Mercerreyas

Entre Puerto Montt y Bariloche

Martes, 24 de abril de 2018

Bariloche

Entre Puerto Montt y Bariloche

Se quedó detrás Puerto Montt, donde nos vimos colgados sin bus para Bariloche, y con él toda la estepa patagónica de coirones y matorrales. Es lo que tiene menearse por Patagonia, las distancias son enormes y, a veces, las conexiones un lastre. El caso es que de la vieja ciudad chilena, célebre por su matanza en mil novecientos sesenta y nueve y por el triste destino de su responsable, Pérez Zujovic, no hay mucho que decir. Es solo una abigarrada urbe comercial donde las casitas de madera se apiñan en torno a la costanera, apostada al pacífico, y en la que luce una catedral de madera de alerce que, en consonancia con el resto de la ciudad un domingo a la tarde, aparecía cerrada a cal y canto. Una cerveza a millón en la única tasca disponible, un hotel agradable para descansar y a otra cosa (eufemismo de seguir cerrando logística hasta bien entrada la noche, que toda esta semana próxima tenía pendiente).
Luego, de mañana y con los primeros kilómetros, el paisaje ha cambiado de raíz en ruta a Argentina. Seis horas de disfrute por los parques nacionales Puyehue (en el lado chileno) y Nahuel Huapi (lado argentino), allá donde solo se mantienen los álamos y dispersas lengas mientras todo lo demás se hace lagos, volcanes y cerros escarpados desde los que se desprenden alfombras de pasto esmeralda donde pacen las vacas, sin necesidad de nadie que las pastoree. Lo lamentable, una vez más, es que un mayúsculo incendio tiene chamuscado buena parte de ambos aunque, poco a poco, algunos troncos quieren reverdecer en un trabajo que les llevará años si una de las habituales heladas no los remata antes.
Tremendo de turístico una vez aquí, en Bariloche, pero es lo que toca toda vez que el pueblo argentino se ha echado a la ruta. La ciudad en sí tampoco es que tenga demasiada gracia aparte de sus vistas sobre un lago. Si me apuras un instante te diría que es hasta una versión cutre de lo que Zakopane regala en cada esquina, arquitectura en madera con diseños increíbles, y si me apuras demasiado es una inconsistente y enmarañada mezcla de estilos raros donde el hormigón triunfa y solo esporádicos garitos parecen retener una pizca de esa gracia alpina que se pretende evocar.
Para mañana toca volver a pasear la cámara y ya del tirón toda la semana. Primero Cerro Tronador, pasado Circuito Chico, después San Martín de los Andes y Villa La Angostura, lugar donde nos quedamos para visitar su bosque de arrayanes al día siguiente. Después, quién sabe, quizás más de Argentina pateando el monte o quizás le demos un par de días a ese Chile central, a Puerto Varas y alrededores, pese a lo apáticos que nos ha dejado Puerto Montt. No en vano, Ina tuerce el morro cuando le comento la opción de regresar por allí para algo más que coger el vuelo a Santiago, previo al de Lima, el día treinta. De postre, ya digo que desde ese día treinta, aguarda Perú. Esto, cada mañana, no deja de comenzar.
Written by David Botas Romero
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