cimbreante figura del Buda Phra Sai, una imagen inmemorial en pose Marn Wi Chai (sometiendo a Mara, el demonio) que desprende un estigma de potencia desmedida y parece obligar a todos los visitantes a hincar la rodilla y humillar la mirada para presentar sus respetos.

Los murales cuentan la historia del Buda Phra Sai según la cual en 1562, en época de Setthathirath, en Viang Chan (actual Vientiane y por entonces capital del reino de Lang Xang), éste tuvo tres hijas: Suk, Serm y Sai que resultaron ser fervientes budistas y solicitaron a su padre que construyera una imagen de Buda como reflejo de su fe para lo que éste puso a artesanos manos a la obra de forma inmediata, tanto para forjar la efigie como para construir un templo que la albergara. Siete días y siete noches pasaron trabajando con tesón, intentando fundir oro, pero éste no llegaba a fundirse por lo que decidieron parar toda la obra y, cuando derrotados, inútil persistencia, ya solo quedaba un anciano monje con un novicio que se negaban a desistir, apareció un joven asceta que se ofreció a ayudarles. Extenuados, el anciano monje y el novicio decidieron descansar pero hete aquí que cuando quisieron retornar a su labor se encontraron con que varios ascetas habían logrado fundir el oro y estaban trabajando en un molde de la imagen del Buda. Extrañados pero agradecidos decidieron comer algo antes del obligatorio ayuno diario que marca la Sangha, y cual no fue su sorpresa cuando regresaron a la obra para, en aquel mágico instante, encontrarse que todo el oro había sido empleado en 3 moldes humeantes y que los ascetas, misteriosamente, habían desaparecido. La gente comenzó a hacer comentarios y los rumores se dispersaron dando por sentado que debía haber sido una Naga que transformó a sus ayudantes en ascetas para así ayudar en la construcción del venerado Buda y, en su infinita lealtad, éste decidió crear tres imágenes en vez de una.

Pasaron los años y nos encontramos en tierras de Siam, bajo el reinado de Taksin, quien decide declarar la guerra al Rey de Viang Chang, que era uno de los estados Lao que sucedieron al primer gran reino de Lang Xang, y conquistar la que hoy en día es conocida como Vientiane en la que permanecían las 3 figuras de Buda. Se prepara la lucha, los elefantes embriagados destrozan y despedazan seres humanos con cuchillas adosadas a sus patas, el vapor de la húmeda sangre Tai vuelve a recalentar el ambiente y desemboca en una gran amenaza en ciernes sobre la ciudad y la gente que, en un acto de fe, decide trasladar las 3 figuras a la cercana Chiang Kum para, una vez finalizada la guerra, volver a colocarlas en Vientiane. Años después la guerra vuelve a asolar Viang Chang y, en esta ocasión, los lugareños deciden esconder las 3 imágenes, ya conocidas por el nombre de cada hija: Phra (imagen sagrada de Buda) Suk, Phra Serm y Phra Sai, en las montaña Klay mientras los Thais avanzan hasta hacer de la ciudad de Nong Khai un reducto poderoso y que, además, hasta nuestros días, no volverían a abandonar.

El reino de Viang Chang ahora es dominio Thai y, los dominantes Thai de la región, deciden fletar grandes barcazas para trasladar las tres preciadas estatuas de su escondite a la poderosa Nong Khai, entonces, cuando están en el cauce del río sucede algo estremecedor, se cierra el cielo y grandes tormentas acompañadas de huracanados vientos forman olas gigantes en el venerado Mekong que hacen que las barcazas se estremezcan y partan. Al cabo, solo pueden observar los trabajadores atónitos como la figura del Buda Phra Suk se hunde sin remisión en el lecho del río mientras centran sus esfuerzos en salvar las figuras de Phra Sai y Phra Serm. Desde entonces, se cree que el Buda Phra Suk yace en una zona conocida como Wern Suk, no lejana de Wern Tarn, en una dilatación ancha del cauce del Mekong en la que, en días señalados y según la creencia popular, se puede observar como la imagen emana su poder a través de la naga Bung Rai Phaya tal y como ha sido durante años. Hoy en día es posible ver una imagen, réplica y a la vez ofrenda de aquel que se exhibe en el Wat Luang de Phon Phisai y templo, a su vez, en el que de una abertura en el techo mana constantemente agua, en simbolismo por la imagen ahogada, sin que a día de hoy se sepa muy bien la razón de dicha emanación aunque muchos acepten la versión de que una joven naga es la responsable de dicho misterio.

Las figuras de Phra Sai y Phra Serm fueron recibidas en Nong Khai donde pasaron un tiempo hasta que, posteriormente, un monarca Thai decidió enviarlas a Bangkok. Sucedió que enviaron un carro de bueyes para iniciar el traslado de Phra Sai pero, una vez cargada la imagen, estos se negaron a andar y pese a muchos empujones al final lo único que lograron fue que el carro se partiera. Aún así decidieron intentarlo con otro carro, pero todo fue en vano. El poder de Buda exigía que la preciosa imagen permaneciera en Nong Khai para ser reverenciada por la comunidad budista que habitaba en esa región del Mekong. En consecuencia, los aldeanos acuden a lo largo de los tiempos a Wat Pho Chai, el inspirador recinto en el que se exhibe actualmente, mientras que la figura de Phra Serm fue trasladada a Wat Phathum Wanaram en la capital Bangkok. La imagen de Phra Sai suele ser reverenciada especialmente en Songkran (año nuevo budista, en origen a primeros-mediados de Abril en función del ciclo lunar aunque actualmente en las fechas fijas del 13 al 15 de Abril, también conocido como Bun Pi Mai en Laos) y en la fiesta en su honor que se da cada luna llena del séptimo mes lunar.

Observo con calma a Buda mientras rememoro las vicisitudes de tan preciosa estatua y busco mi tiempo casi anestesiado por la fragancia de un incienso que parece prendado de mí. Vuelo en mi imaginación y pretendo rememorar unos tiempos brujos que viví hace no tantos meses en esta ciudad. Recuerdo a Pa, y entiendo que ella es parte profunda de mi presencia en Nong Khai, de mi visita a Wat Pho Chai y de mi futuro regreso a Wat Khaek pero no olvido que podré recuperar el lugar, pero nunca podré recuperar el tiempo, siempre vivo apegado a la melancolía.

4. Pa

Conocí a Pa una noche, era algo que salía así en varías páginas de mi diario:

“Habito en la frontera, oteo el horizonte desde la terraza de la pensión, a la sombra, recogido de un sol que castiga de modo despiadado, tecleo. Allí Laos, un trecho más acá el Mekong, yo piso tierra Tai. Vivo en la frontera. Anoche salí a dar una vuelta, marchito, castigado por circunstancias que revelan un cruel destino que me muerde en cuanto pretendo bañarme en sudores de mujer. Entré en un bar, tomé un trago, ya no esperaba a nadie pero apareció ella y volvió a saltar el resorte. El destino macabro cerró por vacaciones, eché abajo el último bastión, lo degollé. Se hizo mi historia, estalló en mil pedazos mi avatar encadenado. Todo salió como debía. Sin sangre por abajo, sin travestis encaprichados… todo se desbordó. No hemos dormido ni 3 horas, esta mañana la habitación olía a sudor hervido teñido de pasión y deseo, devoré la primavera. No habla inglés, ni media, nos entendíamos con el portátil, con un traductor online de inglés a thai, quise que se sintiera a gusto, confortable, y con el ordenador lo conseguí, el resto salió del alma. A la mañana le escribí en el ordenador: “Es hora de que descanses, si te quieres quedar, te quedas… pero debes dormir unas horas. Aquí o en tu casa”. Ni un te veo luego… nada. La mente carburaba, la vida se me escapaba por los poros, me piré a ver un par de templos, solo, deseoso de tiempos venideros, relamido de los pretéritos, con el ánimo girado, enganchado a nuevos impactos emocionales, llevaba tiempo buscando eso, descansó el corazón. La ruta del futuro ya es un caleidoscopio multi-emocional. Me regalé una pulsera de plata, ya no vería en mi muñeca la ausencia de la chica Akha, había amado a otra mujer, ya podía lucir otra pulsera que arrastrara en blanco metal lo vivido, lo disfrutado la pasada víspera. Sigo odiando Nong Khai pero vuelvo a partir de cero, con espíritu renovado. Liberé mi alma, fulminé el atroz sortilegio. Sin embargo vivo en la frontera, si vuelvo al bar bucearé en el mar de las dudas. Nong Khai, la frontera, en cuerpo… mi mente, mi corazón, fraguados y fundidos. Si regreso luego al bar y la veo, si ahondo en la cicatriz que ahora sana feliz… la frontera… mi reflexivo cerebro, mi anhelante corazón, mi castigado cuerpo, todos en la frontera. Oteo el horizonte bañado en cábalas… llueve sobre mojado… reflexivo, ardiente. Si miro para fuera, la frontera… si miro para dentro, la frontera. Oteo el horizonte bañado del rojo fuego que inunda la ciudad al ponerse el sol.”

Dudaba si volver a verla. Duda estéril…

“Anoche la volví a amar con locura, me sacié de mi estrella, con el poso del tiempo, del conocimiento mutuo, confianza. Fue un estallido de pasión en sus entrañas, mi amor, mi esencia, mi furia, conquistando, sin lugar al receso, fraguando un fondo de humedad, empantanado, tuve que parar cuando se arqueó su espalda en un gemido final hasta el límite, temblando, jadeando, derrumbada, estremecida hasta el tuétano, hasta la última raíz. Amada. Pero no me miraba, no lo hizo en toda la noche, no quería. Y yo sabía el porqué. La realidad es inexpugnable, mi ímpetu, brioso, podía encender su abigarrado corazón… no podía mirarme, no podía permitírselo, pudo el primer día, el segundo, el tercero. Pero ya no podía más. Se giró, yo maldecía mi desdicha, volvería a resucitar, se me hundiría su recuerdo en el olvido, amor sin misterios. Yo, un “farang”, ella, una chica de bar. Sin lugar para la melancolía… sin lugar para la melancolía. Me recordó sin palabras que yo tampoco debería mirarla, que ella también llegó a su frontera y no podía cruzarla, ni yo forzarla… hora del adiós. Quería venir a Chiang Mai… imposible, mi presupuesto llega de sobra, pero no debo, lo vi en lo que no llegué a ver en sus ojos, en ese sedoso velo corrido que formaba su precioso pelo azabache empapado en mi sudor. Romper amarras.

Ahora el Mekong recoge mis suspiros, los agita en turbulentos remolinos y se los lleva al fondo. Volveré a partir con ojos rojitos camino de Chiang Mai. La rabia envuelta en una fina gasa de ansiedad todavía no encontró un antídoto dentro de mi luz. Buscaré un alma nueva posando en otra bella flor, buscaré un alma nueva libando en otra bella flor. Amé la bala con que maté, amé la bala con la que ahora moriré. Alma en harapos, recogida, trozo a trozo, camino de la próxima frontera. Camino en silencio, camino sabiendo que pronto volveré a ser patria de libertad, preñado de deseo, con las pupilas al acecho ante la próxima batalla. Solo el corazón sabe si volveré…”

Y al final, partir.

“Partir de Nong Khai dejando relegada al olvido a una preciosa mujer que me dio mucho del aliento que hoy me regala la vida. Una mujer de envidiable humildad y tesón por sacar adelante su familia. Una mujer. Siempre es cuestión de dinero pero hay matices alejados a la sombra del baht que marcan una gran diferencia entre distintas mujeres. Otra enseñanza recogida en la mochila, otra lección para no olvidar. Sociedad tailandesa de matices infinitos, ocres, brillantes… mujeres de diversa condición.

Entonces supe que era momento de desaparecer. No hoy, mañana. Hoy recojo algunas experiencias en este blog, anclado a la vera del Mekong, suspiro porque no quiero ir a Koh Tao, amargado, entristecido, pero he de abandonar a Pa, mi presupuesto supura heridas de guerra, y yo ya no le puedo aportar más que inconvenientes. Tiraré a Bangkok, después Koh Tao. Ya no quiero dormir con Pa, ahora quiero regenerarme de nuevo. En soledad, yo y mis pensamientos. Le dije a Pa que la buscaría a mi regreso, ella sabe que no miento, como un amigo, como regresé a Chiang Rai por Jo. Partir abrazado al desconsuelo, dejando tras de mí huellas profundas, imborrables, que no son sino un “hasta pronto” teñido de desazón…”

Y llegó, meses después, mi “hasta pronto”, mi promesa cumplida. Ahora es difícil para mí describir en palabras algo que pertenece al corazón y que nunca podrá y ni tan siquiera dejaré que sea borrado. Alguno dirá que es absurdo, que tuve que darle dinero porque viniera conmigo, que no debería ser difícil de olvidar… y es cierto, pero aún así, lo obvio, lo que queda, es que pasamos una docena de días increíbles. Hablar de Pa es hablar de la miseria, el paroxismo, el cruel destino que es inherente a Isan, como si fueran 2 seres gemelos, Isan y la miseria que desemboca en promiscuidad, enroscados como una boa en una presa desahuciada, 2 realidades paralelas que pasean sus desgracia por antros conquistados por hordas de extranjeros en remotos lugares como Pattaya, Bangkok, Phukhet o Chiang Mai. Isan, yerma y baldía, no se nutre de una tierra fértil y agradecida sino que es una sucesión de parajes desangrados que sí son bélicos pero no llegan ni a los páramos de asceta que reflejaba Machado de la honda Castilla. Ruines, pobres y recios, el milagro del arroz solo florece una vez al año y, en ocasiones, ni eso. Y la gente sufre de inanición, de miseria, de enfermedades olvidadas en un primer mundo tan olvidadizo como desconsiderado. Allí tiene sentido la figura de Pa, con sus tres hijos, su herencia lastrada a su porvenir y su fe, pétrea, inquebrantable, una mujer que me dio tanto a cambio de casi nada, una mujer que vendía su preciado Don femenino a seres grises, tan podridos como podía estarlo yo en aquel momento. Y que algo me decía que ella ya no estaba allí, aunque yo lo deseara. En unas horas lo sabría.

Trato de revivir cada segundo, cada décima, añorada y perseguida, ahora que me siento hecho de otro material, sin época ni matriz, un Fausto deseoso de ese Mefistófeles transformado como reventar fronteras en forma de pueblos innombrables por Laos, Camboya o Vietnam. Me veo feliz y satisfecho en la distancia aunque ahora mismo no sé qué sentido tomará la partida de mi próxima vida si vuelvo a encontrar a Pa. Si me vuelvo pendenciero o no giro mi rumbo. Si me enroco en despojos del corazón o fundo patria del porvenir desconocido. Si me amarro a lo fácil y desprecio tormentas o si echo mi cuerpo insensible a la lluvia y el barro en noche cerrada y húmeda. Algo caído del cielo, brotado de una flor, marchito pero poderoso, legañoso, tembloroso… solo busco mi ritmo. Helado, ardiente, sudoroso, pálido… solo busco mi fe… caído, erguido, pudoroso… acaso busco que, ahora que ha pasado el tiempo en meditación calma, el Buda Phra Sai me desvele el futuro. Pero, en unos minutos, me giro y salgo, indefenso y confundido, a buscar mi destino, mi venenosa flor nocturna, mis versos de sangre espesa de Octubre.

Regresé a la guesthouse con el pulso acelerado y un ligero tembleque que desenmascaraba mis nervios. Hora de la verdad. La iba a llamar… justo en el momento en que apareció Mathieu, un buen amigo vasco-francés con el que pasé muchas horas charlando de esa India remota y hostil donde él empeñó buena parte de su vida y su salud. Solía trabajar como guía turístico en la zona de Himachal Pradesh, llevando a grupos de franceses de trekking por las montañas periféricas del Himalaya hindú. En una ocasión algo salió mal y perdió gran parte de la vista, cegado por el sol que se reflejaba en una pura y calcárea nieve. Varias operaciones y tormentos después la sentencia era inapelable: casi ciego para siempre. Consiguió una inutilidad, una buena paga que le permitía vivir desahogado. Hasta que llegó a Nong Khai, conoció a una chica, una amiga de Pa y, visto lo visto, parecía empezar a echar raíces a la vera del Mekong.

-Has vuelto. Lo sabía, sabía que ibas a volver… como lo hiciste antes-. Nos fundimos en un sentido abrazo. Mathieu era otro de los pocos amigos que hice en una localidad donde el sedentarismo es una maldición que parece abrigar a todos los que dejamos parte de nuestras ilusiones en sus calles.
-Siempre regreso, Mathieu. Ya sabes-.
-Voy a cenar algo-. Dijo con una sonrisa amplia. –Vente, te invito y charlamos un poco como solíamos-.
-No puedo… debo ver a Pa. ¿Sigue por aquí?-. Debió captar que me temblaba la voz, hubo un momento de pausa, me miro a los ojos.
-Si, si… Pa. Sigue por aquí-. Me iba a reventar el corazón. Casi hubiera deseado que se hubiera marchado, que no pudiera volver a verla. –Pero ya no trabaja en el bar. Encontró un trabajo en una cafetería y dejó aquello. Ya sabes que no le gustaba, contigo era feliz. No fue fácil cuando te fuiste-. Frunció el ceño. –Dejaste de llamarla. Perdió tu rastro. No le diste ni tu número de teléfono-. Lo dijo con tono de reproche, apagó un poco la voz. -Ella tenía fe en ti. Le diste muchos ratos agradables-.
-Para mí no era fácil. Estaba a miles de kilómetros y yo no puedo darle el sustento que ella y su familia necesitan. Ella lo sabía. Fui honesto con ella, alargué mi estancia aquí todo lo que pude… por ella. Sin embargo siempre hay un hogar al que regresar-.

Mathieu escuchaba con atención, pero él ya me conocía, todo esto lo había hablado en multitud de tardes con él, regados de cervezas. No dijo más que un “luego estamos y charlamos. Me da mucha alegría verte de nuevo, David”. Asentí con humildad porque conozco su corazón teñido de pureza.

Había andado 20 metros pero se dio la vuelta, regresó y se sentó a mi lado. Imaginaba qué estaba ocurriendo, lo imaginaba. Mathieu volvió a fijar su mirada en mí, dejé el teléfono a un lado.

-Hay algo que debes saber. Pa tiene novio ahora-. Me bajo el pulso, miré hacia el horizonte, desconsolado. Era algo que podía haber supuesto, pero debía ser fuerte porque yo había puesto mucho para que eso fuera así con mi desidia y abandono. –Es un señor belga. Ella está feliz. Trabaja aquí cerca, suele entrar a trabajar a las cuatro o cinco de la tarde-. Me señaló la localización de la cafetería alzando el brazo. -Pásate a verla mañana, le hará mucha ilusión verte. Nunca, nunca jamás tuvo una palabra mala para ti-. Se levantó y, esta vez sin palabras, se fue.

Me quedé confundido, mirando estúpidamente a un cielo ya sumergido en el negro azabache, punteado de brillantes estrellas y una preciosa y gigante luna creciente anaranjada. Rumiaba mi desdicha, pero ya no tenía solución. Era absurdo llamarla ya, arrastré mis pies por las frescas losetas y me sumergí en unas sábanas más heladas que nunca. Daba vueltas desconsolado porque la echaba de menos pero ya no tenía solución. Mi responsabilidad y la suya eran antagónicas, como dos polos opuestos. Cada uno trazamos nuestro sendero y, en el fondo, debía sentirme feliz por el tiempo que pasamos juntos. Ya nada podría robarme las clases mutuas de inglés y thai, los entrañables momentos de risas en la penumbra de un karaoke, los desayunos envueltos en sudor, su bella sonrisa de recién despierta, las duchas en común… Sin saber muy bien cómo acabe dormido, hundido en pesadillas de tormenta y, al despertar, el tenue humedecimiento de mis lágrimas sobre la almohada aún no se había secado.

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Visité de mañana Wat Khaek con un delatador arrastrar de pies que casaba a la perfección con mi estado anímico. Un duro revés antes de empezar una ruta que se presumía larga y tan agotadora como enriquecedora, una ruta que ahora se disfrazaba más de abismo que de ilusión. Pero era mi sino, mi sendero, mi abrazo con el Río Madre tantas veces soñado en la distancia, mi compromiso a parir estos párrafos que ahora lees y todos los que siguen. Wat Khaek es un delicioso “totum revolutum” obra del fallecido artista local Luang Pu Bunleua Surirat. Es un pastiche demoledor donde nada tiene sentido, una insurrecta obra propia de lo que fue el cerebro en constante ebullición de este genio aún no debidamente reconocido. Paseaba por allí admirando Budas, Nagas, seres propios de religión hinduista como Airavata, Indra y tantos otros. Recordaba como un idiota enterrado en la melancolía los buenos momentos que pasé con Pa en el cercano Buda Park, al otro lado del Mekong, cerquita de Vientiane, la otra obra cumbre de este personaje. Mi imaginación volaba, deseaba volver allí, revivir tantos buenos momentos, pero luego todo se me diluía como en la pesadilla en se había convertido mi aquí y ahora en Nong Khai.

De regreso me dio tiempo de emborronar unos párrafos, de volver a regarme en agua helada, de fumar un par de pitillos, de pensar y mascullar mi derrota, mi responsabilidad. Igual no debería haber regresado, igual podía haberme ahorrado ese interminable estado de ansiedad, igual debía haber dejado todo tal y como estaba, seguir viajando, fundar nuevas fronteras y escalas… pero, quién sabe, quizás me pudo el peso de la responsabilidad, de saber que con probabilidad había hecho algo no del todo bien, que debía purgar mis actos. Y, seguramente por eso, visité a Pa esa tarde. Creo que se alegró pero eso no evitaba que estuviera fría y muy distante. Inevitable por otra parte. Charlamos un poco de todo, de dónde me había metido, de por qué no llamé, de por qué la había abandonado. Pero no había llegado la hora de los reproches, de hecho ya se nos había consumido esa etapa, igual que se nos fueron los buenos tiempos. Todo tornó a mejor cuando le comenté, emocionado, que me alegraba profundamente de que ahora fuera todo un poco más sencillo para ella y su familia, de que tuviera dinero para poder cuidar de ellos. En fin, qué contar, se nos pasó el momento en un suspiro y una fría despedida, un hasta pronto musitado con una leve sonrisa cerró este capítulo quién sabe si definitivo.

Cuando salí de la cafetería descendí a la vera del río, acurrucado en su terrosa orilla, ya no me parecía tan hermoso Nong Khai, ya, por momentos, dudaba hasta de mí, de mi soledad. Observo el futuro, Laos en la otra orilla, pero me puede la melancolía que me devora en oleadas irrefrenables. Hablo con mi madre, le susurro al río, le ruego que me dé fuerza para continuar, para seguir comprendiendo, para no demorarme y poder forjar mi destino, para no perder la fe que siempre me guió por su vereda, para llevarla siempre bien ceñida a mi pecho, a mis pies. Luego, en unos minutos y ya recuperado, entiendo que me llegó la hora de partir, de rehacerme y de volver a vivir. Pa, para bien o para mal, se me había quedado atrás.

Pero el destino no entiende de corazones afligidos ni rutas venideras y, al subir de nuevo las escaleras, Pa me está esperando.

-Hay algo que debes saber-. Dice con una sonrisa. –Mi novio se va el día 1 a Ranong para 10 días. Me quedo sola. Quédate y pasamos unos días juntos. Me haría mucha ilusión-. Otra vez una interminable zozobra se apodera de mí. Vuelta a las dudas, pero ya he sellado mi destino con el río, me he vuelto fuerte con la coraza de la próxima ruta y noto como Pa se me disuelve en las entrañas. Le digo que no puedo quedarme estando así las cosas, que marcho a Laos, que lo pensaré, que seguramente esos días voy a estar en Vientiane, al otro lado del río, que no me costaría nada volver a entrar en Tailandia. Pero noto que somos historia, pasé mi luto. Aún y todo, le prometo que lo pensaré y la llamaré si decido entrar a verla, como un amigo simplemente, tal y como hemos estado hoy. Cuando nos alejamos en sentidos opuestos, a los pocos segundos, ambos sabemos que regresaré a Nong Khai. Muy pronto.

5. Entrando en Laos

-¿Qué es lo que vienes a ver?-. Me comenta con simpatía un orondo turista de tez pálida, rostro redondeado y un aspecto desaliñado y presuntamente desaprensivo embutido en los sagrados shorts y camiseta de tirantes que parecen el traje oficial de todo extranjero de turismo por Tailandia. Los regueros de sudor le tiñen de oscuro parte los laterales de la camiseta. Le miro con desdén, es primera hora, acabo de abandonar las legañas pero no la necesidad de horas de sueño, ni he desayunado y me veo compartiendo un bus que cruza el Mekong en el “No Man´s Land” que hace en este tramo el río en el paso fronterizo Thai-Lao de Nong Khai. Tiene toda la pinta de ser uno de los numerosos falang de cartera abultada que, después de enrollarse con una joven Thai que podría ser su hija, se acercan a Vientiane para tramitar un nuevo visado en la embajada tailandesa.
-En realidad no busco nada, solo convivir y un poco de conocimiento cultural-. Le sonrío desangelado, mohíno, y rápidamente capta que socializar no es una de mis preferencias en esas primeras horas de lunes, cosa que hoy me reconforta especialmente después de ver como el ancho falang, no muy conforme con mi indiferencia mañanera, se ha ido a abrazar a una joven chica oriental tal y como suponía. Enseguida llegamos al puesto de inmigración Lao que no es sino una casucha de paredes finas de ladrillo y una tejavana metálica que debe ser un tormento acústico cuando llega la lluvia torrencial. Alargo la mano con el pasaporte y, regla número uno de cualquier puesto fronterizo, sonrío a un tipo Lao de gesto hosco, más alto que la media, negro como el carbón, de nuevo más que la media, que me pide que espere sentado en un adyacente banco tras recoger los treinta dólares, una foto y la hoja con mis datos que sobresalían del salvoconducto. “Demasiado moreno para ser Lao bajo” pienso, “y también quizás demasiado alto”.

Laos, étnicamente, es un territorio de amplía mayoría Tai, son Lao en su subgrupo, por supuesto, pero toda la población a su vez se divide en varias ramas para diferenciarlos por origen. Lo cierto es que aunque pueda parecer que la diferenciación se debe a algún condicionante físico, como rumiaba yo en el puesto fronterizo, no se debe sino a una organización más o menos territorial y de circunscripción, a saber:

1.Lao Loum (Lao de tierras bajas). Forman cerca del 70{2c2ae726e8acade9e770c1f4b4ab1f116dd729e434f88a54d52bdba19aa0250e} de la población laosiana y habitan en los valles fluviales y en las tierras bajas, incluye a los subgrupos Tai tanto Lao, principalmente, como Phuan y Phuthai de modo minoritario.

2.Lao Theung (Lao de tierras medias). Descendientes de antiguos grupos Mon-Khmer que habitan las montañas de la zona centro y sur. También ampliamente conocidos como Khmu, Khammu o, simplemente, Kha. Se cree que fueron los habitantes en origen del norte de Laos antes de pasar a ser desplazados a la zona sur por la emigración masiva a tierras del sudeste asiático de la gente Tai desde China. Representan un 20{2c2ae726e8acade9e770c1f4b4ab1f116dd729e434f88a54d52bdba19aa0250e} del total.

3.Lao Soung (Lao de tierras altas). Grupos casi marginales que habitan en las zonas altas de las montañas e incluyen grupúsculos de Hmong, Dao o Shan y que representan un porcentaje cercano al 10{2c2ae726e8acade9e770c1f4b4ab1f116dd729e434f88a54d52bdba19aa0250e} del total.

Obviamente, queda claro que el término laosiano o Lao no hace escrupulosamente referencia a descendientes de etnia Tai, aunque, repito, gran parte del país sí encaja con esta definición ya que son los más próximos en una ruta turística estándar por el país amén de ser el grupo con más poder en el país (algo similar a lo que sucede con la etnia Bamar en Myanmar). De hecho, la gran mayoría de los personajes con quienes conviví, vivencias o historias relatadas aquí u otras que fueron llegando a mis oídos en toda la ruta por este país son íntegramente patrimonio de la gente Lao Loum.

Subo al avión, deseoso de recuperar un tiempo que se volatilizó en Nong Khai, recordando cómo había escrito anteriormente algo de la ciudad de Luang Prabang y, ahora que me aprestaba a volar a ella y a revivir muchos bellos recuerdos y nuevas experiencias, retornaba a mi mente la leyenda de esta encantadora ciudad cuya resumida historia arranca bajo mandato de Khun Lor, después de la cesión de su padre, Khun Bulom. Es destacable como tras unos siglos de alternancia de control fáctico por parte del reino de Nan-chao, con base en Yunnan (personalmente siempre he considerado que, histórica y culturalmente, gran parte de esta provincia China debería ser considerado parte del sudeste asiático), junto con una época de dominio khmer más o menos clara, uno llega a la figura de uno de los líderes políticos básicos para entender Laos como fue Fa-Ngum y su poderoso imperio, precursor de Laos, llamado Reino de Lang Xang (o reino del millón de elefantes, es anecdótico como los distintos subgrupos étnicos Tai acostumbran a nombrar sus reinos con factores numéricos como puede ser Lanna -un millón de campos de arroz- o Sipsongpanna -12.000 campos de arroz-), probablemente 2 figuras, el gobernante y su reino, que cualquiera interesado en este país debiera, al menos, conocer ligeramente ya que no en vano este poderoso rey fue el primero en crear un estado unificado de gente Lao.

Nos situamos un poco antes del año 1354, época en que el nombre de la actual Luang Prabang ya había sido cambiado por Chantaphanit, un gobernante legendario, de Muang Sua a Xieng Dong Xieng Thong (xieng es como chiang en idioma Thai, es decir, ciudad, dong se piensa que hacía referencia a río y thong a oro). Un joven Fa-Ngum, de quien los registros históricos son débiles y contradictorios en ocasiones, príncipe de la poderosa Xieng Dong Xieng Thong, y que se había criado en la imperial ciudad Khmer de Angkor en la que su familia vivía exiliada, se encuentra, una vez desposado con una joven princesa Khmer, con que el propio monarca de aquel imperio, Jayavarman, le oferta una legión de 10000 hombres para que conquiste su tierra de nacimiento y pueda así gobernar el reino que le corresponde ya que su historia personal se funde y mezcla con la del legendario Khun Lor. No en vano, políticamente, uno de los principales anhelos del monarca Khmer era recuperar influencia en toda la zona Lao y cómo mejor que instaurando un monarca pro-Khmer. Fa-Ngum se muestra como un animal de batalla, un luchador bravo colmado de pundonor, y bajo su ejército y ansias imperiales caen, entre 1349 (otras fuentes marcan 1351) y 1354, las tierras del sur y centro de Laos y periféricas, Muang Sing, Muang Huom, Pakbeng, la meseta de Khorat en Isan… un largo rosario de territorios que darían forma al glorioso reino de Lang Xang que va tomando forma en 1353 con la conquista de las fundamentales ciudades-estados Lao de Xieng Khuang y Xieng Dong Xieng Thong, la ciudad que bajo gobierno de Visoun, en la segunda edad dorado del reino, comenzaría a ser conocida como Luang Prabang, para ser con la definitiva anexión del mueang (ciudad-estado) de Vientiane, en 1354 (otras fuentes hablan de 1353), cuando consigue dar forma definitiva al núcleo de su reino Lao y es coronado rey en esta misma localidad. Orgulloso de sus hazañas da nombre al reino en honor a su formidable ejército, en el que sobresale como animal de guerra el elefante, para posteriormente instaurar el Budismo Theravada como religión oficial (aunque varias fuentes indican que éste ya estaba fuertemente establecido en toda la región). Probablemente el gran logro de su reinado lo suponga el hecho de que estableció unas bases políticas para un estado Lao de futuro aunque su tradicional concepción de mueangs desconectados hacía que, aunque las provincias rindieran pleitesía a un monarca central, cada una de ellas se administraba de modo autónomo, algo que sigue ocurriendo en cierta medida incluso ya bien entrado el siglo XXI. Resulta imposible no remarcar las similitudes que se dan entre las figuras de Fa-Ngum en Laos y Taksin en Siam, ambos guerreros eternos, brillantes estrategas, severos y recios gobernantes… y ambos padecieron del mismo triste final, arrinconados por sus propios sirvientes, ya que si Taksin, quien unificó Siam tras expulsar a los birmanos y vencer a los señores de los distintos mueangs que conformaron el reino, fue depuesto por sus ataques de locura (se veía como un futuro Buda y creía que su sangre se tornaría blanca), Fa-Ngum fue depuesto por una corte de ministros tras veinte años en el poder ya que tenía una actitud muy liberal y se dedicaba a cortejar a las concubinas de distintos ministros llegando incluso a cometer adulterio (el mismo delito que cometió su padre y dio con la familia expulsada a Angkor) por lo que fue desterrado a Nan (actual Tailandia) donde falleció al cabo de unos años y hecho con el que se selló el destino del considerado históricamente padre de la patria Lao actual. El sueño de Lang Xang perduró con periodos más o menos brillantes hasta 1707 (otros lo adelantan a 1690), fatal año en que se dividió en tres estados: Luang Prabang, Viang Chan y Champassak, que dieron paso a un largo periodo de batallas intestinas entre estos estados amén de periodos de dominación birmana o siamesa. Lang Xang pasaba a ser historia pero la semilla de un futuro Laos ya estaba plantada y solo el transcurrir tiempo lo vería florecer con la magia que tiene en nuestros días.

6. Luang Prabang y su esencia

Arribo al aeropuerto de Luang Prabang y respiro mi buena fortuna con permanente dicha mientras enjuago el gaznate, seco el sudor de mi frente y contrato/comparto uno de esos imposibles taxis que me acerque al centro con un par de alemanes que, al cambio, me permitirá sacar un par de cervezas y unos cigarrillos con lo ahorrado. Y es que Luang Prabang es uno de esos pocos sitios en los que es tan fácil sentirse a gusto de inmediato que parece imposible que pueda llegar un momento en que uno desee irse. Paseo por las amplias calles de la ciudad, flanqueadas por rosáceas azaleas y plumerías cargadas de flores bañadas en suave fragancia y colores en tonos rojizos o amarillos, camino sin rumbo, solo con la plena percepción de haber regresado a una de esas ciudades que respiran historia de un modo tan intenso que uno puede valorar su presencia allí como si se tratara de un extra que se cuela de improviso en producciones caracterizadas por dinastías de reyes benefactores de poder absoluto, un Buda de poder mágico o franceses colonialistas construyendo un “petit” Paris. El tiempo se ha tomado un respiro en todo Laos, pero en Luang Prabang ese tiempo pausado ejerce un indisimulado imán hacia la visita de alguno de sus innumerables templos, testigos vivos de la fe y la pasión que se refleja en esta sociedad por su religión día a día. Y no solo templos, la ciudad es preciosa por cualquiera de sus costuras, no hay encaje feo o puntada mal dada sobre el plano de la ciudad. Charlar con sus gentes, tomar un café de Bolaven tan intenso como ensoñador, perderse por sus templos, en silencio, y caminar, sobre todo caminar, porque aquí todo se reduce a caminar pero con una salvedad: Luang Prabang se vive mejor a media-alta altura. Las fachadas polícromas de las casas en conjunción con los adornados sim de los templos y el vapor endulzado constante de sus cafeterías y pastelerías, herencia francesa, convierte en una película de época reproducida a velocidad lenta, pero con un “savoir faire” genuino e inequívoco, cualquier paseo por Luang Prabang. Si parpadeas ya estas hechizado. Si, es cierto que quizás sea una ciudad que respira en un universo paralelo al rural y sufrido Laos pero, no en vano, ambos forman parte indisoluble de un universo mayor y uno solo aspira a que la torrentera de turistas que cada vez con más aceptación hacen de Laos su refugio permanente no intoxiquen este bello ejemplo de arquitectura colonial y budista tan frágil como único.

Camino, así pues, con más certezas que dudas por las amplias calles de Luang Prabang, ventaja de ser un viejo conocido en la zona, pregunto un poco por aquí, otro poco por allí, busco una pensión acorde con mi mermado presupuesto y, estando en ello, me adentro en una casa de aspecto mustio y desvencijado, voy sin referencias, a lo que salga, me encuentro en un mini hall de apenas 4 por 4, con paredes de trazas de pintura descolorida por corretones de humedades filtradas desde arriba e incluso desde abajo. storia, solo una muestra ínfima de quizás indisimulado orgullo atemporal fuera de lugar atisba en un recodo, a modo de fragmento inmune no desconchado, como recuerdo de lo que debió ser. Las juntas de los baldosines ajados que piso y sacan un ruido seco a cada paso son como pequeñas esteras unidas con algo indescriptible que simula una cola negruzca como la pez o el pecado y todo el conjunto raso, conformado por estas baldosas de colores y tonos tan grises como infinitos y las juntas, es como una colcha tipo password pero en tonos apagados y muertos.Intuyo que debió tener un alegre y casi eléctrico color amarillo chillón pero eso ahora es hi Si no fuera una pensión según reza el cartel del exterior y esto no fuera Luang Prabang juraría que me encuentro en una morgue de cualquier lugar tercer mundista. Acojona tanto que hasta que no cruzo unas palabras con el amigable dueño sigo dudando si no saltará de cualquier esquina un Frankestein, una momia o un drácula sediento de mi recalentado caldo sanguíneo. Aún así, lo adoro, de hecho a los pocos minutos de situarme, una vez recostado en el camastro metálico deslustrado del que cuelgan unas borlas rosadas que pretenden mostrar un poco de categoría, empiezo a valorar lo que me costará encontrar un lugar de idéntico confort en otras tierras. El baño es un cuchitril donde el agua fría viene a caer sobre la misma taza del water, salpicando a unas arañadas y, ahuecadas por la humedad, paredes encaladas. Pero las sábanas matan todo lo anterior porque son de una finura y un blanco deslumbrante que enamoran al primer tacto. Son unas sábanas de esas como de raso engastado en franela en las que uno le gustaría ser envuelto momentos antes de ser traslado a la pira funerario si viviera inmerso en una cultura hinduista, de hecho casi que dan ganas de morirse imaginando la escena o, al menos, sufrir un ataque fulminante de narcolepsia. Un auténtico placer que al roce y al olfato simula una unción con argán u otro de los aceites más suaves y mejor perfumados que uno pudiera encontrar en el Edén. Aquí, salvo esto, el lujo asiático queda a desmano, pero por unos 10$ la noche esta pensión es una ganga en una ciudad que empieza a estar plagada de jóvenes insomnes en busca de una ración de la autenticidad que ellos mismos han robado a Vang Vieng. Sí, claro que al irme voy a echar de menos este acogedor tugurio, pero primero tengo que conocer esta ciudad de valor incalculable.

Wat Xieng Thong (templo de la ciudad dorada) debe ser el templo más conocido de Laos con seguridad, también es uno de los más hermosos, qué duda cabe, y, sin ningún género de dudas, uno de los de más prestigio para la misma población de Luang Prabang. Pero eso no era lo que me había llevado allí, más bien era el pasado lo que me llevaba en volandas a su regazo.

Recordaba, mientras mis pasos parecían querer huir de una sombra difusa y plana que reflejaba los pocos minutos que quedaban de sol y enfilaba el antaño camino de polvo (ahora ladrillo) convertido en barrizal por las lluvias monzónicas veraniegas que daba acceso al templo, que hace tres años tuve la inmensa fortuna de poder disfrutar del recinto prácticamente solo, sin turistas ni jóvenes novicios. Y quería recuperar emociones. Entonces, por aquel tiempo, admiraba los adornos del imponente sim, la colección de budas entre descoloridos y de tono verdoso, con reductos de moho que reventaban cualquier noción de tiempo que uno pudiera suponerles, los murales interiores en oro sobre negro mate y su finísima pátina de gloria vigente en polvo… supongo que debía ser feliz pensando que, incluso si una de aquellas figuras pudiera cobrar vida desde su efímero estado y dirigirse a mí, la ilusión de esa irrealidad no hubiera superado el cúmulo de sentimientos que pugnaban por brotar de mis entrañas en esos instantes ciertos y reales en soledad. Como si la humanidad se hubiera detenido en ese breve y diminuto cruce de tiempo y espacio y una fuerza huracanada la hubiera borrado de la faz de la tierra. Solo para mí. Así, salí hacia la parte trasera y me sacié de aire puro y húmedo que se mezclara con la deliciosa caricia que supone para las fosas nasales el aroma del interior del sim. Porque mucha gente no lo sabe y otros muchos no lo perciben, pero Wat Xieng Thong es olor, no el clásico olor de sándalo en varitas de incienso o cera de velas consumidas todo ello regado del dulce y casi imperceptible aroma de lotos recién cortados. No, ni tampoco el de pintura o teca revenida. Que va. El sim de Wat Xieng Thong huele a Laos, a historia infinita, a ceremonia y a luto, a Mekong que aquí asoma como madre de todas las aguas, pero, sobre todo, huele a fe, a ilusión y a perseverancia de un pueblo que hace del vivir el más preciado de sus tesoros. Y ahí radica su magia, podrás pasar por decenas, centenares de templos, tantos o más como han recorrido mis pies descalzos, pero no vas a encontrar un olor igual y, si acaso, cuando regreses a tu casa, a tu entorno habitual, y quizás un ligero efluvio de algo similar llene tus pulmones, podrás sonreír y alegrarte porque mentalmente regresarás a Laos y sus gentes paseando de nuevo por la memoria de un templo precioso como es este Wat Xieng Thong. Solo dos veces en mi vida he percibido algo similar aunque con menos fuerza, en Byodo-In, muy cerca de Kioto, una de las cunas del budismo japonés, y en el sim del pabellón octogonal en Jingzhen, al sur de la provincia china de Yunnan, no muy lejos de Luang Prabang, otros dos sitios mágicos que darían para mucha conversación.

Aún ricamente intoxicado me senté en un escalón del pequeño ho trai (biblioteca) en la parte trasera y, durante vibrantes minutos, me deje seducir por el soberbio mosaico del árbol de la vida que luce en la parte posterior del sim. Allí me quedé, como un idiota embelesado, como un recluta que no puede dormir al comenzar su calvario militar y observa, echado en la cama, la foto de su novia a la que sabe que no volverá a ver en meses o acaso como ese pobre mortal que, precediendo a Perseo, ha osado desafiar a la Medusa griega y ya solo le espera el hechizo, petrificado, hasta el fin de los días. Inmóvil, en silencio… solo. Y el tiempo, el sol poniente, se cerró como si hubiera sido un chasquear de dedos, minutos que se fueron en un click. Solo la imperiosa necesidad de regar aquella cascada de emociones que gritaba mi interior con una Beerlao pudo, de noche casi cerrada, devolverme de aquel estado etéreo en que soñaba y rasgaba palabras sobre una libreta para devolverme a la calle Sisavangvong y mezclarme con decenas de turistas que apuraban para hacer sus compras o charlaban en derredor de unas tazas de café. Yo ya era inmortal en mi cerebro, bañado de la soledad eterna que me inundó aquel día en Wat Xieng Thong.

Y lo logré, pude revivir parte de aquella magia atemporal, pude olisquear gustoso en el sim, pude pasear en soledad, con la vista hundida en el suelo y las manos a la espalda como tengo por costumbre, poseso por un silencio sepulcral solo roto por los lejanos cantos ahogados de los monjes de un templo contiguo. Y, además, pude comprender muchas más cosas del lugar ahora que iba con los deberes hechos.

Wat

Wat Xieng Thong es un templo que se remonta a1560, año en que fue construido por Setthatirath, uno de los máximos exponentes de la segunda época dorada del Reino de Lang Xang (la primera fue bajo el reinado de Fa-Ngum) y quien no solo construyó este bello templo antes de trasladar la capital a la actual Vientiane sino que también construyo el principal emblema del país que es Wat Phra That Luang en aquella localidad, por entonces Viang Chan.

El templo se asienta en un pequeño jardín justo al final de la lengua de tierra que señala la unión del río Kham con el Mekong, una ubicación intencionada ya que las leyendas, en múltiples variantes, han hecho de este recodo un sitio de marcado interés en la ciudad. Así, hay 3 leyendas básicas que creo imprescindibles conocer para entender el templo y su ubicación. La primera es la que señala que fueron una pareja de ermitaños quienes colocaron aquí una de las cuatro piedras fundacionales de la ciudad junto a un llamativo mai thong (un especie de Butea conocida como “llama del bosque” por sus espectaculares flores rojizas, aunque el hecho de designarse como la palabra oro, thong en ambos casos, no debe suscitar dudas de que xieng thong hace referencia a ciudad dorada), escena que se reproduce en el famoso mural de la parte posterior del sim, el mismo que observé, atónito, durante muchos minutos la primera vez que lo visité. La segunda leyenda es la que recoge la vida de un mercader de betel llamado Chanthapanit que construyó aquí su palacio, adjunto al cual construyó el precursor del actual templo, convirtiéndose así en el primer monarca del reino (los coloridos murales interiores del sim relatan su vida). Y la última, más sobrenatural, que narra la historia relacionada con la creencia generalizada de que este recodo era el hogar de un par de nagas, protectoras del río Mekong, historia que, por otra parte, podría tener una cierta veracidad ya que, no en vano, hasta hace pocos años hubo en el interior del templo un pequeño santuario que honraba a dichas nagas.

Sea como fuere lo que sí es indiscutible es la profunda relación entre el templo y la monarquía ya que toda su vida estuvo vinculado a la misma como punto de coronación de nuevos monarcas o centro neurálgico de festividades reales y no fue hasta 1975 en que, con el triunfo comunista del Phathet Lao y su abolición monárquica, se truncó este estrecho vínculo real. Existía una bella costumbre, no muy conocida o extendida entre visitantes ocasionales, relacionada con el acceso fluvial al templo (actualmente hay tres accesos: el clásico por Sisavangbong, uno escondido por una calle transversal que apenas se usa y, el más tradicional, que consiste en una escalinata que desciende por una ladera y comunica el templo con el cauce del Mekong) y que obligaba al futuro monarca a recluirse tres días en el opuesto, al otro lado del río, y visible Wat Long Khun para orar y meditar previo cruce del río para ser coronado rey el día señalado en este Wat Xieng Thong.

Es aquí, en Luang Prabang, donde las figuras de Pu Nyoe y Ya Nyoe, aparecidos en el mito de Khun Bulom, cobraron especial fuerza ya que fueron nominados espíritus (phi) protectores de la ciudad por Fa-Ngum. En consecuencia, debían estar presentes (representados por figuras simbólicas) tanto en coronaciones como cremaciones reales, así como en festivales importantes como el año nuevo (Bun Pi Mai) en el que se les representaba como dos maniquíes danzando gozosos. Esta tradición se ha mantenido hasta hoy en día ya que son sus figuras las que lideran las procesiones de año nuevo y además la costumbre de representarlos ya se ha extendido de Wat Xieng Thong a otros templos de marcada importancia en Luang Prabang como Wat Manolom o Wat Visoun sin ir más lejos. Siempre aparecen estas figuras secundadas por un león que, según la leyenda, ambos capturaron en el bosque Himavanta cuando era joven y lo cuidaron como si fuera un hijo adoptivo, por lo que el león, en agradecimiento, les protege de cualquier peligro ya que es el más fuerte y poderoso de todo el reino animal. De aquí deriva una costumbre muy extendida en Luang Prabang que consiste en nombrar a hijos o elementos reales con el prefijo sing (león), por ejemplo los nombres propios Singkham o Singkeo, o conceptos reales como singhanaht (rugido de león, aplicado a la poderosa voz del Rey), singhad (cama del león, en este caso del Rey),…

Aparte de esta vital importancia en festejos como el año nuevo, la reverencia a estos espíritus se hace especialmente palpable en el octavo día del sexto mes lunar cuando se celebra un festival en su honor que atrae a buena parte de la ciudad.

Wat Xieng Thong, pese a sus innumerables reparaciones y anexión de nuevas estructuras, y su especial sim en particular, es parte integral del mejor patrimonio cultural del país y elemento clave para entender el conocido como “estilo Luang Prabang” de arquitectura religiosa.

7. Alguien peculiar

Cuando regresaba de patear la ciudad, esquivando felices turistas montados en bicicletas (algo que parece haberse puesto de moda de un tiempo a esta parte), aún embriagado por la explosión de color y fragancia que suponen las buganvillas versicolor, solía tomar un trago con el dueño de la pensión todas las noches en una especie de buhardilla abierta que se abría a la calle en el segundo piso mientras el aire templado acariciaba nuestros rostros. Era apenas una mesa de teca, de patas ajadas e incoloras que no disimulaban el peso de historia longeva, ajada, que cobijaban y 2 sillas de mimbre que contrastaban con la recia y blanqueada barandilla de torneados listones y un plinto que apenas levantaba un palmo del suelo, claro ejemplo de herencia francesa. Enviudó hacía varios años y, desde entonces, sin descendencia, penaba diariamente su melancolía en esa hora bruja cercana a la medianoche. Era la única manera que conocía de reencontrarse con su difunta esposa. Se servía una taza de aromático café amargo, me sacaba, Dios sabe de dónde, una cerveza helada y, por muchos minutos, no hablábamos de nada, solo observábamos a los transeúntes pasear y ver cómo la calle se transformaba de algo animado y vivo a un espectro sin vida que entraba en letargo hasta la próxima salida del sol. Tomaba sorbos cíclicamente y echaba hacia atrás la cabeza mientras susurraba con un fino hilo de voz algo imperceptible al tiempo que una tímida sonrisa se dibujaba en su rostro. Era un hombre peculiar, inolvidable. Minuto tras minuto parecía que una especie de embrujo se adueñara de nosotros y, solo muy de vez en cuando, dirigía su vista a mi rostro, suspiraba, pretendía romper la ensoñación y, posando su mirada en mis pies, carraspeaba para melódicamente pasar a iniciar alguna breve conversación que siempre finalizaba con alguna alusión a alguna leyenda que yo escuchaba y trataba de memorizar en sepulcral y respetuoso silencio:

-¿Subiste a la montaña Phusi hoy?-. Dice mientras pasa su rugosa mano por la superficie de la mesa, rítmicamente, como quien acaricia, después del amor húmedo, el sedoso pelo de esa mujer amada a la que finalmente ha conquistado tras años de pasión y deseo reprimidos.

-Todavía no. Quizás mañana-.

-Todos estos jóvenes falang solo piensan en divertirse y dormir con chicas bonitas, pero aquí hay espíritus a los que honrar, leyendas inolvidables y puras, saberes ancestrales… debes subir a Phusi, verás las montañas, y entonces, cuando regreses, tomaremos tragos de lao lao y te contaré algo ya que pareces interesado en nuestra cultura-.

Lo cierto es que no hizo falta que subiera para que, esa misma noche, me contara la historia que empezaba en Phusi observando las lejanas montañas de la ribera este del río Mekong, aún así tampoco nos faltó tiempo para tomar tragos de lao lao mientras desgranaba otras circunstancias y añejos saberes propios de los Lao o de Luang Prabang.

Recuerdo que en otro momento, a última hora, cuando ya apenas quedaban unos perros moribundos que descansaban en los aledaños del cercano Wat Mai, se quedó mirando fijamente a un can color canela, de estos de mil padres, sin raza definida, tan pequeño y rabicorto como enfermizo y débil en apariencia.

-Allí, en Sapein, ¿vuestro Dios cuida de los perros?-.Dijo con indisimulado interés mientras vertía otra taza de humeante café y esperaba ansioso que se posaran los pozos para sorber un trago.

-Allí antes era parecido a esto, en los pueblos los perros tenían un dueño y vivían libres, no conocían las cadenas, y tampoco eran el capricho de ningún urbanita desamparado. Eran libres y se establecía una relación de respeto y cariño entre los ciudadanos y los animales. Pero ahora todo eso cambió, los perros viven encerrados en casas de unos pocos metros cuadrados, ya no comen huesos ni sobras, son considerados parte de las familias modernas aunque para ello les hayan suprimido su libertad y naturaleza. Si salen a la calle van atados e, incluso, llevan un bozal para no ladrar. Dicen que es por beneficio de la sociedad porque como son animales poco higiénicos y salvajes hay que tenerlos controlados. En realidad esa no es mi manera de entenderlo, pero…-.Encojo los hombros y me trago una muestra de absoluta disconformidad con la realidad de mi tierra ya que añoro una libertad y respeto que encuentro permanentemente en cada bocanada de aire que aspiro por la tierra Lao.

Me mira confundido, dudo si ha llegado a comprenderme, ladea la cabeza y sigue hablando mientras vuelve a perder su mirada en uno de los cielos estrellados más hermosos que jamás podrán contemplar tus ojos. La inmensa luna generaba, si cabe, un matiz aún más intenso de interés en la figura del enjuto dueño de la pensión que simulaba, para mí, una enciclopedia cuando abría la boca.

-Los perros no son animales sucios, más bien son higiénicos-. Suele liar una especie de cigarros con una hojas verdes y finas, con hebras y todo, similares a los cheeroth birmanos, prende uno de ellos y paladea con calma mientras las arrugas de su rostro, al contraluz del brillo lunar, simulan surcos en campos arados alumbrados una vez se difumina la neblina de su tabaco y en los que momentáneamente se posan mosquitos que rápidamente desaparecen acaso espantados por el incienso especial que ponía todas las noches al pie de la barandilla. –Aquí en Laos contamos una historia acerca de eso…-.

Así conocí la historia del perro y su manera de mear. A veces resulta abrumador como el inherente deseo humano de dar un sentido a todo puede generar historias tan simples y hermosas como esta en la que valores aún vigentes en la sociedad Lao y acaso olvidados en occidente como el respeto y la perseverancia lucen como neones brillantes.

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