Mercerreyas

Intro del capítulo de Chiang Mai y fotos varias

Miércoles, 14 de noviembre de 2012

Chiang Mai

 

 

 

Chiang Mai

Capítulo de Chiang Mai y fotos varias

Pic, pic, pic. Tao trabaja el peltre, lleva años haciéndolo y no concibe otra ocupación posible. Cree que sus manos solo sirven para eso. Con la siniestra agarra un punzón, y con la diestra sujeta el martillo con el que golpea la pieza, una plancha de una aleación en la que destaca el estaño, para darle cualquier forma que surja de su imaginación. El perro, un gigante mastín castaño, forrado de pelo, de ojos y mofletes caídos, resopla en un clima que para él debe ser mortal, mientras se acerca trastabillando sobre las losetas y se hace un ovillo a los pies de Tao. Suspira profundamente y emite un gruñido forjado en el malestar de la calidez del clima. El gato, de nombre impronunciable, observa la escena acurrucado en la parte sombría del taller mientras bosteza y se ladea, para así cubrir del fresco del suelo la mayor parte de su cuerpo. Tao sigue golpeando mientras charlamos. Pic, Pic, Pic. Se para, lo mira y lo remira, lo gira un poco, busca otro hueco virgen, y vuelve el repicar sobre el frío estaño acomodado sobre una pasta. Pic, pic, pic. Solo una gota se escurre por la piel olivácea de su frente. La luz tenue se filtra por la puerta hasta la altura de los pies. Y molesta, no en vano ha salido un día de Noviembre extrañamente tórrido en Chiang Mai, en la Rosa del Norte como también es conocida.

Tao maneja las herramientas con precisión y aún mayor decisión en cada golpe que descarga. Hablamos de su futuro, de las generaciones de su familia que van a morir con él porque no tiene descendencia. No le importa. En este Chiang Mai del siglo XXI la herencia artesana florece casi en cada hogar. Otros le sustituirán, le mejorarán y oraran al Buda por él una vez sus restos se consuman en la pira de cierre al ciclo carnal. El peltre, su futuro, está asegurado. Alza la mirada, fija sus ojos en mí, se seca el sudor con un paño de algodón mientras azuza al perro que le humedece las piernas con su respiración, y vuelve al martilleo. Pic, Pic, pic.

Tao me dice que ese trabajo que realiza es un encargo especial para un cliente norteamericano. Entró en su tienda, la de la calle Walai que queda un poco más hacia noroeste, y quedo prendado de los diseños. Pidió hablar con el artesano y, una vez frente a él, dibujo sobre un papel un rectángulo de ciertas medidas y puso un fajo de billetes de mil sobre el mostrador. El diseño le daba igual, lo que surgiera de la mente del artesano estaría bien. Y no era la primera vez que le sucedía. Pero para él eso es un orgullo y una obligación al mismo tiempo. Haría algo especial, un diseño que rondaba su cabeza hacía meses y que había tenido que posponer por falta de tiempo. Le llevaría cerca de un mes. Pero el yanqui quedaría satisfecho, seguro. Y él tendría sustento para su mujer durante una temporada, además de poder ahorrar un buen pico para cuando sus manos y su vista no den más de sí.

Tao, cuando su mujer asoma por la puerta, ni levanta la vista de la plancha ondulada. Ni ella se molesta en interrumpirle, esa es la costumbre. Tampoco ella inquiere acerca del diseño. Tao dice que su trabajo y su vida familiar nunca están en contacto. Él tiene día para uno y noche para la otra. Ríe a mandíbula batiente después de su afirmación. Dice que le gustaría viajar a España, que tiene que ser bonito, y me pregunta por Barcelona. Es hermosa, respondo. Debe serla, murmura de un modo imperceptible antes de volver a girar la plancha. Pic, pic, pic. Tailandia sube, y China, y India, pero ¿y España? Ya no vienen españoles por su tienda, ni italianos ni griegos. Intento explicarle algo de la situación económica, de los bancos, los gobiernos, que a mí como funcionario me han quitado una paga… pero él me mira condescendiente, pone cara de no entender, y vuelve a lo suyo. Pic, pic, pic. Bien pensado, ni yo llego a entenderlo mínimamente. ¿Para qué perder el tiempo intentando explicar lo absurdo de la macroeconomía a alguien que, igual que un agricultor, sabe buscarse su sustento sin depender de nadie, solo con lo que generan sus manos encalladas?

Tao, cuando termina de trabajar, resopla y mira el reloj. Hoy ya es suficiente. Me agradece la visita y yo, ensoñador, le agradezco su paciencia y me piro con la certeza de haber aprendido mucho de sus palabras y de, solo por ello, ya haber justificado mi visita a esta ciudad. El gato se despereza ante la presencia del dueño, el perro ladra y agita la cola. “Es hora de dar de comer a los animales” son sus últimas palabras antes de apagar la luz y perderse por una puerta que, al cerrarse, me ha dejado en la penumbra porque ya se ha puesto el sol.

Chiang Mai, en sus gentes, encierra un tesoro de dimensiones no adivinadas al trucar dinero por madera, plata o peltre en cualquiera de sus mercados. Y lo hace no solo dando cobijo a artesanos impresionantes, sino a personas excepcionales y amables como muy pocas. Son gentes, traducido del idioma Thai, de buen corazón. Ahora sé que pasarán meses, seguramente años, antes de volver a escuchar esa cadencia de golpeo en mis oídos, antes de volver a visitar a Tao. Pic, pic, pic.

Breve resumen de unas horas con Tao, trabajador de peltre, en su taller de Chiang Mai. Noviembre de 2012

Enlace al reportaje grafico.