Viernes, 27 de octubre de 2017
na Camboya de carne y hueso en Phnom Santuk, quizás la cumbre más reverenciada por la sociedad jemer. Quedan en el pasado un viaje entre arrozales infinitos, como una Castilla asiática que se desparrama en horizontes de cereal y pueblos dispersos de quince vecinos, y en el futuro las cuatro horas de paquete en una moto junto a las dudas por el estado de la carretera que mañana habrá de llevarme al, quizás, único templo que puede rivalizar en magnificencia con Banteay Chhmar fuera del recinto de Angkor: Preah Khan de Kompong Svay (Prasat Bakan). En Phnom Santuk una monja me ha vuelto a ofrecer un hilo sagrado (Sai Sin en Tailandia, hablé de él en el segundo libro destacando su origen indio) y he salido con él anudado a la muñeca. Seguro que me protege.
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