Mercerreyas

Un aniversario

Sábado, 21 de octubre de 2017

 Ninh Binh
 Ninh Binh

 

Aveces parece que uno ha regresado a India cuando pasea por Hanoi y los pitidos de incontables motos le recuerdan lo poco que le falta para acabar con la crisma partida sobre el asfalto. Luego, ya más calmado, China vuelve a Vietnam dando empujones en la cola que se forma para sacar un billete de tren. Gritos por aquí, un tipo que se cuela con todo su rostro y sale volando del codazo; gritos por allá, otro que mete un poco el hombro hasta que le empujas de mala hostia y asume que su sitio está, como poco, donde empieza tu espalda… Es todo tan viejo y conocido como el artilugio sobre raíles, errático y atestado caballo metálico asiático, pese a que el destino esta vez no sea Hué sino un lugar a apenas noventa kilómetros de la capital. Si en Dalat eran montañas, cascadas y curvas, aquí llanura, valles y humedales vacíos de simiente, en barbecho. Acostumbrado al trantran, en duermevela, llega un momento, de súbito, cuando la tierra revienta y los montículos de esmeralda, mogotes cubanos, se yerguen para engranarse en incontable rosario budista allá donde se posa la vista. La neblina se ha hecho sirimiri y las pocas mieses de arroz que resistían en el perímetro se pudren junto a bloques de hormigón decrépito. Has llegado a Ninh Binh.

Cemento aparte, en esta ciudad se hallan algunos de los paisajes más hermosos de todo Vietnam, farallones calizos moldeados por viento y lluvia que encumbran el circundante paraje kárstico a la par de los más hermosos a nivel mundial. [perfectpullquote align=»left» cite=»Botitasenasia» link=»» color=»#16989D» class=»» size=»16″]Con tiempo para echar humo, recordaba esa frase de Gustav Jung que me recordaba hoy Maitane: a los veintiún años tenemos la crisis de cómo entrar en el mundo y a los cuarenta y cinco de cómo salir de él. [/perfectpullquote]Como ya conozco el referente de Tam Coc, un río próximo que sortea picos y se adentra en cavidades horadadas por el agua, me decanto ahora por la cueva Mua y la zona de Trang An. Atrás, en pausa, queda un hotel de capricho a apenas diez pavos e infinito de satisfacción ya que de noventa grados es la sonrisa que dibujará, más tarde, el rostro de unos alemanes que han acabado en este mismo hotel donde se paga poco más de un euro por un bol humeante de fideos con ternera y una cerveza de casi medio litro. Sensación agridulce, no obstante, porque los paisajes siguen siendo soberbios, aunque me haya hecho viejo y ya tenga un máster en este tipo de entornos desde Yangshuo hasta bahía de Phang Nga; mas el vinagre lo pone, una vez más, la cultura del norte. Como en China, Vietnam ha pasado de tener un patrimonio inmaculado hace diez años a ir descojonándolo a base de tunearlo de la manera más absurda. Idéntico al gigante rojo, nuevamente. Ninh Binh es prueba fehaciente. Primero en la cueva Mua han sajado un lateral de la montaña para construir unas escaleras que se ven a la legua. Alguno dirá que, al menos, no han puesto un ascensor como en el parque nacional de Wulingyuan, pero creo que todo se andará. Honestamente, lo podían haber disimulado mucho mejor tal y como han hecho en el templo de la cueva del tigre de Krabi, en Tailandia, ya que da la sensación de que, como en China, cuanto más hortera, mejor. Luego la decoración. ¿Qué coño pintan las figuras de yeso por doquier? Estatuas decoradas que no hay por dónde cogerlas. Al menos no hay un puesto de alquiler de trajes para que la peña se disfrace y se saque una foto de lo más fetén. Inolvidable que, en la cascada Prenn de Dalat, el colmo antes de llegar a Trang An, se habían montado un tiro con arco. Habían dibujado un tigre de Bengala (¿un tigre de Bengala en Vietnam?) y los turistas rusos, mayoría allí, se lo pasaban pipa agujereando al pobre animal. En un chasquido de dedos lo tendrán aquí. ¿Cómo demonios destrozan así los lugares reduciéndolos a insulsos parques de atracción? Casi que recuerdo con simpatía el coñazo de señoras que venían con su barquita a venderte agua mientras recorrías las grutas de Tam Coc. Si solo porque eran de carne y hueso. Así que, pelillos a la mar, me he subido a la cima decidiendo obviar un dragón que amenaza con escupirme fuego en el cogote escalón tras escalón, he fumado un pitillo con mi padre hoy justo que se cumple el primer aniversario de su muerte, y allí me he quedado contemplando las vistas igual que un bobo enamorado. No es fácil la subida, aunque mucho más sencilla que aquella del sendero de Tab Kak Hang Nak, en Krabi, pero a cambio las vistas tampoco son tan impresionantes.

Con tiempo para echar humo, recordaba esa frase de Gustav Jung que me recordaba hoy Maitane: a los veintiún años tenemos la crisis de cómo entrar en el mundo y a los cuarenta y cinco de cómo salir de él. Imagino, en una décima fugaz, que somos más afortunados que Ninh Binh, al que le han bastado diez años para corromperse, y que aún me quedan cuatro de margen para que el arranque de la fatiga de mi padre que culminó a sus ochenta y uno, viudo y en cierto modo cansado de vivir por todo lo realizado, no me pille arrepentido de no poder hacer lo que me pedía el cuerpo. El recuerdo de su mujer, mi madre, está de albacea de que quemé mi vida en sueños mundanos a su lado. Incluso ella asoma por aquí remando con un sombrero non hace diez años, también hace nueve, junto a mi hermano Iñaki. Esta zona la cubrimos antes de ir a Halong y a mi madre allí, por eso de que se apuntaba a un bombardeo, le apeteció remar… casi acaba en el agua, la pobre. Ni bajar por la escalera de estribor sabía. Y no renunciaba. Para cojones, los suyos. Luego el pobre Iñaki remaba y tiraba de ella porque cogía el remo al revés y se escurría en la embarcación. Era un despiporre aquello. Pero allí estaba, a bordo de la piragua. Inolvidable. Despiporre ayer, hoy ejemplo de pundonor. Y de recuerdos como ése, mil. Cuando se ha secado el sudor que anega mi pantalón y camiseta, es hora de decirles hasta la próxima y bajar.

Lo peor está en Trang An, ya se intuye. Quizás, si no conoces cómo se ha desarrollado Vietnam, hasta te parezca pintoresco ver una cola de cincuenta botes haciendo cola para entrar en una cueva fluvial (¿?), un decorado de cine que asemeja a antiguos santuarios (¿¿??) y un templete flotando donde una señora berrea, apoyada en unos altavoces estridentes (¿¿¿???). De lo contrario, desearas golpearte con la primera estalactita una vez dentro de la gruta y soñar, inconsciente, que todo es una pesadilla. Pero cuando la barca atraviesa la negrura la vida sigue igual, que cantaba Julio Iglesias, y la cola se ha desplazado a la siguiente estrechez. Trang An es como aquel Tam Coc aunque en versión girada al modo feria. Después te apeas en una escalinata y, siguiendo el sendero al fondo del cual te ha de recoger la misma barca que te ha dejado al pie de otro circo, topas con un barco simulado de la guerra de Vietnam contra los yanquis (¿¿¿¿????) o un conjunto de tipis (me faltan signos de interrogación), propios de tribus amerindias, que terminan por arruinarte la visita.

Sinceramente, ya de vuelta en el hotel y escribiendo esto, me revuelve el estómago no haber ido a un Ha Giang que hoy probablemente se parezca a esto hace diez años, pero muchísimo más recordar la ausencia de mi padre y el recuerdo de mi madre cuando las cabras eran dueñas y señoras de estos decorados mientras hacían equilibrios imposibles en la cresta de horizontales paredes calizas. Eso me arranca una sonrisa entre cervezas porque, como decía Solzhenitsyn, uno solo es dueño de lo que siempre puede llevar consigo: los lenguajes que aprendió, los países que visitó, la gente que conoció. La memoria es lo único que cabe en la mochila. Y allí la sombra de mi padre en el universo de Mecerreyes, de mi madre por el resto del mundo (aquel Vietnam es solo un esqueje), lo cubre todo. Lo cierto es que me sobran recuerdos para sentirme dichoso en Ninh Binh, aunque al regreso otro taxista haya intentado meterme un gol por toda la escuadra tratando de engordarme un precio que, al final y también por mis huevos, buena maestra he llevado, ha sido el que marcaba el taxímetro.

Written by David Botas Romero
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