Mercerreyas

Resumiendo Uzbekistán

Lunes 25 de Marzo de 2019

Resumiendo Uzbekistán

Si creía de antemano que por venir a un país exsoviético me iba a encontrar a una sociedad plana e inasequible al afecto en sus ademanes, estaba en lo cierto. Todo lo que Irán regala a espuertas como amistad y curiosidad aquí se diluye en gestos robóticos o expresiones recias. Ni una sonrisa, ni una emoción, nada se escapa excepto en regiones rurales o generaciones más jóvenes, siempre menos preocupadas por guardar la compostura impuesta. 


Si a nivel social triunfa la nada, pues a nivel cultural todo Uzbekistán es un suma y sigue frenético de mezquitas (algunas) y madrasas (casi todas). Al principio emocionan, luego provocan indiferencia y, al final, casi hasta agobio. Si encima vienes de Irán, que es parecido pero mucho más monumental en lugares como Shiraz o Isfahán, pues qué te voy a contar… Lo mejor, sin duda, Khiva, el Registán de Samarcanda y Ferganá, lo decepcionante se lo queda Bujará casi en exclusiva.

 
De precio es menos asequible que Irán, referencia inmediata, pero aun así es económico. Se puede dormir bien por quince euros, comer por tres o cuatro y el transporte también es muy barato. La pega, una vez más, se da porque con el carácter taciturno de estos tipos se puede convivir, pero con su manía de timarte, pues no. Y es una lástima cuando el presidente ha hecho un esfuerzo por atraer el turismo (prueba de ello es que casi toda Europa puede entrar al país sin necesidad de visado), pero la actitud en restaurantes, taxis, fruterías, mercados y un largo etcétera es de, “si eres extranjero, pagas más”. El primer día, como no lo sabes, te da igual; el segundo te mosquea y el tercero mandas a tomar por culo a cinco taxistas, dos restauradores, tres dependientes de mercado,… Obviamente, el hecho de que sea un mal común en otros países no implica que sea justo. 


Desde luego que los viajes no se juzgan desde estas líneas en caliente, y por ello muchas veces equivocadas, sino que el tiempo se encarga de poner en valor lo vivido, compartido y aprendido. Pero a tenor de lo dicho creo que queda muy claro que Uzbekistán, en patrimonio y sociedad, es un país que se vive en progresivo desencanto. Y no es que no sea bonito, es que te acercas y, lo peor de todo, las tiendas de suvenires se han instalado en todas y cada una de las madrasas y, por supuesto, van a ir a follarte con sus precios solo porque eres extraño. Con todo lo citado, considero imprescindible subsanar este despropósito como lo más inmediato porque, ¿qué demonios pinta un lugar Patrimonio de la Humanidad forrado de tiendas?

 
¿Volver? Lo dudo. Es una sociedad plana en un país geográficamente plano, porque fuera de Ferganá es todo desierto infinito. Un coñazo, en otras palabras, que admite sota, caballo y rey pero no partidas de póker con dos barajas (cultura y naturaleza) como, lugares más próximos, Jordania, Turquía o qué te voy a decir India. No es dinámico y, a fuerza de ser pesado, repito que todas las postales culturales salen veladas porque siempre habrá una tienda y un mercader en medio de ellas. 


Por si los condicionantes propios de Uzbekistán no fueran losas pesadas, he de añadir el cabreo que traía conmigo mismo, aunque haya quien piense que ha sido hacia otra persona (no es así y debería releer bien LAS METÁFORAS ENTRE LÍNEAS). Todo ello se ha traslucido en los escritos enrabietados y otro viaje complicado, el enésimo en los últimos años, aunque poco a poco vea la luz en clara progresión con la asunción de mi propia responsabilidad. Queda patente, una vez más, que uno escribe lo que le inquieta y no lo que le gustaría, y yo traía tantos disgustos y preocupaciones, una mochila demasiado pesada, que a duras penas podía imaginar que, sin embargo, haya pasado algunos momentos agradables, especialmente en Irán. Casi que prefiero resumirlo así, con esta viñeta que me ha pasado un amigo por Facebook.

Es mejor ser consciente del dolor obviando la violencia y buscando una alternativa en la literatura. Lo fácil era tirarse al monte para cagarla porque, repito, la culpa es mía al saber con quién me jugaba los cuartos; lo jodido, por el contrario, todas y cada una de las horas (créeme, han sido muchas) que he invertido en este sanatorio mental improvisado llamado ordenador portátil. Podrá gustar más o menos, pero lo escrito ha sido un grito desgarrador por necesario desde el fondo de mis entrañas y, desde luego, nadie ha tenido por qué leerlo si no le gustaba lo que se presentaba a sus ojos. A ver si ahora no nos va a quedar ni el, siempre respetuoso, derecho a la libertad de expresión. Es lo creado, no lo destruido. Siempre ha sido así y, desde luego, ésa es mi lucha con el cuarto libro ya en el horizonte. 

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias