Mercerreyas

Salvador exprés

Viernes, 15 de mayo de 2015

 

Salvador exprés

Salvador expres

¡Cuánto cuesta volver a pasar por las fotos de esa pensión que no ha cambiado de nombre ni de aspecto pese a los años transcurridos! Ya creía saber qué pasaría cuando volviera a hacer el check-in, ya sabría cuánto te echaría de menos; sería consciente, una vez más, de cómo sabía la cerveza Brama de malta que se vende en el colmado de enfrente de aquella pousada. Luego certezas y más certezas a bordo del tubo metálico, rumbo a la capital de Bahía. Cuando el avión vira y enfila la pista del aeropuerto, las lucecitas de esa magia negra llamada Salvador abrazan y nos suman a la vorágine que aquí es desenfreno las veinticuatro horas del día. De vuelta en Salvador, tu espíritu nos hará de faro que alumbre el camino.
Esta vez me ha tocado regresar solo, madre. Casi. Iñaki hace de ti una vez que comprendimos que tu patria se hacía infinita. Él, todos los demás y yo. Salvador, la de todos los santos, sigue siendo a la que todos apuntan como núcleo fundacional y desarrollo de Brasil. Su germen. Su corazón. La ciudad que, ésos mismos todos, coinciden en destacar que no tiene nada que ver con el Brasil de hoy, con sus negros todavía africanos, con su candomblé, con su decrépito espíritu portugués, con su, en resumen, amor de cabloco que envenenaba también a blancos como Jorge Amado. Brasil se parió aquí y, sin embargo, ahora nadie se atreve a llamarla madre. Otra de las grandes paradojas de este maravilloso país.
Solo teníamos unas horas allí, pero suficiente para soñar con otro par de bolsas de leche que nos garantizaran una primera fila en otro festival de percusión. Allí donde la gente bailaba y tú veías el espectáculo solo con ojos para mí. Porque era solo yo, éramos solo tú y yo. Allá donde fuera, tú a mi lado. Sin tu abrazo, ahora en el regreso puedo comprender que, al fin logrado, Salvador nunca dejará de ser un decorado de fachadas multicolor tras cerúleo cielo, un cariño mutuo que nos arrancaba la piel.
Hicimos guardia en la misma pensión, en la misma habitación. Iñaki quiso cederme la cama grande, la tuya, pero yo me volví a acurrucar en la litera de grumete, poseso de ese demencial aroma a humedad y salitre que aquí te hace pegamento. Y soñar con algún día saber viajar como tú: sin olvidar nunca que cada viaje, cada día de ruta, es un partir de cero y nuevo aprender desde la humildad de quien aún no sabe nada.
De alba partida, este Salvador sigue hipnotizando con su barroco exagerado, tan idéntico por momentos a la Oaxaca de Juárez, allá en México. También de calles como terrones de colores desechos tras un calor tropical y unos mariachis que aquí son mulatos preñados de bombos en son-son-son. Color, calor, olor, sudor y temblor de tímpanos que agita unos pies que acaso nunca fueron nuestros. ¡Cómo diablos no te iba a echar de menos pisando Salvador, nuestro mundo en un pañuelo! Tras meses de angustiosa espera, Salvador se volvía a hacer nuestro en iglesias como la de San Francisco donde el hasta el Tedeum parece susurrado en ritmo por querubines mutilados y angelicales. Y es que imaginar Brasil sin recorrer la percusión y ecléctica cultura del estado de Bahía se hace imposible si nos atenemos a la certeza de que cerca del noventa por ciento de los brasileños presentan en su genética algún antecedente puramente africano. Lo bueno es que en ese diez por ciento restante habitan tipos como Claudio, argentino, enamorado de las piedras, aún más de las esmeraldas que hacen del estado de Bahía un auténtico paraíso terrenal. Del Río de la Plata, acunado en Brasil, la solución a su expatriada ecuación era obvia: ya había tenido problemas con el resto de la población que no era como él, pero no se le notaba una vez que sabía enmascarar las cicatrices. Siendo vecino del sur uno nunca sabe si los navajazos se los ganó por estirpe o casualidad, pero bien llevados, sí que los llevaba.
Fui a visitarle de mediodía, pero ya se había hecho Bahiano: dormitaba de día, bailaba de noche. Quizá se había convertido en otro capitán de arena de los de Amado. Y el tiempo, mecidos en caipirinhas y ritmos africanos, nos evaporó hasta ponernos en ruta a la Chapada Diamantina. Salvador, nuestros pasos de dos años atrás, en pausa hasta dentro de cuatro días.
P.S. Ya recorriendo la Chapada Diamantina, con una primera y decepcionante visita a los poços encantado y azul. Esperaba bastante más de este sitio, la verdad. Quizás (espero que) mañana y pasado se arreglen un poco las cosas entre la cachoeira de fumaça y el morro de Pai Inazio. Lençois, pueblo precioso que hasta ahora es lo mejor, solo tiene un defecto: el wi-fi es pésimo con multitud de cortes y velocidad de móden de los de 56 kbps. En consecuencia solo os puedo dejar tres foticos de la visita relámpago a Salvador, lugar al que regresamos en tres días. Brasil, su nivel de vida equiparable al nuestro en precios, obliga a gestionar a fondo cada segundo (es decir, acumular fatiga de visitas en la misma proporción a como se pierden horas de relax y escritura) aunque, eso sí, entre precios y fama de inseguridad esto es un paraíso particular con un nivel tan bajo de viajeros que el relax e interacción con locales es tan intenso que me recuerda, inevitablemente, a la vertiente más turística del añorado sudeste asiático de hace diez años.
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