Mercerreyas

Ecos en Huancas

Sábado, 10 de noviembre de 2018

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Ecos en Huancas

El río Sonche, desde lo más alto del mirador a su cañón, es como un barquito de papel que requiebra antes de perderse hundido entre moles calizas y extraños focos de vegetación trepanados en la puna. Ahora se lleva suspiros de un hombre que vuelve a sentirse solo. El río, ajeno a ello, es un diminuto hilo de algodón parduzco, inmune a sentimientos humanos. Nada en su transitar da fe de cuántos sueños estrellados han ido a caer en su lecho, derretidos como cubitos de hielo en sopa primigenia, ni de cuántos lamentos asociados barrió el tiempo, encajonados entre paredes verticales de eco hecho amasijo de dolor y pena. Un eco rotundo. 

 

Se abre el abismo de este a oeste como un boulevard y en esporádicas ocasiones, desde allí arriba, uno se siente un semidiós con bula desamortizada, igual que Mendizabal. Se quiere creer divinidad sin entenderse preso de majadería. Desearía uno, como un idiota, ser el protagonista de una profecía novedosa para ser honrado como el advenedizo salvador, con todos los indígenas postrados a sus pies. ¿Y si todo fuera mío? En la cascada Gocta sentí algo similar que en Kuélap se reforzó. Perú regala balcones maravillosos donde el fondo queda tan lejano que por ello es mucho más sencillo ver reflejado nuestro vivo retrato, ver la luz que todos emanamos por mucho que se debilite, generalmente tan ilocalizable como imposible. Al del fondo, a mí mismo, le pregunto: ¿cuantísimo la querías? Y el eco enloqueció. 

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La vegetación ha cambiado de eucaliptos a pinos en el mirador de Huancaurco. Desde allí se divisa una quebrada soberbia, todo el tajo del Utcubamba como la senda del tiempo disfrutado o llorado en una vida. Este cañón se retuerce sobre sí mismo, te obliga a ascender por un sendero, a atravesar una ruinas Chachapoyas comidas por la vegetación y entonces, al fin, el mirador más increíble en el punto donde se unen los ríos Sonche, Utcubamba y Vituya. Me mojo entero y no me importa, sale el sol y me preocupa menos. Voy ansiando felicidad, recorriendo un sendero lamido como el filo de un cuchillo por la cresta de la montaña a través de una vegetación tupida. Luego éste se cierra en un santiamén, borrado por una Pachamama que no desea humanos descarriados y los ahuyenta formando barreras de matorrales. Arrecia la llovizna y obliga a regresar a Chachapoyas en busca de un reflejo de taberna, otro eco, que será tan próximo como distorsionado. 

 

Me burlo allí de la ocurrencia como divinidad reverenciada; me burlo, al fin y a la postre, de un encantamiento que por esos labios verticales de pecado y perdición volvería a sucumbir envenenado. Y empaño juramentos entre acordes de guitarra española, cerveza peruana y la compañía de una sombra que me da la espalda, enojada porque sabe que este tipo de desengaños en México se toreaban mejor entre mezcales como porta gayola o chicuelinas. Y ahora que el eco casi se perdió, le doy la razón brindando a solas. 

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Tres copas de más en Chachapoyas son un bello resumen de un Perú al que le debo un viaje a Waqrapukara como a México otro a Basaseachi. Pudo ser peor si el maquillaje se hubiera corrido al compás de la desesperación, si su hollín se hubiera transformado en paisaje de carbón tan a presión que acaba diamante en bruto. Enardecido de súbito, le pregunto al eco, ¿cuánto de caro sale ser honesto y valiente? 

 

Al final, todo es mío. En un aspecto puramente emocional, pero es que con cuarenta y tres ya se sabe que ése es más importante que cualquier otro. Ahora bastante tengo con olvidar maravillas naturales de Chachapoyas, cañones insondables, y encontrar el camino al hostal desde este antro tan sumergido en penumbras ideales para recuperar la retina de lo vivido en un lugar insólito. Y no queda eco con voz de mujer de mi vida que tenga cojones de negarme. Y no queda eco, al límite de la extenuación, sino recuerdo del viento silbando en el pinar mientras los cañones de Huancas, entre aullidos y dentelladas cada vez más amortiguados, devoraban hoy mis desdichas hasta el tuétano del inframundo. Silencio, no queda eco, solo silbido o hálito vital arrastrado por el viento, acariciado por acículas. ¿No lo escuchas?

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Escrito por:David Botas Romero

En:https://botitasenasia.blogspot.com/

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