Mercerreyas

Una mujer excepcional, un destino que aguarda

Lunes, 11 de febrero de 2019

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Una mujer excepcional, un destino que aguarda.

“Nunca me recordarás, ni siquiera haberme conocido”. “Solo hay dos cosas que jamás mentirán: el tiempo y el propio corazón”, pensé al salir. Unas horas antes, tras dos cervezas, me había quedado adormilado en la mesa, oscura y pegajosa… 

Sueña que topas con un quiromante en un garito de cualquier ciudad olvidada de India. Si es a lo indio nunca debería atraparte en una beer station, pero esta vez, casualidad, te pide que te sientes a su vera, junto a la barra, y te engatusa igual a un vendedor de crecepelo barato. Viernes tarde, sí, pero los detalles son accesorios. ¿De dónde eres? Te mira y te traspasa con esa mirada tan suya, tan poderosa… tan indescriptible. Te va a decir la combinación de quiniela en España, tu país. Y, si tienes fe, tu porvenir. Absurdo. Es una velada larga, pero el final lo merece, ¿quién tendría valor a negar su futuro y herencia henchida de pasta gansa? Justo antes de que comience cada partido, él, para que le creas, te va a decir cómo va a quedar el resultado. Te ríes nervioso, no puede ser. Pero por un pálpito extraño “sellas” la quiniela (en una servilleta de papel) a última hora. Él te va a decir quién gana antes de jugar, lo que tú hayas creído y apostado es cosa tuya. Dudas. ¿Y el porvenir? ¿Y la fe? ¿Y el tren que debías coger mañana a la tarde hacía Udaipur? Pero crees, decides tener fe. 

Primer partido al cabo de un rato, el viernes a las diez de la noche. Televisión de muchas pulgadas. El último será un lunes a las nueve de la noche. La ocasión lo merece, estás seguro. Tiene esa capacidad de anular tu voluntad. A ver cómo se tercia. Créeme, el tipo sabe cómo hacerlo, tiene un carisma hipnótico que embelesa. Rueda el balón. El primero, equis. Catorce horas después, uno. Luego, dos. Acierto. Luego otro, y otro. Sigues clavado al asiento por un imán invisible. Es domingo, casi las nueve, el partido de la jornada. 

Llevas catorce… Te estremeces en la mesa y te vienen arcadas, vomitas plantas de marihuana… Abres los ojos… Los cierras… Es una pasta, un dineral ganso como para ir a cobrarlo mañana, sin importar el decimoquinto resultado. Pero no tienes boleto oficial, solo una intuición de haber topado con un as bajo la manga, con un prodigio de la humanidad, ¡¡¡al fin tu destino soñado, tu repóquer ganador!!! Y cuando va a chivarte el decimoquinto, para y te susurra. ¿Qué dice? En voz baja, ¿te crees que no te he mentido? ¿Ehh? Que si te crees que no te he mentido. Hierático, procuras buscarlo a un palmo de ti… Son plantas de marihuana, arcadas y más arcadas… ¿Cómo vas a hacerlo, si he visto cada partido uno tras otro, si me lo has pronosticado antes de jugar? Señalas la servilleta, la sostienes con fuerza. Buscas y no encuentras sus ojos en la penumbra. Ahora escucha, dice el quiromante, ¿Y si te dijera que ha sido suerte? Te voy a decir el resultado del último partido, sí, pero a cambio de tu boleto en servilleta de papel. ¿Ha sido suerte? No quieres dudar. ¿Me creerías en el próximo resultado que te voy a decir si es todo o nada, por pura cuestión de azar? Sus ojos, de súbito, son braseros que desarman. ¿Azar? Si te quedas el boleto, la servilleta, tu conciencia tranquila como un porvenir desconocido, y una “pasta”. Llámame desde España, el mes que viene, cuando regreses porque te lo diré igual, la combinación ganadora (si no ha sido azar) será tuya. Pero si lo rompes en pedazos, igual a la levedad del ser humano, igual al destino desconocido porque lo anterior fue cuestión de suerte, te voy a revelar tu futuro. ¿Quién dudaría de mí? ¿Me crees? Nunca jamás recordarás esto, ni siquiera haberme conocido. Seré solo un fantasma de pesadilla cuando despiertes en un rato. ¿Dinero o destino? Tú decides. 

Debo ser un gilipollas mayúsculo. Mayúsculo. Lo reconozco, vendí mi “boleto” al diablo. Lo hice trizas. Dame la palma de la mano, susurró. ¿Quién creería en el azar después de esto? Y coño, vi la muerte aquí, vi la muerte allá, vi un amor fugaz. ¿Fugaz?, pregunté apesadumbrado. FUGAZ. Con estos detalles, con ésos… Ya la conoces, con un hijo que no será vuestro; no, no será duradero… Y más y más detalles. Vendrá esto, y aquello. ¿Has creído en el destino alguna vez? Yo lo cambié por una servilleta de papel. Dolor y placer; aprender a ganar la ilusión, siempre perder la realidad. DUKKHA, MAYA. La puta vida en un minuto, la implacable virtud y dolor de vivir exclusivamente del corazón. “Él nunca te engañará. Vivir pendiente de él y sus deseos son tu naturaleza. Eres un ser emocional”. Y un futuro… Un futuro que da escalofríos… 

Años después tecleo en mi casa. Ahora, hoy, más perro y sabio, igual de lloroso. Entonces, como si fuera ayer, el quiromante, complacido, me escuchó sollozar porque jamás dejé de amar a la misma mujer. Ya no tengo nada que perder, solo lamentar por un corazón demolido tras una mujer de vida ejemplar y un quiromante al que, ¡mira si era genial el hijo de puta!, hasta ella, con su bondad, se empeña en hacer bueno… Lo acabo de comprobar… Crece una enredadera por mi ventana, se cuela por mi garganta… Me agito sobre la mesa… Vuelvo a cerrar los ojos… Ha sido, como hace unos días, el azar. ¿AZAR? ¿Cuántas posibilidades había de topar en dos días distintos, en un instante determinado, con una y otro? Era una apuesta sin millones, siempre ganadora. El tiempo le dio la razón, y mi corazón, fiel brújula, nunca me engañó: me dio la mujer más hermosa del mundo, mi puta naturaleza me la arrebató a dentelladas con fiereza, ¿verdad? 

Resulta estremecedor, llevaba varios días detrás de este texto. Se disparó el resorte en mi memoria el día tres. ¿AZAR? Vueltas y vueltas, no es posible. No. Lo ¿inesperado? hoy a la tarde. ¿AZAR? Es demasiado… Otra vez arcadas, plantas de marihuana… Respingo y cabeza sobre brazos enlazados… Sudo… El tiempo, su razón y mi corazón hoy desguazado. En un instante he sentido miedo. Juro que he vuelto a sentir el mismo miedo, idéntico vértigo al que sentí frente a él. Pero tampoco necesité sus millones porque mi destino, como decían mis viejos, siempre estuvo escrito puesto que jamás dejé de seguir a mi corazón, y el tiempo, quiromantes incluidos, nunca dejaron de guiñarme el ojo cuando hablaban, a doce años vista, de este azar que era pasaporte al mañana. …

Despierto en una sacudida. La pantalla del ordenador se ha apagado por el ahorro de energía. Huele a salfumán. Los dos tipos de la barra ya no están, y en su lugar hay un tipo con aspecto taciturno. Con él somos dos, toda la clientela. Me echo la mochila al hombro, enfilo la puerta y recuerdo algo. Giro sobre mí mismo y observo las sombras. “Solo hay dos cosas que jamás mentirán: el tiempo y el propio corazón”, murmullo al salir. “Nunca me recordarás, ni siquiera haberme conocido”.

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Written by David Botas Romero

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