Mercerreyas

Entre templos o rupias

Domingo 19 de Mayo de 2019

En el templo del lago Batur,

Entre templos o rupias

Y de veras que uno desearía describir este Bali oriental como aquel lejano e imposible lugar donde el turismo era masa como causa y no como consecuencia atroz. Bali, a ratos, es un gigante desfigurado porque los turistas se han multiplicado (y esto acaba de empezar porque el chorro de viajeros chinos e indios está aún en pañales) pero, especialmente, porque los balineses ya hacen “clin, clin, caja” sin ningún tipo de rubor o escrúpulos. 


El templo del lago Batur, perfecto, se asocia con el siempre válido recurso de Kehen para amanecer un día espléndido de visitas. Luego el templo madre de Besakih, espectacular e inmenso, ahonda en esa percepción pese a los detalles incómodos de la comunidad local. Nuestro Bali incorrupto sigue habitando aquí al lado entre figuras, puertas ornamentales y una pasión religiosa desbocada que propone estampas inolvidables. Ahhh, sí, los detalles… Bueno, es que ahora solo les falta cobrarte por respirar. Y recuerdo, al hilo de esto, que ya en 2005, mi primera visita a Besakih, este templo tenía fama de conflictivo porque la gente local siempre mantuvo batallas con guías y chóferes de otras partes de la isla. Creían que les robaban su curro. Tienen (y mantienen precioso) un templo soberbio y les rechinaba que vinieran otros guías a quitarles su curro. Ahora pagas un fijo y tienes entrada, sarong y guía incluido. Perfecto. Pero insisten con las propinas por el servicio de guía, uso de baño y demás. En fin, nada serio aunque arrugue la conexión con lo de antaño. 


Lo chungo comienza en el templo Lempuyang. Aquello es una farsa de una foto en una puerta partida de las que existen miles en Indonesia. El volcán Agung asoma detrás, solitario, pero por este lado de la puerta se agolpan turistas que hacen una cola de veinte metros para hacerse una foto. ¿? Alguien ha perdido el juicio. Delante, justo enfrente de la puerta y con el mejor ángulo, un balinés con cámara hace las fotos que después te vende. Tú no puedes colocarte delante de la puerta para tomar la foto a tu pareja. Solo él. Y factura por ello. Que sí, que sus templos son sagrados, que pagues por ponerte el sarong, que pagues por entrar, que pagues por aparcar el coche, que no puedes entrar a la parte central de los templos… Pero sí puedes ponerte en la puerta del templo si yo te cobro por ello. 


Con todo, esto no está mal. Se buscan la vida, te hacen el lío a cada parpadeo pero, al menos, es un dinero que revierte directamente en la comunidad y no en el estado. Lo jodido es ver cómo indican a los turistas qué poses han de adoptar y estos obedecen igual a monos de feria. Unos son felices y otros también, pero este teatro de vanidades no existía no hace tanto. 


En Tirta Gangga sucede parecido. Tuvo la ¿fortuna? de que alguien se fotografió en su estanque, retocó la foto a su manera y la debió colgar en su Instagram. Ahora una legión de turistas enfundados en trajes radiantes y vestidos vaporosos se amontonan para hacer esa misma foto, con esa misma pose, con ese mismo fondo… Importando tres cojones qué es Tirta Gangga y qué implica ese gangga (Ganges) en su significado dentro de una isla profundamente hinduista. Pero como los balineses facturan, “clin, clin, caja”, pues pelillos a la mar que a veces, demasiadas, lo sacro se perfuma de billetes y se pierde la compostura. Imagino que luego una campanilla del brahmán, como el sermón cristiano, enjuaga los “detalles”. Cosas de las religiones, tan distintas pero tan semejantes en determinados aspectos…

 
Tras el efecto de implosión emocional amasado por la codicia local y la estulticia viajera, uno se refugia en Semarapura, aquel Klungkung neerlandés donde se escribió una de las páginas más honorables del pasado balinés y hoy aguarda un palacio de justicia (Kertagosa) memorable en cada milímetro. Ya hace tres años empecé a valorar la posibilidad de asentarme una temporada aquí en mi próxima visita solitaria a Bali y hoy me he convencido de ello. Le tengo un cariño del copón a esta localidad. Sea su atmósfera, su mercado o esa incorrupta amabilidad y simpatía local que a mí me tienen ganado.

Encima no puedo negar el imán irrefrenable que siento por todas las pinturas que adornan el artesonado del Kertagosa y el Bale Kambeng, pabellón flotante situado junto al anterior. Con sus grotescas figuras y sus lecciones morales casi cómicas. Todavía sin deducir qué, seguro que en mi próxima visita descubro, con la calma que merece, por qué Klungkung me atrae tanto. Pero será cuando Brahma, Shiva o Visnú en cualquiera de sus avatares lo deseen, lo único claro ahora es que Bali se resquebraja en sus antaño templos fabulosos y la idea de más artesanía y cama para mañana nos ha convencido a los tres. El oeste de Bali y sus templos, solo Dios sabe qué encontraremos en el regreso aunque nada invita al optimismo, pueden esperar unas horas.

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias