Mercerreyas

Azul y verde, turquesa

Miércoles, 27 de abril de 2016

Silencio

Silencio

Ya no deseo más silencio…

Azul celeste, verde esmeralda, turquesa. Y silencio. Eso es, silencio. Imagina un lugar donde el silencio es la lengua madre, donde apenas el sonido amortiguado que provocan los cocos al caer consigue sobresaltarte, lo necesario para hacer que suspires al tiempo que te giras en la hamaca. Un guiño que es una oda primaveral, un lugar que es tan miserablemente precioso que nada en él se ha pervertido porque las palmeras y los brazos de mar nunca serán petroleros o polígono industrial. Un lugar tan olvidable que incluso su medicina, sin prospecto, se suministra con las manos embadurnadas de aceite natural y hierbas. Un reino celestial en el que profetas, santos y reencarnados nunca encontrarán un alma que les reconozca tan familiares como para preocuparse en construirles un hogar. Un pedazo de globo terráqueo en el que el dinero ni compra ni vende, todo reducido a lo material, a cuánto se puede trocar por diez, quince o veinte cocos, por un kilo de conchas marinas, por unos gramos de especias. Azul celeste de cielo nunca finito, verde esmeralda de natural esperanza, turquesa hasta donde se pierde la vista. Y silencio reverenciado por ondas heridas de felicidad que mueren mudas en la orilla. Eso es, silencio que subyuga y guía a espíritus desnortados. Silencio que, aquí y ahora, revira y se amontona en cualquier parte, allá donde se esfumaron mis preocupaciones, allá de donde fueron borradas por un desatado temporal que, enloquecido, bramaba su paz.

 

Probablemente no exista ningún antídoto más efectivo contra los pecados del hombre que los canales de Kerala. Posiblemente no exista nada con mayor capacidad de incitar al sueño y al relax que este lugar inimaginable en el resto del mundo. Pudiera ser que aquí empezara y acabara la reparación de una extremaunción que India se forja con rabia a base de despojos y queroseno, de indiferencia y decepción. Y con total seguridad, sin lugar a dudas, su encanto no se debe a su naturaleza desbordada de entornos donde solo existe el azul de cielo, el verde de la naturaleza y las chispas luminosas de reflejos solares sobre el pardo del agua, sino que se fundamenta en que pilla a un mero paso del infierno más aterrador. Aquí y ahora, ¡si solo pudieran trasladarse en un cofre los instantes plenos de júbilo, si pudieran desempapelarse a discreción igual que dulces sin fecha de caducidad! ¿Cómo alcanzar el maná? Cruel silencio que no entiende de miserias de tendones y hueso. Cruel silencio.

 

Allá donde la basura y la polución no se conciben más que como misterio del tiempo, donde India empuña y enarbola una invencible bandera de pulcritud e higiene, miles de deshilachadas cicatrices, en una costa malabar que aquí se ha rasgado como una tela de raso pasada de lejía, insuflan aliento de vida. Sin medida, la imprescindible para no olvidar por qué se odia tan profundamente a este país y, en ocasiones, a qué se debe un amor tan descontrolado. Los hombres, descamisados, reman a pala o empujan la embarcación con pértigas de bambú porque el único combustible es el sudor, y las mujeres lavan aquí o allá, en cualquier parte de este reino tan perfecto que parece de ficción. Un coro de aves distintas entre sí, a ninguna de las cuales consigo identificar, irrumpe al unísono de improviso, y casi que se imaginan las alimañas agazapadas, con mordaza, escuchando la novedad con atención. Silencio extremo, expectante esta vez.

 

Pero lo único que yo aprecio a cada segundo desde la pasada noche, sin embargo, es angustia y tristeza por lo que no poseo. Me hunde en espiral de tornado lo mucho que anhelo tantos besos con promesa, tu cuerpo de cristal que sentencia con justicia mi absurda ley mundana. A eso se reduce todo: negras circunstancias que suponen más fatiga a mi fatiga. Dime, cariño, ¿dónde busco ahora la savia que supone tu voz para mi alma?, ¿cómo puedo serte en la distancia algo más tangible que una sombra huidiza arrastrada por el viento de oriente? Invócame, mi vida, hazlo con proposiciones tan esperanzadas como el verde selvático de la costa malabar. Aquí y ahora, eso es lo que más deseo: escuchar tu susurro impúdico desde los ojos acuosos de Kerala, o hasta la blasfemia en sortilegio que nos proteja de templos repletos de cobardes. Y si nunca dejas de hacerlo ya no me permitirás zozobrar, mi vida, porque ya no deseo más silencio, solo arroparme en tu voz.
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