Mercerreyas

Leyendas de Luang Prabang (extracto «Río Madre»)

Miércoles, 29 de junio de 2016

Kanghi

Kanghi

Salvajes olas que hicieron imposible a Kanghi seguir

En un tiempo muy lejano vivía en la región un humilde leñador que vivía con su esposa y sus doce hijas a las que llegó un momento en que, debido a su extrema pobreza y su incapacidad para alimentarlas, se vio obligado a abandonar en el bosque. Éstas, desamparadas, vagaron unos días hasta que finalmente una mujer ogro las encontró y, piadosa, decidió criarlas junto a su propia hija llamada Kanghi.
Así transcurrieron los años, las jóvenes se hicieron adultas y, finalmente, llegó el día que tomaron la decisión de escaparse ya que su entorno era el de los humanos. Huyeron raudas y la mujer ogro corrió tras ellas para darles alcance y, justo cuando estaba a punto de ello, las mujeres alcanzaron y se escondieron en la sima conocida como “Rey de los toros” y en la que la mujer ogro no podía entrar por lo que ésta debió ceder en su empeño y regresar a su hogar. Las mujeres continuaron su jornada, anduvieron y anduvieron, hasta que finalmente llegaron a una ciudad en la que vivía un poderoso rey quien, nada más verlas, se enamoro de ellas y decidió casarse con todas.
Una vez que este hecho llegó a oídos de la mujer ogro, enfureció y llegó un momento en que solo deseaba venganza, por lo que se transformó a sí misma en una preciosa joven y fue a visitar al rey quien, al verla, decidió también casarse con ella y hacerla su reina. Para la transformación decidió dejar en su casa de origen su corazón, ya que así sería inmortal porque, como todo el mundo sabe, los ogros solo pueden fallecer si se atraviesa este vital músculo.
Trazó su plan y así, antes de que pasaran unos meses, la reina enfermó, no comía, adelgazo en extremo y su aspecto tornó a pálido por lo que ella misma solicitó al rey que consultara con un astrólogo para que determinara el motivo de su enfermedad y, una vez tuvo convencido al monarca y cuando ya se encontraba sola, volvió a convertirse en un astrólogo y huyo de palacio para esperar la llegada de los emisarios del rey que iban a ir a consultarle. Una vez éstos llegaron les explico que el motivo de la enfermedad de la reina no era otro que las doce concubinas por lo que, como sacrificio, el rey debía sacarles los ojos a las doce hermanas y llevárselos al astrólogo. De lo contrario, la reina moriría. El rey, enamorado sin remisión de su reina principal, accedió y, después de sacar los ojos a las hermanas, se los llevó al astrólogo quien, a su vez, se los envió a su hija Kanghi para que los cuidara.
En aquel momento, las doce hermanas estaban en estado y encerradas en una cueva sin comida por orden del rey. Sumidas en la desesperanza, llegó finalmente un momento en que debieron comerse a sus propios hijos a medida que daban a luz para no morir de inanición. Pero la hermana menor tuvo un poco más de fortuna ya que solo le fue arrancado un ojo y le resultaba imposible observar la carne humana antes de devorarla por lo que guardaba su ración y, tras nacer su hijo y esconderlo, después hacía entrega de esta despensa a sus hermanas diciéndoles que era carne de su propio hijo que había fallecido al nacer, Así, finalmente fue éste único vástago, el de la hija menor, el que sobrevivió.
Posteriormente un gallo salvaje se avino a vivir con ellos procurándoles arroz para subsistir y, cuando el hijo de la duodécima creció, su propia madre reveló el secreto a sus hermanas de que su hijo estaba todavía vivo y era quien les procuraba comida. Muchos días el chico abandonaba a su madre y tías e iba, con el gallo, a participar en varias peleas de gallos (la gente Lao es muy aficionada a este rito) en una cercana localidad en la que ganaba dinero que canjeaba por comida para regresar con la puesta de sol a compartir con sus familiares.
Un tiempo después el muchacho decidió participar en unos juegos que se celebraban en el palacio del rey en los cuales salió vencedor por lo que el rey le llamó a su presencia y cuando éste le pregunto por sus orígenes, el muchacho, humildemente, le relató cómo era hijo de la menor de doce hermanas. El rey, inmediatamente, comprendió que el joven era su hijo y le acomodó en su palacio dándole el nombre de Phuttasen, palacio desde el cual el chico conseguía escaparse todas las noches para llevar comida a su familia.
Cuando la mujer ogro supo en realidad quién era el joven, decidió matarlo, y para ello volvió a interpretar el papel de mujer enferma. Así, un día le dijo al rey, “la única medicina que puede curarme está en mi ciudad, lejos de aquí, en un lugar al que solo Phuttasen podría llegar para conseguirla”. Y el rey, decidido, ofreció un caballo mágico volador al joven y le envió a su misión no antes de que la propia mujer ogro le diera una carta mientras le susurraba al oído “lleva esta carta a Kanghi, mi hija, ella te dará todo lo que necesito”.
Phuttasen anudó la carta al cuello del caballo y partió deseoso a buscar su destino. Llevaba un tiempo recorriendo kilómetros cuando, por casualidad, llegó a la choza de un anciano asceta y se decidió a descansar. Profundamente dormidos tanto él como su caballo el asceta se acercó al animal y, observando la carta, decidió leerla. “Kanghi, hija mía, cuando este joven llegue a tus dominios, por favor, captúralo y dale muerte ya que es nuestro enemigo”.
El asceta entonces se apiadó del joven y resolvió reescribir la carta. “Este joven es el hijo del rey y debe convertirse en tu esposo. Por favor, dale la bienvenida y cuida de él”.
Finalmente el chico llegó al lugar donde habitaba Kanghi quien abrió la carta y le invadió una gran alegría ya que consideraba a Phuttasen extremadamente apuesto. Le paseó por sus dominios, indicándole las propiedades de cada objeto mágico que se cruzaba en su recorrido, como los limones sanadores, el corazón de la mujer ogro o el cajón en que guardaba los ojos de sus tías. Entonces Phuttasen, encantado y calculador, empezó a idear un plan de escape en el que poder llevar los ojos y limones sanadores a sus desventuradas tías.
Una vez desposados, vivieron felices y acaso el propio joven llegó a dudar de su tramado plan. Pero un día Phuttasen solicitó a su esposa que organizara un banquete para invitar y que disfrutaran todos los sirvientes. Él mismo se empeñó en servir un montón de copas que, con el paso de las horas, dieron con todos los sirvientes dormidos profundamente por un exceso de alcohol y cuando, llegado ese punto, Phuttasen vio la oportunidad, recogió los ojos, los limones mágicos, el corazón de la mujer ogro y otras cosas de interés y partió a lomos de su caballo volador. Cuando Kanghi y sus hombres despertaron y vieron que Phuttasen había desaparecido, decidieron organizar una búsqueda pero el joven había intuido ese factor por lo que fue abandonando elementos mágicos por diversos caminos para confundir a sus perseguidores e, incluso, derramó una poción mágica de la que brotó un frondoso e infranqueable bosque de bambú.
A duras penas, una Kanghi profundamente enamorada y sus hombres eran capaces de seguir a Phuttasen y, a poco de darle alcance, el chico dejó caer una pócima en un río que acababa de cruzar del que salieron altísimas y salvajes olas que hicieron imposible a Kanghi seguir sus pasos. Lloró desconsoladamente por él, suplicando, vanamente, que regresara. Pero Phuttasen ya nunca regresaría y, una vez Kanghi cedió en su empeño presa de la más profunda tristeza, decidió regresar con el corazón tan apenado por la pérdida de Phuttasen que, incapaz de comer y dormir, enfermó rápidamente. No tardó mucho en morir, pero antes de ese instante final, saco arrestos para dejarle escrito, como una premonición, a su amado:
“Muere por amor, tal y como yo lo he hecho”
Mientras tanto, Phuttasen había regresado al abrigo de sus tías y madre y, una vez colocados los ojos en sus cuencas y rociados con el zumo de los limones mágicos, todas recuperaron la vista en medio de una gran algarabía.
Poco después partió el joven hacia el palacio de su padre, el rey, al que llegó para sorpresa y tormento de la mujer ogro que había dado orden a su hija de matarle. ¿Cómo podía estar vivo Phuttasen?. Se enojó tanto que olvido mantener su apariencia de preciosa reina y se transformó en la mujer ogro que realmente era. Decidió atacar al muchacho, con la idea de asesinarle, pero éste fue más rápido y, al verla atacar, ensartó el corazón de la mujer ogro, que había traído del hogar de Kanghi, con su espada tras lo cual la mujer ogro cayó fulminada, muerta. Al cabo Phuttasen volvió a traer de vuelta a su madre y hermanas a palacio pero su felicidad no era completa y así se dirigió a casa de su amada Kanghi.
Para su infinito dolor, descubrió al llegar como su amada había fallecido, y de la profunda amargura que sintió se desvaneció allí mismo y falleció. Tal y como fue el último deseo de Kanghi, por si su amado regresaba un día, fueron enterrados juntos.
Pero los Dioses del cielo sabían que esto no es como debiera ser y Phuttasen debía pagar por el corazón roto que dejó tras de sí. Y, de este modo, todas las mujeres, sabedoras de la historia de Kanghi, jamás olvidarán que no se puede confiar en un hombre. Y por eso bajaron a la tierra y cambiaron la posición de Phuttasen en su tumba comunal para que su espalda recayera sobre la de su mujer en señal de penitencia, de respeto infinito… tal y como representan las montañas Phu Phra y Phru Nang visibles hoy en día y reverenciadas en esta bella historia que se reproduce de generación en generación.