Mercerreyas

Álamos al Oeste o Perito Moreno

Martes, 17 de abril de 2018

perito moreno
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Álamos al Oeste o Perito Moreno

Se cuenta en Patagonia que los álamos siempre se plantan en hilera, orientados al Oeste. Se precisa, además, que esto se debe a su función para tapar contra los temibles vientos que, por norma general, soplan desde aquella dirección como parte de las famosas corrientes patagónicas que se originan en el Pacífico meridional y barren la cordillera andina de Suroeste a Nordeste. Se cuenta, también, que primero los árboles, que luego a su resguardo se construye la vivienda, y, por último, que estos inmensos árboles, que amarillean en esta época del año, servían antaño para que los gauchos que bajaban de La Pampa supieran, gracias a su tamaño y ulular, dónde encontrar una hacienda de cobijo y buen yantar. Un vistazo en derredor confirma el hecho: aquí, en este punto, el cielo tiene la extraña virtud de camuflarse con la línea del horizonte, más diluida que en ninguna otra latitud del mundo. Hoy sigue el viento soplando, siguen los gigantes crujiendo sus ramas para abrazar el aire que les acaricia en una llamada, una llamada,… una llamada poética. ¿Acaso hay algo más poético en tierra de los Patagones que el sonido que emiten los árboles cuando el viento les zarandea?, ¿acaso no es el del viento el único sonido parido y mamado de esta tierra?

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De gauchos y Patagonia racial puede que no quede mucho en El Calafate, amén de estos paisajes tan hipnóticos hoy como ayer, toda vez que todos seguimos tal que ovejas la misma ruta al glaciar Perito Moreno, las haciendas son hoteles boutique y los oriundos, descendientes tanto de La Pampa como de Patagonia, ya hace tiempo que dejaron el trajín de ganado, montaron un negociete para turistas y ahora suman clin, clin, caja, clin, clin, caja, sableando por cinco lo que jamás puede valer más de dos.

La paradoja más llamativa, cuenta la guía, es que el famoso Perito (apodo asociado a su maestría) de apellido Moreno jamás llegó a visitar el glaciar que lleva su nombre a modo de homenaje, pero tampoco importa demasiado la lección de historia cuando uno se ve empequeñecido ante tamaña mole de hielo. Si los glaciares en Europa pasan por ríos de hielo, esto es un verdadero océano de carámbanos arrejuntados, afilados, que cubren un valle infinito. Y es solo uno, ni el más grande ni el más chico, del puñado de ellos que se suceden cordillera arriba, cordillera abajo.

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Luego, donde el bus (turístico) te escupe, se van atravesando pasarelas metálicas que acercan al objetivo, primero grande, más tarde inmenso, por último descomunal. De súbito, como un cristal que estalla de un portazo, se rasga y provoca un estruendo magnífico. No han pasado ni dos minutos de otearlo en la distancia. Se resquebraja y los añicos se pierden en el agua lechosa que lo rodea. Gime y estalla una vez tras otra, como si llorara desconsolado. A veces se ven sus lágrimas, a veces se imaginan si la fractura es interior. Pero es siempre tan acongojante como arrebatador sentir el atronador sonido que paraliza, comprobar que es solo una millonésima parte del frente de seis kilómetros lo que ha caído. Flotan junto a esta pared frontal centenas de breves icebergs, desprendidos de cada una de sus caras. El Perito Moreno es una lengua viva, avanza y retrocede como una serpiente que ultima a su presa. Lo miras por aquí, por allá, y siempre te sientes observado, empequeñecido cuando dispara sus lamentos a una velocidad de dos metros por día. Lo creas o no es infinito, lo que pierde delante lo gana detrás con perpetuas nieves andinas. Un espectáculo para deleitarse bajo blanco cegador pero, muy especialmente, atravesado por sonido estremecedor. Eso sí que congela más que su visión fantasmagórica.

Al volver a El Calafate ya ni siquiera se es consciente de si vuelve a resonar o no el ulular de unos gigantes de otoñal hoja gualda, nada de ello es necesario para saber que este lugar jamás se olvidará no por lo visto, sino por lo escuchado: el quejido poderoso de la más maravillosa experiencia glaciar que puede darnos el planeta, el crujir de un pedazo de hielo que, por mucho que avance, siempre quedará al Oeste de los álamos.

Written by David Botas Romero
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