Mercerreyas

Una tasca en Split

Viernes, 5 de abril de 2013

Split

Había estado muy quieto últimamente, sin darle a la tecla. Pensaba, en los primeros días por Croacia, que de algún modo los sentidos me engañaban, y el verme envuelto entre riadas de turistas podía hacer que mis percepciones fueran erróneas. Por eso preferí esperar antes de ponerme a escribir. Mas tras el paso por Dubrovnik, Korcula, Hvar y Trogir el resultado y conclusión no ha variado: Croacia es el peor país en relación calidad-precio de todo mi mundo pateado. Así de claro. En otras palabras: esto es caro de cojones, y lo es porque ofrece precios que ni en Donosti, algo mediocre a nivel social y un patrimonio arquitectónico, aunque bello por momentos, absurdamente sobrevalorado. Ahora que la gorda duerme narcotizada por el humo de esta confortable y roquera tasca de barrio portuaria, creo que es hora de expiar con la letra mis pecados croatas…

Si tengo que definir la relación que se establece entre turistas y seres autóctonos lo más acertado sería calificarlo como malos modos por ellos y estupor consecuente por nosotros. Ya lo contaba en la anterior entrada escrita, seguramente no hay motivo para poder reprochar el carácter gélido de estos tipos si partimos de la base de la abandonados que se debieron de sentir por el resto del mundo hace apenas dos decenas de años. En todo caso eso tampoco acaba de justificar del todo la actitud indiferente e incluso hosca en muchas ocasiones hacia los turistas foráneos. Y me voy a ahorrar los ejemplos para no dejaros estupefactos como nos sentimos nosotros cada día en pares de veces. Tampoco me sirve esa justificación de gentes eslavas azotadas bajo el yugo comunista tan manido y tan injusto, aunque solo sea porque pude convivir y hacer muchas risas con una gentes rumanas que, volviendo al asunto de valoración, son sin duda las gentes más infravaloradas y vilipendiadas que conozco dentro de mi escasa experiencia viajera por Europa.
Por otro lado el aspecto cultural es otro clavo de este ataúd que parece el paso por tierras balcánicas. Sí, es bello. Croacia, qué duda cabe, es hermosa… pero puedo recordarme en vistas ribereñas, entre aguas tan o más translúcidas y encerrado en reductos culturales e iglesias que harían fundirse en la nada de la vulgaridad a éstas como la nieve bajo un sol de Abril. Y además puedo hacerlo sin estrujarme demasiado el cerebro. Por si fuera poco en todos esos ejemplos me rememoro con dinero en los bolsillos. Otra esquirla dolorosa es que paseamos, ya metidos en Abril, aún por calles poco sobadas y hacemos noche en pensiones y apartamentos que, algunos con la lista de precios visible, triplicarán su ya cara relación precio-calidad a partir de Junio. Es el estigma de haberse puesto de moda, imagino. Menearse por Croacia en época estival tiene que ser un escarnio en toda regla.
Croacia, Dalmacia en concreto, esta tierra húmeda que nos envuelve es, en definitiva, un tiro errado, un sello más en el pasaporte que se convierte para los que buscamos el cuerpo a cuerpo en un menos mayúsculo. Ahora, como el gato herido, a lamernos las heridas, tapar a duras penas la hemorragia del bolsillo y pensar en que el horizonte centroeuropeo algo novedoso tendrá para nosotros. Siempre pensé que resumir Croacia en siete días, alquilando un coche y volando de lado a lado sacando fotos desde la ventanilla, era un error y un desperdicio al no poder convivir con la gente croata. Ahora, con conocimiento de causa, creo que debo ser un idiota idealista y que, en el fondo, lo más trágico de todo es que esta sociedad se parece en su cerrazón a la nuestra. En el fondo somos tan idénticos… A ver qué demonios me pensaba yo, dice la vieja al volver en sí, ¿acaso pensaba que Croacia estaba en la misma latitud que Myanmar? dice compungida, y yo me encojo de hombros como un tonto para, en silencio, agachar la mirada por unos minutos…
Tras esos minutos, la vieja vuelve a lo suyo con los ojos cerrados, y yo solo miro y remiro este escrito en una tasca de Split en la que gasto horas por una sonriente camarera, la única en ocho días que, afortunadamente, podría enjuagar mucho de lo aquí narrado. Sé que esta noche, cuando el paso del tiempo guillotine a un sol que al fin luce con descaro, volveré a cruzar el umbral, ése adornado de redes pesqueras perladas de corcho y tiestos a rebosar de pensamientos que guarda la entrada a esta tasca portuaria. Unas cervezas y una sonrisa, al fin una sonrisa, me acunarán entre las brumas de salitre por doquier en que se me antoja esta Croacia, esta Dalmacia.
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