Jueves, 7 de diciembre de 2017
Isan, una despedida amarga
Exento de las meridionales playas coralinas, oscilando del tono blanco al color turquesa, y de septentrionales tribus coloridas, segundo imán turístico del país tras el anterior, el principal reclamo es su gente y su deseo de compartir una cultura diferente forjada entre terrenos baldíos y el desprecio de tailandeses de otras latitudes, quienes no dudan en afirmar que la sociedad de Isan se conforma de aldeanos e ignorantes agricultores.
De un modo u otro se puede afirmar que la región de Isan siempre ha ejercido un atracción para viajeros deseosos de emociones auténticas, y no miento si afirmo que el poco tailandés que hablo lo aprendí a base de fuerza en esta región, so pena de no encontrar dónde comer, dormir o cómo moverme porque allí el inglés es un producto marginal. Idioma y mucho más aprendí allí.
Hoy me ha tocado abandonar Isan porque ningún viajero es inasequible a la derrota física o moral. Lo he hecho con inmensa decepción y rabia porque detrás de cardenales oscuros, que me envuelven tanto en corazón como en pierna izquierda, sé que esa tierra me habría devuelto la fe. Isan, con sus gentes amables y templos vibrantes, es siempre un mundo por descubrir sin necesidad de recurrir a hermanas de la compasión, que cantaba Cohen y alguien no tardó en recordarme cuando acaricié sus pétalos. Este Isan tan áspero y árido, este Isan que ya nunca jamás me esperará con forma de hermanas de la compasión, que para eso las promesas son sagradas. Nadie supo jamás qué historia humana se escondía detrás de dichas ninfas, y al infeliz que una vez intentó rascar la superficie ya le etiquetaron de lo malo, lo peor. Nunca lo sabré. En Isan, en definitiva, todo Dios lame heridas de podredumbre y decepción. Ha sido, verdaderamente, una despedida muy amarga.
Written by David Botas Romero
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