Mercerreyas

Otra sombra en Bangkok

Viernes, 1 de diciembre de 2017

Otra sombra en Bangkok
Otra sombra en Bangkok
En Bangkok siempre hay una excusa para teclear. Llámese ésta, en término genérico, cocina, cultura, sociedad,… Hay rincones de postal, repletos de turistas, y barriadas donde el anonimato lleva impreso ecos de suciedad y polución. Tráfico de caos y hasta centellas parpadeantes en la azotea de cualquier rascacielos. La historia de la chica de recepción, que pasea en carrito a su bebé por los quince metros cuadrados de un hall de hotel al que parece vivir encadenada, o la del travesti que cobra con sonrisa nacarada en la tienda donde de cruzan las calles Pracha Suk e Inthamara número equis, siempre tratando de disimular la fea cicatriz de unos quince centímetros que arranca en su yugular y acaba en la nuca. ¿Cómo o quién se la hizo? Es una incógnita que nunca resolveré. Mil motivos que contar. Lo jodido, como es mi caso, es tener que obligarse a escribir porque se ha empezado a desconfiar de las teclas. Ése es el mayor temor del viajero solitario.

A todos los viajeros les pasa, yo no soy ninguna excepción. Épocas en que crees en esto de rodar para contarlo y épocas en que, como decía el torero, más cornadas da la vida, tantas que las luces multicolor disipadas de moles verticales, templos de fantasía más abajo y hasta el curry ardiente en boca y estómago, al fondo del todo, allí donde los gatos se rascan contra tus tobillos, no invitan a dedicarles una sola línea. Solo observas la postal con gesto taciturno, apagado y depresivo, como un director teatral ante un telón corrido.

A todos los viajeros les pasa, vuelvo a ello, que en un momento de la ruta se sienten huérfanos y, mucho peor, abandonados. En Bangkok, meretriz de lujo perfumada de Channel pero con pies renegridos y descalzos, viva metáfora de las kinnaris del templo del buda esmeralda, ya lo he vivido, y con ello he alcanzado que todo viaje es un principio y un final a un yo anterior, aunque esta vez aquel haya sido empujado al abismo. Siendo igual de violentas y dolorosas, la tozuda realidad demuestra que las puñaladas siempre fueron menos dramáticas en las calles de la capital Thai.

La noche se desplaza en motos de sonido grosero, se funde en jóvenes risueños que se buscan y palpan bajo luces tenues, se refresca en el tintinear de los hielos que se cubren pronto de cerveza espumosa, se ciega tras los leds de miles de discotecas y karaokes sonámbulos. Sombras de Bangkok. Calor amortiguado por ligeras brisas templadas. Hay uno de día y otro muy distinto al ponerse el sol, es solo que ambos generan idéntica indiferencia a día de hoy. Y, sin embargo, pensándolo bien, creo que debería sentirme feliz porque debe ser cierto que con el tiempo he aprendido a teclear con capacidad de síntesis: ya no necesito cinco líneas para no contar nada, ahora puedo hacerlo en una. Brindo por ello. Creo que es la primera sonrisa del día. Mañana vuelvo a los libros porque no podré escribir, pero nunca dejaré de leer, placer ajeno a estados de ánimo.

Written by David Botas Romero
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