Mercerreyas

Destello y tintineo, fuego y ceniza

Viernes 26 de Abril de 2019

{{ brizy_dc_image_alt uid='wp-d57f0c808e88fd2f2010ca099e5fe0ac' }}

Destello y tintineo, fuego y ceniza

Han transcurrido seis días hasta que empiezo a quedarme dormido con la caída del sol. Me hago viejo sin remisión, cada vez tolero menos los brutales cambios de hora que supone amanecer en Burgos y acostarme en Bangkok. Antes, desafiante, podía gritar aquello de “¡a morir!” cuando caía la noche; ahora soy un dócil ovillo de lana antes de que las agujas se contagien señalando el cielo. Y en el intervalo de horas en horizontal me ha dado para soñar con nuevos santuarios, fe renovada, que luego, en un día como el de hoy, se han hecho realidad a una decena de kilómetros de Chiang Mai. 

Wat Ton Kwen es un templo herido. Lo es porque la historia no ha sido generosa con él y hoy palidece su anonimato con tejas quebradas, cicatrices en su teca y pilares ajados como para dudar de si sucumbirán o no al peso del tejado cuando brame el inminente monzón. Sin embargo, es tan melancólico como brutal de hermoso. En su interior, decorado bermellón, un buda adornado con níveas orquídeas marchitas compunge el alma y obliga a arrodillarse, cerrar los ojos, respirar profundo unos eternos instantes y no olvidar jamás la fortuna inmensa de haber topado con este memorable erial. Ahondando en ese espíritu quebradizo, incluso con una campanilla caída me tropiezo al admirarlo por su parte trasera. Es deslumbrante, escondiendo una historia poderosa detrás, escondiendo en cada tintineo mil sueños de gente local, escondiéndome a mí. De su badajo cuelga el típico corazón de aluminio.

Bien altanero y centelleante. Se habrá desprendido en silencio del tejado donde adornaba y asoma herida cual paloma de perdigón, el aluminio hundido en tierra requemada. La limpio y coloco en el alféizar del basamento del templo. Dudo si llevármela por una décima. Es tentador, una reliquia impagable. ¿Quién lo va a notar? Di mil vueltas por anticuarios tailandeses y jamás encontré algo de tanta belleza. Pero traicionaría a esta gente y a mi corazón si lo hago. Su sitio está aquí. Su función es sonar y brillar, recordar con viento y sol que Buda nos protege y ampara. Lo material no tiene ningún sentido si se engaña al corazón. Apetece como una tentación poderosa, prende en nuestro interior como capricho voraz. Y tan pronto como sacia se esfuma. Ya aprendí hace tiempo, a base de hostias y despedidas, que venimos en pelotas y así nos vamos, que lo único que nunca dejará de pertenecernos es el corazón, que vendrá con nosotros al hoyo, y que él no atiende a placeres terrenales sino a la bondad y cariño que hayamos regalado. Tuve una maestra cojonuda para ello, y en cada alborada se reencarna para repetirme éste nuestro mantra. 

Si el templo Ton Kwen es la humildad, Phra Singh es la opulencia. Lo más maravilloso de no haber tenido nunca fe es que hoy aquí, como ayer en el mismo sitio, tampoco la voy a encontrar. Mi templo Phra Singh no va de lucidez futura, sino de entender la raíz del budismo: no se puede perder lo que nunca antes se tuvo. Aunque hubiera cogido la campanilla, nunca la habría tenido porque su razón de ser no era hacerme dichoso hasta aburrirme, sino brillar y tintinear, volcar su fe al mundo. Entonces, ¿qué demonios voy a añorar aquí más allá de una madre impetuosa que nunca jamás dudó de su fe en nuestro camino, campanilla ganada aliento tras aliento, kilómetro tras kilómetro, sonrisa tras sonrisa? Ella es Wat Phra Sing, un recuerdo que todo lo domina en el templo más evocador de nuestra vida, una lección eterna. 

Suena el canto de los monjes desde el salón principal y vuelven a humedecerse los ojos en la capilla Lai Kham. Los artesanos de Baan Tawai quedaron también atrás junto a un templo de honor y gloria imperecedera por mucho que pierda sus campanillas. Suspiro humillado a los pies del iluminado. Me quedan los recuerdos, el coraje enhebrado en el núcleo de cada célula, hasta la confianza absoluta en un corazón cuya ética repleta de principios me hace despreciable para los demás y me condena a la soledad preñada de libertad. No. Ella nunca habría podido poseerme. Nunca fui su razón de ser. Pero hoy, lejos de celebrar mi libertad, lloro arropado por mi estirpe ya fallecida y me compadezco de mi condena como otra campanilla que nuevamente ha de sonar brillando para que todos, ella incluida, comprendan que somos solo fuego que gestará ceniza. Nada más que fuego y ceniza. Mañana sonará en Bangkok, feliz con la descendencia de esa misma madre, brillará pasado en Mandalay… y así mientras el tiempo no la derribe.

{{ brizy_dc_image_alt uid='wp-ebfb6effef925c3db6aa5d17411de1f8' }}

Escrito por: David Botas Romero

En:http://botitasenasia.blogspot.com/

E-Mail:botasmixweb@hotmail.com

{{ brizy_dc_image_alt uid='wp-d57f0c808e88fd2f2010ca099e5fe0ac' }}

FOLLOW US ON SOCIAL: