Mercerreyas

Chiapas a dentelladas

Miércoles, 12 de octubre de 2016

viajar

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Vivimos para viajar, viajamos para vivir.

Cascadas de Agua Azul, Misol-Ha y recinto arqueológico de Palenque, tan o más espectacular que como lo recordaba. Madrugón a las cuatro y media, y hoy otro a las cinco y media porque a las seis toca nuevo destino: Yaxchilan y Bonampak. Ojos que se mueven a cámara lenta de seis de la mañana a cinco de la tarde, sol y humedad que hacen fibrilar en taquicardia, un par de margaritas, comida mexicana a cascoporro e Iñaki que, accionando nuevamente el resorte viajero, pide más batalla. “Al final subyace que vamos a ser los dos hijos de la misma madre”, asumo fatigado. Sobre esta pelota que tanto nos empeñamos en descuartizar, y tras el miedo al tanteo inicial de otras gentes y culturas que siempre dura tres o cuatro viajes, tenía que haber madera en él. Pues deseos que son órdenes, monsieur: “aflójate un par de gin-tonics (honestamente y a posteriori, con carga de ginebra propia de horario infantil) y a la cama que a las cinco y media hay retreta”. El amago de carburante alcohólico, en el fondo, puede ser asumible cuando a Campeche le toca esperar. Viajazo de sudor y alegrías, como antes lo viví con mi madre una y mil veces. México, ya lo aprendí a sangre y batalla, bendice con mezcal y alegría cada gota de sudor, cada minuto robado a Morfeo. Ahora ya somos dos conversos siguiendo una estela que nunca dejó de alumbrar y que en la ecuatoriana Cuenca solo tuvo un pequeño impasse cuando la parva vino a recolectar su mies generando un santuario de devoción que alumbrara el camino, que prometiera nunca consumirse o desfallecer cuando se cabalga México, el mundo por extensión, a horcajadas. Vivimos para viajar, viajamos para vivir. De tal maestra, tales astillas. Ahora mismo, tal que así.

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