Mercerreyas

¡¡¡Exhausto!!!

Jueves 29 de Agosto de 2019

¡¡¡Exhausto!!!

Imagina que, en ocasiones, solo queda el recurso de encontrar un mínimo equilibrio al teclear. No lo deseas, ni apenas lo aprecias, pero mueves los dedos y brota un maná que exorciza una angustia presta a volatilizarse. Escribir o llorar. Aunque, en el fondo y si le pillas el punto, lo uno más lo otro se conjuga de manera tan explosiva como el trinitrotolueno golpeado con saña. Hoy, te lo juro, compañera, yo debería ser alguien feliz, dichoso. Recuperé mi tobillo después del jodido esguince y torsión, mis muelas infectadas o hasta una colonoscopia que ayer me puso bajo anestesia en el hospital y que, por fortuna, fue menos de lo que parecía. Hoy, como he soñado mil veces, volvía a comprar el penúltimo seguro de viaje. Escalón definitivo antes de subir al avión. Sin embargo, barrunto si dejé de creer en mi lucha porque jamás he sentido tanta tristeza al recibir el mensaje de móvil que me confirmara el partir. No, no lo siento. Te lo confesé hasta la médula: un viaje se siente. Y ya deseo creer que no me importa. Escudriño, golpeos rítmicos de mis yemas sobre la mesa al tambor acelerado de mi corazón. Hay algo que invoca… El azar nunca existió. No, no, aquí no es. Está en mi casa. Es así, esta vida siempre me funcionó a impulsos libres de acuse de recibo. Incluso hoy. 


Allí, buscando inciso cual sabueso temperamental, revolviendo papeles en un cajón bajo el televisor, presa de mórbida angustia. “Mira, es de Bryan”. Ahí. Un Flash Gordon de cuatro centímetros y un diminuto cochecito encerrado en un circuito de plástico. ¡Qué fácil se me fue! O aquella vez que lloraba porque perdió el balón en el campo de futbito de Ametzagaina. O esas otras en que le recogí de Cristóbal Gamón. O de Iztieta. O en Mecerreyes con Bosi e Irene. Sí, Bosi. Todas las mañanas me gruñía antes de sacarlo, el viejo bribón. ¿Qué nos vamos a contar? ¿Tres años? ¿Cuántos más? De Berasategi a Mamut, de Gulina a Zarautz, de la rotonda de Lezo a mi casa para volver a Alaberga, con Patxi. “La vida voraz que se enreda”, cantaba Silvio. ¿Verdad, cariño? Y luego he recibido un mensaje. “Nunca más”. Como tú digas. 


Casi de seguido, majadero, he vuelto a echar a andar para calmar la zozobra de tantas ausencias y cinco años sin bajar del cuadrilátero de la vida. Derrumbado hasta el límite. Gente que ni conozco pero que se arroga el derecho a amenazarme de muerte, sin importar de dónde vengo y qué mochila de esquelas y recuerdos cargo a tu lado. Y son muchos meses hechos años de sufrimiento y aguantar, aguantar, aguantar… Hay un viaje que ya no precisa fronteras desde el punto en que mi corazón solo suspira por una estela forrada de alambre de espino, encaramada tras una cenefa grabada en mármol: “Escucha a tu corazón”. 


Ya lo ves, el teclado acaba empapado, como tantas veces bajo el tórrido calor asiático, y esta vez no hay sudor. Al filo de este punto sajado a la yugular, casaca en harapos, se empieza a sufrir tanto como a entender. No es virtud ni necesidad, es la puta vida que te tritura en sus fauces. “No te dejes abatir”. ¿Cuántas veces me lo han repetido en el último quinquenio? Así, es en el eco de ese susurro donde brota y asoma un batir, un batir… de alas de mariposa como el sueño me arrastra, del viento que arrecia y seca las teclas. ¿Otro ocaso? No creo. ¿Otro deceso más? Quién sabe. No sé. ¿Una menestra cojonuda en Navidad que alumbra un concierto de Aute y Silvio con Puri y Maitane? Sí, compañera, ponte alma nueva, que hoy es más necesaria que nunca, honra a Puri y a su liberación que yo también la lloraré, si tú lo decides, desde Bodhgaya hasta Kyoto. Y el llanto ahora sí es caudal…

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias