Mercerreyas

Breve ensayo sobre el regreso a Asia

Lunes, 2 de diciembre de 2013


 
 
Tintero

 

[dropcap]S[/dropcap]uele suceder, pero no muy a menudo, que uno se ve con la mente tan relajada que de repente empieza a brotar en ella cualquier asunto banal que obliga a un ejercicio de análisis improvisado. Ocurre, por ejemplo, cuando uno ha cerrado el pdf con otra novela de Bolaño -sigo creyendo aprender a esto de la tecla con el maestro chileno-, cuando también ha cerrado, hastiado, las páginas web de unos periódicos nacionales en los que día tras día lo único que varía es la fecha -viajando solo y sin prisa ni eso tiene la más mínima importancia- y cuando finalmente, presa del aburrimiento, se ve a sí mismo abriendo las manos con un poco de comida mientras llama a un perro callejero al que dar un minuto de alegría. Suele suceder poco, y en mi caso no solía escribirlo nunca hasta llegar a Pak Chom, en la ribera de la madre Mekong, perdido en la provincia de Loei.
El caso es que surgieron en mi memoria unas estadísticas de viajeros por año en países asiáticos junto a otras de cuántos de estos regresaban por segunda, tercera o mil vez a este continente, a los mismos destinos. Sencillamente lo rescaté del baúl y procuré darle un sentido, analizarlo y compararlo con mi propia experiencia, con tantas charlas con otros semejantes en ruta, para sacar unas conclusiones que, curiosamente, me dejaron bastante perplejo. Aunque, siendo justos y hablando de viajeros, lo normal es comenzar por definir qué es un viajero común y qué es un viajero español, excluido de raíz de todo este análisis por los motivos que explico a continuación. Y que conste que soy así de tajante y parto de esta base por si alguien desea dejar de leer en este punto, ya que sé que lo que escribo a continuación con seguridad no le va a gustar a toda esa mayoría de lectores que rápidamente se va a ver reflejada en el texto.
En España, sencillamente, no hay cultura viajera sino turista, e incluso ésta última es escasa si entendemos el concepto cultura en toda su extensión. Hay mirlos blancos, por supuesto, pero nuestras propias limitaciones intrínsecas o inculcadas -siempre nos creeremos menos que los franceses o alemanes, nunca aprenderemos idiomas, a ciencia cierta moriremos de inanición si no sabemos leer un menú, ¿cómo pedir una habitación si no me entienden?- junto a todo el bombardeo mediático al que se nos somete para fortalecer esa idea, crea fácilmente títeres de tour-operador o, peor aún, turistas disfrazados de mochileros. Cuando digo todo me refiero a TODO, incluidas revistas de viaje, programas de televisión, de radio (se salva el “Levando Anclas” de Radio Euskadi), webs personales y patrocinadas por agencias o entes burocráticos, guías de viaje impresas… en definitiva, cualquier medio que se te pase por la cabeza. Y los medios, como sabemos por experiencia, siempre ganan.
Puedes preguntarle a un español por turismo activo de aventura, un año sabático, un homestay en convivencia con una familia vietnamita o por turismo de cooperación y no tendrán ni idea de eso ni, además esto es lo peor, jamás querrán saber de qué va el asunto. Si nunca han leído sobre ello, ¿cómo podría ser interesante? Ahí ya partimos como sociedad de un déficit estructural, de estar bajo el yugo y dominio de una supra-organización viajera en forma de embudo que tiende a homogeneizar hacia abajo rutas, agencias y tipos de turista y que, desde luego, maneja mucho dinero, tanto como para saber que casi nadie va a mover un dedo por diversificar itinerarios o plantear otro tipo de alternativas más individualistas fuera de esta pirámide boca abajo. Luego algún iluso, reflejado como decía en el párrafo anterior, dirá que a él con su mochila no le lleva ningún guía de la mano. Peor aún, porque no dejas de visitar los mismos sitios, comer en los mismos restaurantes y dormir en los mismos hoteles solo que tú puedes llegar a creer, porque así se te ha inculcado, lo contrario; piénsalo un poco y quizás encuentres valor y honestidad viajera para salir de esas rutas precocinadas y, entonces sí, motivación básica de este párrafo, contribuir con tus gastos a que toda la gente pueda tener opciones de prosperar. Yo lo llamo turismo de convicción social, pero creo que soy el único que tiene un nombre para ello porque debo ser de los pocos que lo practica. Y hago referencia a ello, relacionándolo directamente con esos supuestos “viajeros”, porque repito que ellos son quienes más se chulean y se vanaglorian de su concepción viajera frente a la de los de tour-operador cuando, en realidad, son ellos los que más ayudan al “status-quo” de cuatro listos (¿realmente piensan que guías de viaje y páginas web, las mismas que le marcan el camino, son independientes?… Es un descojono su estulticia).
Otro factor, genuinamente ibérico y cañí, con denominación de origen, es el de convencerse a uno mismo de que “la vida es demasiado corta para desperdiciarla volviendo a un país”, y éste sí que es clave hablando de viajeros españoles. Olé sus huevos, ¡qué raza! Y lo cojonudo es que estos turistas de mochila se llegan a convencer realmente de ello… ¡Hasta te lo quieren vender como el sumun del viaje en esencia! Pues lo lamento. Enormemente además. Pero se auto-engañan mintiendo como bellacos. Y además los menos, los que tienen dos dedos de frente, lo hacen a sabiendas. Ellos también dicen que van a los países a hacer la ruta clásica porque es la que hacen todos por interesante. Obvio. Y yo también. Pero la realidad, lo que se niegan a admitir, es que no tienen cojones para salirse de esas rutas trilladas o a regresar para descubrir nuevos horizontes bajo un mismo sol porque eso les va a obligar a convivir con la gente local. Y eso genera un pánico irracional que brilla en sus cristalinos.
Tan patético como crudo, oiga. Ellos, viajeros intrépidos de flora que cuando les mencionas la fauna solo aciertan a balbucear que sacaron unas fotos maravillosas de una tribu en su último tour por África. Hasta ahí su contacto con la gente local. Y cuando uno les recuerda sus miserias, se ponen a gimotear derrumbados porque el peso de lo inculcado es brutal: es que ellos no saben inglés, porque qué van a comer si no hay McDonald`s, porque dónde van a dormir, porque cómo van a moverse… Todos por igual, los de tour-operador y los de mochila. Y de nuevo estos últimos peor porque creen que la comida tailandesa de Khao San o de cualquier garito dentro del foso en Chiang Mai es tailandesa. Ni lo es, ni lo vale, ni lo cuesta. Y donde duermen en la capital Thai, en el decrépito barrio innombrable del área de Rattanakosin, a ver si se enteran de una vez, es carísimo en relación calidad-precio y controlado por cuatro fulanos, además los mismos fulanos que controlan casi el cien por cien de agencias en Chiang Mai. Podéis creerme, es terrorífico haber recorrido sin rumbo centenas de miles de kilómetros, gracias a ello poder mirar a los ojos de tu interlocutor como lo haces con indios, chinos, guatemaltecos o lo que sea y encontrar tal miseria, insolidaridad, falta de honestidad y bochorno ajeno en tipos que se las dan de viajeros.
Es realmente desolador, especialmente tras comprobar que, como tú, comparten pasaporte de letras España. La guinda llega cuando una guerra o un desastre natural causa miles de muertos en un destino determinado y el “viajero” de turno saca las fotos plastificadas, lamenta los de los fallecidos (por quedar bien) y rápidamente recuerda que menos mal que él estuvo allí antes del horror y que ¿verdad que era bonito?… No es necesario extenderme más, tras estos dos apuntes sencillos y verificables (hablad con esos tipos, vecinos o tocayos, para ver enseguida lo cierto de lo afirmado), ya que está claro que, cuando de aquí en adelante me refiera a viajeros, los de la rojigualda están exentos en su inmensa mayoría.
Entrando en materia, un primer país que destaca sobremanera dentro del espectro asiático es India. Siendo un subcontinente, de dimensiones brutales y con una infinita gama de sitios hermosos para visitar, choca que su cifra de visitantes anuales sea irrisoria comparándola a la de lugares como Malasia o España, aunque estos últimos pueden tener una cierta ventaja si partimos de la base de que las playas indias más conocidas tipo Goa (el turismo de sol mueve mucho) no pueden catalogarse de excepcionales. Más paradójico es que, fuera de Taj Mahal, Jaipur o Varanasi mucha gente indique que lo principal, lo que más atrae a priori, es la propia sociedad india. Quiero decir que un factor determinante en la primera visita a India es su sociedad y gentes, su religión y propia idiosincrasia. Hasta aquí todo se puede entender, todos los porqués de cifras y motivaciones hasta cierto punto.
Sin embargo la tasa de regresos es ridícula, en un país enorme con millones de alicientes. ¿Por qué? Y entonces vuelves a hablar con gente que ya ha estado en el país del Ganges y lo que revelan, por mi experiencia y fuera de frías estadísticas, es definitorio. Es que les parece tan sucio y depresivo, tan carente de higiene, que directamente pasan de volver. ¿Acaso no lo sabían de antemano? La gran paradoja india es ésa: su sociedad, el mismo motivo que lleva a gran parte de viajeros a visitarlo en primera instancia, es el mismo que a estos les hace renunciar a una segunda visita. El caso indio es, con franqueza, uno de los parámetros básicos que llevan a medir cómo se define el viajero internacional. Y repito que esto es un análisis generalista, con las limitaciones y errores que ello conlleva, y que mirlos blancos hay, por fortuna, unos muchos cuantos.
Tailandia es otro lugar que merece un apéndice aparte. Este país es, de todos los asiáticos, el que mayor tasa de retornos recibe. El porcentaje es brutal y abrumador con cerca del sesenta por ciento si no recuerdo mal. Claro, la comida, la calidez intrínseca a la gente, la comodidad e higiene… ¡Qué va!, hay una pequeña gran trampa. Volvemos al asunto de sol y playa. Y ahí Tailandia reina con soltura porque, sintomático, ya solo de visitantes primerizos al país leí en una ocasión que más del cincuenta por ciento se centra, exclusivamente, en playas (llámense Phuket, Krabi o Koh Samui) y Bangkok. Conclusión primera: Tailandia les gusta a todos, pero ninguno conoce Tailandia. Y les gusta tanto que, cómo no, repiten… repiten sol y playa con Bangkok -compras, por si no estaba claro-. Conclusión segunda: como regresan a Tailandia creen conocer un poco mejor a su sociedad (obvio), pero no entienden que su contacto con la gente Thai (de cultura ni hablo) es tan superfluo y viciado por el turismo que se descarta a sí mismo.
Pero les sigue gustando tanto que, cómo no, vuelven a repetir. Conclusión tercera: se puede visitar mil veces Tailandia siguiendo este patrón y conocer tan en profundidad su sociedad como los del párrafo anterior que solo han visitado India por primera y última vez. Así de vana y pervertida es su concepción del país de las sonrisas. Conclusión última y demoledora: son tantos regresos y tal la cantidad de turistas que los llevan a cabo, que estos inconscientemente perpetúan hasta la saciedad, por recomendación a amigos, conocidos y agentes de viaje, los mismos cuatro lugares, los mismos cuatro hoteles o pensiones y los mismos cuatro platos clásicos. Todo ellos Thai, ¿verdad?… Tan cierto como que es un uno por ciento de la realidad Thai, solo un porcentaje ínfimo del país que, incluso, no es común con la totalidad porque estos lugares están orientados, en esencia y exclusiva, hacia ellos.
Malasia también da juego ya que, viajando por el sudeste asiático, uno es consciente de que los cerca de veinte millones de viajeros que recibe este país en su estadística son ficticios. Y lo son porque las estadísticas no discriminan al turismo interior (nacional) del exterior, aunque digan lo contrario (¿Taiwan seis millones?, por favor…), y es sabido que Malasia es un país rico, con una población en renta per cápita no muy alejada de la española y que, al igual que nosotros, muchas veces y por distintos motivos tiende a visitar su propio país antes de los de la periferia. Tiene playas preciosas y enclaves históricos que puntúan alto como Melaka o Georgetown, pero no tiene un run-run de esos de corre, ve y dile tan exacerbado como en el caso Thai.
Vietnam es otro caso que merece un estudio. Con una cifra muy similar a la de India (en torno a los seis millones de viajeros) y que, en mi opinión, es muy corta para el tremendo potencial del país, recibe una tasa de regresos que no llega al diez por ciento. Si se compara con Tailandia, no muy lejano y con quien puede competir en todo (incluso playas), la explicación se hace ardua. Es por la publicidad en gran medida, ni más ni menos. Todo el mundo habla mal de los vietnamitas, aunque no haya visitado el país. Y si lo ha visitado, también. La misma razón (absurda e incomprensible) por la que todo Cristo tiene tan buen concepto de Tailandia y su gente sin haberlo visitado. Y si lo ha visitado, también. Alguno dirá que estoy equivocado, que cuando hablo de retornos la gente ya sabe qué va a encontrar en Vietnam y sencillamente no les ha gustado. Es cierto. El problema es la idea preconcebida con que han ido muchos por primera vez (los vietnamitas te van a timar, son hoscos, desagradables) y, especialmente, la ruta maquiavélica idéntica que todos hacen y que, doy fe, está muy pervertida por buscavidas y timadores en ese país.
Pero solo hay que visitar otras regiones (Danang o el delta del Mekong por Tra Vinh) para darse cuenta, ¡sorpresa!, de que Benidorm no es Albarracín. Y puedo dar fe de que ese porcentaje que regresa sin llegar al diez por ciento no lo hace una vez, sino muchas. Qué voy a decir yo. Vietnam, para un viajero constante al sudeste de Asia, es el paradigma perfecto de cómo una mala publicidad, un pésimo boca a boca mezclado con la ignorancia de la gente, puede machacar unas vacaciones y reventar un regreso. Y cuidado, que el hecho de que en Vietnam te van a timar aparece por doquier en multitud de guías de viaje. Una vez más el sistema impone su ley coartando y dirigiendo la “libertad” de viaje, adoctrinando de antemano el cerebro de todos los chorlitos que se guían de las recomendaciones de esos satélites llamados webs o guías de viaje (y ya ha quedado claro que en España son legión y, según este apartado, parece que fuera también abundan).
Por último -brevedad, coño, brevedad- está China. Más de cincuenta millones de viajeros, otros muchos que repiten… Es en el fondo un compendio de lo anterior. No se discrimina turismo interno del externo, y los ciudadanos chinos empiezan a mover mucha pasta y moverse en consonancia. Son ya más de mil trescientos millones, se muevan por dentro o por fuera sus estadísticas siempre van a estar supeditadas al factor multitudinario. Y seguimos con aspectos citados ya que muchos viajeros occidentales desearían viajar por el dragón asiático, pero sienten verdadero pánico de la barrera del idioma. Ahí puede haber un pequeño nexo con lo nacional, pero pequeño porque ellos no son españoles y por tanto no tiritan ante la idea de verse hablando otra lengua, sencillamente saben que el problema está en que nadie les va a entender, pese a que su inglés sea de academia. Y es cierto. Pero eso no implica que no se pueda viajar y, como decía en otra entrada, siempre será una excusa para la indulgencia a modo de motivación que desemboque en decidirse a aprender un poco de chino. Aprender y viajar, eso que a otras sociedades motiva y que en nuestra España de botijo y pandereta provoca rictus de sonrisa nerviosa, sardónica en defecto.
Y aún más por desenhebrar en Nepal, Sri Lanka o Indonesia, pero me había prometido ser conciso, y además la galbana que provoca el malva atardecer sobre el Mekong a su paso por Pak Chom invita o a hundirse, gustosamente, en una dulce siesta, o a desperezarme y unirme al partido de fútbol que juegan unos chavales a apenas una veintena de metros de mí, en un campo de hierba marchita y porterías desniveladas con redes plagadas de boquetes.
P.S. Se acaba de publicar el último informe PISA en el que vuelve a constatarse que España sigue a la cola en nivel educativo (¿había escrito ya que los periódicos siempre dicen los mismo?). Viajar siempre va ligado a educación, siempre. He escrito viajar, ojo. Podéis preguntar qué implica y qué connotaciones laborales de futuro lleva implícito el año sábatico (gap year o year off) en otras culturas occidentales, donde se anima en escuelas y familias a ello, y alucinaréis en colores con lo valorado que está ese concepto. Sin embargo en nuestro país, como digo, la realidad es que hay mucha gente interesada en formar ignorantes, fotógrafos de media hora llevados de la manita física o tácticamente, que alimenten los bolsillos de un sistema ya establecido… sin mochila o con ella.

Written by David Botas Romero
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