Mercerreyas

Saqueado Prasat Bakan

Sábado, 28 de octubre de 2017

Prasat Bakan
Prasat Bakan
La primera vez que probé el lok lak (clásico plato jemer que se basa en cubitos de carne de ternera cocinados con salsa de lima y pimienta) fue en Kampot, de casualidad porque no sabía qué pedir del menú y lo eché a suerte. También por puro azar aprendí que el plato es, en realidad, vietnamita, pero que aquí se adaptó a los ingredientes aunque mantuviera el nombre -“bo luc lac” en Vietnam, donde bo es ternera como ya me quedó claro con el delicioso “bo ne”-. Era mi primera noche en una casa de huéspedes y restaurante anejo llamados Paris. Quizás ya no exista porque, a cinco dólares, era un edificio agrietado y ardiente, sin el auxilio de aires acondicionados y con el único detalle de un ventilador de pared que mugía como las vacas a cada giro. No obstante, un lugar ideal, casa de huéspedes y Kampot de igual modo, para hacerse el perezoso por unos días y sentirse rehén de la soledad.

Hoy he tenido que regresar a la Camboya real fuera del decorado irreal de Siem Reap para recordar todo aquello, aunque haya sido en la polvorienta Kompong Thom y la carne de ternera estuviera más dura que el castaño de Cristo, que decía mi madre, siempre con un dicho popular en la boca. Tampoco se acompañaba de patatas de verdad y la pimienta ni de coña era tan intensa como la originaria de la famosa ciudad meridional, además el plato es caro a cinco dólares; pero la compañía era inmejorable. Son mesas y sillas de madera maciza, recias, camareras gastando chanzas por doquier y viajeros de viene y va porque justo enfrente aparcan todos los buses a y desde Siem Reap o Phnom Penh. Ninguna de esas nimiedades me ha importado cuando he recordado que las paredes guardan mi historia, aquella de un animal ávido de historia Chenla como la que se desgrana en los cercanos santuarios de la pretérita Isanapura, el germen que parió Angkor. Una antología de mi ayer. En este mismo restaurante tecleé párrafos de aquel libro y ahora es un sortilegio que me ayuda a creer en todo lo que queda por contar. Acurrucado en la misma silla, frente a la misma perspectiva de viajeros de quita y pon, nada importa cuando, seis años después, el imperio Chenla ha dejado paso a la pagoda de la colina Shantuk, hace un rato, y al más mítico templo jemer, mañana.

Prasat Bakan

Porque lo verdaderamente importante en Kompong Thom se llama Prasat Bakan, un templo inmenso al que no se acerca nadie porque pilla a desmano de todo. Ésa es su virtud. Son cien kilómetros por carreteras de polvo ocre y baches hasta llegar allí, y si tienes un conductor de ciclomotor novato, como ha sido mi caso, pues te chupas doscientos. Una odisea que acompaña siempre a cualquier viajero por el sudeste de Asia, vetada a otro tipo de seres pusilánimes.

Allí, sin embargo y una vez te sacudes el polvo que te hace parecer un fantasma rojizo, las sensaciones son encontradas. Impacta el tamaño del templo, el más grande del imperio jemer, muy por encima de Angkor Wat al que quintuplica, y el coro de sonidos selváticos que acompaña. Ni una voz. Estoy solo, absolutamente solo frente a un templo colosal en valor histórico ya que las mejores obras de escultura jemer, hoy visibles en el Museo Nacional de Phnom Penh, fueron rescatadas aquí. El problema es que antes lo arrasaron los franceses y, solo veinte años atrás, los saqueadores de vestigios arqueológicos le dieron otro repaso. Lo peor no es eso, lo peor es que los últimos demolieron buena parte de las estructuras para conseguir su botín. Los sillares están triturados, como si les hubieran pasado un martillo neumático, y los relieves, los pocos que quedan, marcados a cincel. Y aun con eso es el templo más atmosférico de toda la herencia jemer. Está inundado de vegetación y solo un pequeño sendero y dos pasarelas marcan el camino a seguir, el resto, por supuesto, escalar entre escombros. Sobre una pila de ellos, en el sanctasanctórum, me siento y deleito con la vegetación que cubre todo a la vista, con los ficus haciendo de las suyas. El silencio es atronador. Me duelen hasta las axilas del traqueteo y aún me quedan cien kilómetros de regreso por pistas crujidas, eso si el conductor acierta esta vez. Por unos instantes se quiebra la paz cuando aúllan los monos, los lagartos se escabullen en tropel y un cangrejo gigante me amenaza con sus pinzas. Luego ecos y vuelta el silencio atronador. A veces me siento el tipo más feliz del mundo. Prasat Bakan, también llamado Preah Khan de Kompong Svay, bien merece un viaje a Camboya. En atractivo visual queda por encima de Preah Vihear y por debajo de Banteay Chhmar, el santuario más hermoso que exista fuera de Angkor, pero ninguno, ni dentro ni fuera de Angkor, puede rivalizar en inmersión natural y sensación de plenitud. Y de eso tienen la culpa trescientos kilómetros de suplicio salpicados de aldeas con palafitos, arrozales, lagos, palmeras, cocoteros y el cielo más azul que se pueda imaginar.

Written by David Botas Romero
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