Mercerreyas

Guatapé o solo hay un hogar

Sabado 14 de Marzo de 2020

Guatapé o solo hay un hogar


Llueve a mares en Guatapé. Se conjuga con mi estado de ánimo. Lo hace de esa manera brusca y violenta en que se cuecen las desdichas. No quería verlo, pese a ser una sospecha terrible. Ni lo mentaba en los textos pretéritos, parapetado en otro anónimo jergón tras la vana confianza de que fuera un mal sueño. Pero la realidad es tan tozuda como infames nuestros políticos y costumbres despreocupadas, henchidas de soberbia. Ahora me vuelvo a mi casa, a la tierruca, con mi gente, un poco antes de lo que debía. Y estoy feliz por ello, además de suspirar aliviado, en cierto modo, por todo lo vivido en este viaje que pronto terminaba. La cruda realidad en España, en Euskadi, me hace volver. Si puedo. Mi vuelo del lunes desde Medellín hasta Madrid ya ha sido cancelado. Expliqué ayer que era muy probable. Y asumía, porque era una intuición poderosa, que de un día para otro todo se iba a descontrolar. Pero tanto o más lo es el hecho de que España cerrará las fronteras para contener el virus. Va a pasar, y se avecinan semanas dramáticas para todos.

Machacamos a la Pachamama, a la Madre Tierra, sin ser conscientes de que le basta un estornudo para bañarnos en la realidad de lo efímeros que somos bajo su magnificencia. Nos da la luz en su aliento y nos esconde los huesos, cenizas, en sus entrañas. A cambio la despreciamos por sistema. Volverá a pasar, será el Covid-20 o, lo mismo, ni alcanza nomenclatura, y seguiremos sin afrontar el porqué. Si en este punto soy tan egoísta como para centrarme en mí, puedo afirmar que tampoco me preocupaba lo más mínimo alargar varias semanas el viaje porque Colombia es un país precioso. Pero mi sitio, ateniéndome al corazón, está entre los míos. Colgado, la única opción era agarrarme a la alternativa más próxima: el vuelo de Air Europa que mañana parte también desde Medellín. Ojalá le dé tiempo a venir y regresar, conmigo a bordo.

 
No quedan muchas más palabras que añadir. Me ha tocado vivir momentos terribles muy lejos de casa, y éste, por suerte, es solo “pecata minuta” en comparación con lo que arrastro en mi mochila. Es posible que lo más razonable hubiera sido resguardarme en Santa Fe, a treinta grados de media anual, donde el virus es altamente improbable que llegue y se contagie. Echar unas raíces allí, días o semanas. Allí quedó Suzanne, una alemana que acababa de conocer y con quien había pactado vernos mañana aquí, en Guatapé, para hacernos un poco de compañía. Acaso lo correcto era esperar a que todo se calmara, alargar el permiso por asuntos propios y disfrutar de este país encantado. Pero, si puedo, yo me voy a mi casa, con mi gente, mi familia, mi trabajo. Adoro viajar, sentirme nómada o perro sin collar, pero nunca jamás olvido a quién me debo. Ahora solo cruzo los dedos con la certeza de que no cierren Barajas en las próximas horas, porque eso va a suceder muy pronto. Vienen tiempos muy difíciles cuando los principales epidemiólogos están advirtiendo que gran parte de la población mundial contraerá el virus. La inmensa mayoría sin síntomas, por fortuna, pero en el restante tanto por ciento se nos van a ir demasiadas personas, con sus ilusiones quebradas por más que la vida haya sido generosa, en lo dilatado, con ellas. No somos conscientes del precio que vamos a pagar. Con unos políticos absolutamente mediocres que han primado lo económico a lo humano, lo propagandístico (¿cómo demonios se pudo tolerar esa manifestación del 8-M cuando el bicho ya estaba multiplicándose entre nosotros?) a lo humano.

 
Y es bonito Guatapé. Payasete de colores, al estilo entre lo paisa y lo cafetero sureño. A ratos me autoimpongo esa creencia, esa definición. Lo es incluso desde mi inocente prisma desenfocado, cañonazo que azuza la decepción y el dolor. Hubo un momento en que a Suzanne se le humedecieron los ojos por la mañana. Toda una vida soñando con esto, con su adiós al trabajo, con la venta de todos sus bienes por perseguir su futuro en forma de viaje. Y ahora es una magdalena pensando en sus padres, ahogándose en el mar de las dudas, atenazada por la conciencia de deber volver a su lado, sabedora de que esto solo acaba de empezar. Si alzo al vuelo su recuerdo, aunque sea mínimamente, Guatapé ya no me encandila en la mayoría de las panorámicas. Mucho menos cuando arrecian viento y lluvia. Rabiosa, turbulenta. Acaso el error fue no quedarme a hacerle compañía esta mañana, sometidos al embrujo enredado de Santa Fe; pero yo solo quería volver con mi gente, con lo que yo he labrado en mi corazón incluso más allá de este planeta que adoro con infinita ternura. Demasiados viajes como para no saber que, como decía ayer el poeta, “tú naciste triste, y triste en cualquier puerto morirás”. Será cuando toque. Puede esperar porque ahora mi ensenada es mi familia. Y cada vez me duelen más lo nudillos si me imagino, mañana, a bordo de ese avión…



El Autor

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias