Mercerreyas

Día 89: La leyenda del hombre sin nariz

Miércoles, 6 de diciembre de 2017

La leyenda del hombre sin nariz
La leyenda del hombre sin nariz

La leyenda del hombre sin nariz

En las afueras del pueblo habitaba un hombre sin nariz. Nadie parecía saber cuándo o cómo le sucedió, de hecho mucha gente no le conocía porque vivía recluido y en rara ocasión salía de su casa cerca de la cual, en un estanque gigante, cultivaba lirios de agua (calas). Éstos eran famosos tanto por su belleza como por el alto precio en que los vendía, exclusivos de la gente más acomodada del país.

Se cuenta que en aquellos tiempos, justo al otro extremo del pueblo, vivían tres jóvenes que, siendo completamente diferentes entre sí, se habían criado juntos. Y con el pasar de los años, adolescentes, empezaron a imaginarse con chicas y a fantasear con cuánto de populares serían si pudieran conseguir uno de los famosos lirios del hombre sin nariz para regalar a su pretendida. Pese a que no disponían de dinero suficiente, sí que creían en sus argumentos para convencer al hombre sin nariz de que les diera uno.

El primero lo tenía muy claro. Después de todo era hijo del alcalde del lugar, ése al que todos venían a pedir consejo y ayuda en caso de problemas. Seguro que el hombre sin nariz le daría uno cuando le explicara quién era. Sabía qué diría para camelar al jardinero.

El segundo también estaba convencido de conseguir el lirio. No en vano era muy inteligente, de hecho era hijo del maestro. ¿Acaso no acudía la gente en busca de su padre cuando necesitaba educación y sabiduría? Sin duda que sabría cómo convencer al jardinero y conseguir la preciada flor.

Pero el tercero no tenía ninguna esperanza de lograr el trofeo. No era hijo de alcalde o maestro, ni nadie se presentó jamás a pedir consejo en su hogar materno. Solo movido por la amistad, como los amigos le animaron a acompañarles, allí que se encaminó con ellos.

Tras una hora de caminar alcanzaron el estanque más hermoso que vieron sus ojos, repleto de los lirios más grandes y níveos que se pudiera imaginar. Junto a él, en un lateral, quedaba el cobertizo donde habitaba el hombre sin nariz.

El primero de los jóvenes golpeó la puerta con los nudillos, educadamente. Tras unos segundos, el hombre sin nariz abrió con gesto extrañado. “Mi padre es el alcalde y todos los habitantes del pueblo acuden a pedirle consejo o ayuda en caso de problemas. Me encantaría poder tener uno de tus lirios”, expresó con orgullo el joven.

“No tengo problemas ni necesito consejo. No tengo ningún lirio para ti”, respondió el hombre sin nariz, al tiempo que tornaba la puerta.

Entonces el segundo chico dio un paso hacia delante y se colocó frente al jardinero, justo en el marco, impidiendo que éste diera un portazo. Sonrió de manera tan encantadora como pudo y se presentó. “La gente de la aldea piensa que eres avaricioso y feo, pero yo no lo creo”, susurró confidente tratando de disimular su embuste. “De hecho creo que eres buena persona y bastante guapo. Me encantaría poder tener uno de tus lirios para mostrarlo a todo el mundo como prueba de lo que digo”, añadió con convicción, tratando de engatusar al jardinero.

“Yo no soy una buena persona”, respondió el hombre sin nariz, “y tampoco soy guapo. No tengo ningún lirio para ti”. Con eso empezó a cerrar la puerta justo cuando, por el rabillo del ojo, vio al tercer chico que permanecía callado en el umbral. Le miró con seriedad. “Di lo que tengas que decir y márchate con ellos”, bramó con firmeza. El tercer joven dudó y carraspeó por un instante. “No tengo nada que decir”, replicó. “¿Cómo?, ¿acaso no quieres uno de mis lirios?”, inquirió el jardinero. “Sí, claro que sí. Pero si mis amigos no lo han conseguido dudo que yo pueda hacerlo”. “¿Acaso no es importante tu padre?”, el jardinero empezaba a sentir curiosidad por aquel joven tan poco presumido. “No lo es”, agachó la mirada con humildad. “¿Crees que soy avaricioso?”. “No lo sé, dado que los lirios son tuyos tienes el derecho a hacer con ellos lo que te apetezca”. “¿Crees que soy guapo?”. “No diría eso. Nunca antes vi a nadie sin nariz así que no sé lo guapo o feo que puedes ser”.

El hombre sin nariz aguardó pensativo por unos largos segundos hasta que se perdió en el interior de la casa no sin antes solicitar al joven que aguardara allí un momento. Al cabo de un minuto apareció con el lirio más grande e inmaculado de todos los que había en el estanque. “Esto es para ti”, le dijo al tercer joven. Éste estaba en estado de shock, impresionado por la belleza de la flor y por la generosidad del jardinero, tanto o más a como lo estaban sus otros dos amigos. “Algunos se creen importantes, y otros inteligentes, pero lo mejor y más importante de todo es ser honesto”. Sonriendo, cerró suavemente la puerta sin pronunciar una palabra más.

Folclore Thai. Siam Society.

P.S. Ya en Sakon Nakhon, un lugar de gratos recuerdos nocturnos aunque aquello sea historia más que cerrada en mi vida. A pesar de eso siempre me ha gustado el aspecto gris de la ciudad, el fabuloso templo Choeng Chum (de restauración esta vez) y, sumado a ello, una pequeña ruina jemer que acabo de descubrir. Está llena de estanques la ciudad y pegando a ella se encuentra el inmenso lago Nong Han, en el que no es difícil descubrir lotos y nenúfares por doquier; para los lirios, en mi corta experiencia aquí, creo que es mejor recurrir a la leyenda contada. Mañana no sé si me moveré o no. Al oeste queda un Udon Thani que no me atrae (siempre lo he saltado) y hacia el sur sí que hay cosas interesantes como Surin o Buriram. También es cierto que voy con gasolina justa y ánimo bajo cero, los ingredientes necesarios para que la escasa ilusión por descubrir que aún me mueve se esfume y me vea obligado a dejarme caer por Bangkok para rematar la faena. Queda muy, muy lejano aquel diez de septiembre en Nueva Delhi, desde entonces he andado demasiados kilómetros y, peor que cualquier circunstancia de viaje, me he dado una (otra) hostia con la misma tozuda y vieja realidad, a ver qué me pensaba yo.

Written by David Botas Romero
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