Mercerreyas

Voluta de Teherán

Jueves, 28 de febrero de 2019
En Teheran

Voluta de Teherán

“En alguna ocasión acompañé a mi padre al monte con idea de ayudarle a sacar rajuela para forrar la casa de Iñaki. En el crudo invierno de Mecerreyes, él se subía a su vieja BH azul y pedaleaba por los senderos, al abrigo de blanqueadas encinas y enebros. Yo le seguía, sirviéndome de guía la rodadura que iba dejando en la tierna nieve. Hoy, caminando sin rumbo, bien profundo en las entrañas de ese mismo monte encantado que fluye por mis venas, he regresado al mismo lugar. Lo he reconocido por las tres lajas apiladas donde se sentaba a echar el Ducados de la tarde, cuando tocaba descansar. ¡Se te echa tanto de menos, viejo! Allí me he sentado para, entre lágrima y lágrima, charlar con su espíritu, volver a escuchar sus siempre sabios y reconfortantes consejos… «Más tranquilo andaré, ¿verdad, viejo?», naufragado, le pregunto con inocencia, acariciando el suave musgo, el áspero tomillo… Historias de Mecerreyes, historias de ayer que rasgan y endulzan el alma.” En el bosque de Mecerreyes, escrito en febrero de 2019


Cierta vez le leí a Pérez-Reverte, el mediocre aspirante a Kapuscinski, que el tabaco rasga las telas de la desconfianza en plena guerra. Desconociéndolo, en cuestiones de viaje y para el viajero forjado en solitario debe ser parecido. En las espirales del humo se reflejan menos que se intuyen, igual a un espejo opaco, los pasos de un viajero del ayer que se hace confidente y amigo. El mismo que quedó atenazado por el frío y la soledad en una estación de pueblo perdido de Karnataka, el mismo que cerró bares coyote en Isan o aquél que esperaba, como un idiota enloquecido, a que los ecos del amazónico valle de Huancas le escupieran que más enamorado y derrotado no se podía estar.

 
Teherán se disuelve, envenena y promete, todo ello al mismo tiempo, entre bocanadas de cigarrillos Parsa. La noche iraní es tan estrellada como la de Mecerreyes junto a un lecho tendido que se hace confidente y compañera de concupiscentes curvas, prometiendo hacerme agua. La capital acoge con una cierta pero indescriptible ternura, y no me sorprende en absoluto dados los jirones que arrastro en el alma tras cuatro años y tres duelos. Y el último duele más por reciente, por añoranza, por no tener con quien hablar de que se ha muerto el tipo aquel del concurso de la tele o cualquier otra banalidad. Por lo jodido, suspirando, de la soledad aunque yo mismo me la autoimponga a menudo, como Buda bajo la higuera, bajo mis aeropuertos olvidados donde la fatiga gobierna y la lágrima brota con más sencillez.

 
Luego Teherán es un pañuelo que tapa melenas femeninas y una sensación permanente de rostros idénticos, en ropajes idénticos, en andares idénticos. Bulle en cualquier esquina como cualquier otra insulsa capital bajo un cielo plúmbeo que descarga a cuentagotas. Igual que aquel otro de Corea del Sur, así de depresivo. Pero los rostros de mujer, orlados por la tela, son de una belleza sublime. Absolutamente femeninos, de trazas finísimas y maquillados de tal forma que uno se imagina mil y una noches de placer acurrucado en sus regazos. Oscilan entre le centroasiático y lo indio, e hipnotizan bajo esa permanente expresión de quietud, indiferencia y pundonor que destellan. Cambio dinero en Ferdozi y me maravillo en los salones del Palacio de Golestán, donde las rosas de su nombre (Golestán significa jardín de rosas) han sido sustituidos por adornos de espejos como encajes de bolillo. Es una extraña mezcla de estilos persa y europeo, pero se bastan para arrancar un deje de ilusión pese al déficit de sueño. 


Vuelo a Shiraz, se escapa el día a toda prisa, y de noche bien cerrada alucino en un decorado que me hace de pensión. Todo de ladrillo pálido, un patio central y una habitación abovedada en un sótano maravilloso. Shiraz, la ciudad de los poetas, es poesía y calidez aquí abajo. Con la última voluta de humo se escapan mis padres y Maitane. Me engaño con la perspectiva de que no son demasiados duelos, y lo hago ahora que de madrugada reina el silencio, bien lejos pero idéntico al de aquel camposanto, el mismo en el que me brotó una orquídea nívea, moteada de lágrimas que, te lo prometo, cariño, mañana se tornarán sonrisas cómplices tras versos de amor de Hafez o Sadi. No en vano, ya nunca jamás te los podré recitar.

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No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias