Mercerreyas

Beatus ille


Beatus ille


Bueno, pues al lío que han transcurrido un abril y casi dos meses desde aquel regreso atropellado con origen en Medellín. Va siendo hora de imaginar el futuro, aunque sin perder de vista el pasado. En ese sentido, hay una expresión latina que a mí me gusta muchísimo pero que, por desgracia, está en franco desuso a nivel coloquial, hasta emocional. Beatus ille, uno de los mantras del Renacimiento, hace referencia a la felicidad que se vive en los lugares rurales en comparación con el frenético ritmo de la ciudad. Horacio pretendía, con justicia, resaltar ese detalle que casaría con la filosofía de mi padre perfectamente. Si ya tenía valor en la vieja Roma, imagina su magnitud en nuestro tiempo. Pero no recuerdo la expresión cuando me asalta su recuerdo, sino que va más allá. Y todo porque me recuerdo a mí mismo, bajo un prisma melancólico y pleno de satisfacción, en los últimos quince años de mi vida. Viajé sin límites y cierta vez pude amar a quien siempre deseé. Sumé mis cadáveres y yo mismo he sido reducido a cadáver. Nadie escapa a su destino, y era absurdo rebelarse con uñas y dientes. Todo en orden. Beatus ille. Feliz aquel. Feliz yo, especialmente los dos últimos meses, confinado en Mecerreyes.

 
No miento si admito, en este punto, lo complejo que se me hace hablar de viajes futuros. No es que me falte ilusión, ni mucho menos, es solo que me pesa la maleta porque, de esos últimos tres lustros, más de mil setecientos cincuenta días los he pasado vagando por el mundo. Prácticamente cinco años acumulados mientras removía por aquí o por allá, buscando quién sabe qué. No sé bien si encasillarlo en una plácida licenciatura de mi época, preñada de canutos y partidas de mus en la cafetería de la facultad, o, quizá, asimilarlo a aquella mili espartana que le curtió (¿y a quién no?) a mi padre en Melilla. Nunca me faltó la ilusión pese a los golpes propios de la naturaleza. Puedo citar lo sucedido con mis padres, o las terribles decepciones ya no a nivel sentimental, incluso a nivel humano. He recibido hostias por diestra y siniestra, y lo único que me mantiene en pie no es el planeta, ni siquiera sus gentes. Es mi propio corazón lo que me sostiene. Y, faltaría plus, por supuesto que un virus me podrá robar el aliento, idéntico a cualquiera, pero nunca podrá evitar que siga creyendo en mis entrañas. Un virus, un bicho microscópico estornudado por el planeta que es la mejor metáfora de que nosotros pertenecemos a la Pachamama y no al revés, por mucho que farfulle el neocapitalismo que nos subyuga. Seguimos respirando de prestado, y sería una torpeza que raya lo indecente obviar, a nivel de especie, el mensaje de un planeta herido y amordazado hasta que se decidió por dar un puñetazo en la mesa allá por China central. ¿Y ahora qué? 


Ahora, para empezar por lo imprescindible, va a ser difícil encontrar un seguro médico que cubra a viajeros. No existe, que yo sepa, una aseguradora que cubra pandemias. Mucho menos a esta porque aún se desconoce casi todo sobre su capacidad de contagio o potencial mortalidad (no nos engañemos, los datos que se dan son una infravaloración de la cantidad real de afectados). Es algo que no he consultado, ni siquiera con mi aseguradora dado que contraté un seguro anual de un año de duración el pasado septiembre. En teoría yo estoy asegurado si salgo de viaje; en la práctica, lo asumo porque es de sentido común, supongo que no cubre gastos relacionados con enfermedades provocadas por el dichoso Covid-19. ¿Quién demonios aseguraría algo así? Es posible que, pasado un tiempo de dos o tres meses, cuando se conozca en profundidad el comportamiento del bicho o se desarrollen terapias clínicas efectivas, se oferten pólizas que cubran al Coronavirus. Supongo que el no poseer patologías crónicas también facilitará su contratación. Cuánto suma el nuevo condicionante en el precio de la póliza, no obstante, seguirá siendo una incógnita. Habrá países donde la epidemia esté controlada y otros donde no, e imagino que también en función de eso variarán las condiciones e importe de la misma.

 
El tema de fronteras o visados va ser, probablemente, el quebradero de cabeza que más angustia nos va a generar a los viajeros por ocio. A día de hoy, triste pero irrefutable, los viajeros con pasaporte español partimos con el hándicap de que no nos desean ver el pelo ni de coña en gran parte del planeta. El miedo es libre, y es perfectamente razonable, ateniéndonos a nuestros datos de contagios y fallecidos, que nos vean así. Lo dramático radica en ser conscientes de que, una vez se cierra una frontera, es muy complicado volver a abrirla. Lo política, anatema permanente, va a ser el principal caballo de batalla. No es descabellado suponer que Europa va a ir en bloque (relativamente) y, al menos, las fronteras internas dentro del Espacio Schengen nos van a dar el primer respiro. Veremos si la Tarjeta Sanitaria Europea sigue con idéntica validez, que será otro factor a considerar. A consecuencia de ello es muy previsible que los viajes internos se multipliquen, obviando destinos americanos o asiáticos. Al menos durante los próximos doce meses o hasta que una vacuna sea creada y distribuida a nivel global. Cabe la posibilidad de que economías muy dependientes del turismo (Egipto, Nepal, México, Perú,…) levanten el veto antes que otras, pero habrá que valorar con calma cuáles son las condiciones sanitarias de esos destinos en el momento de organizar una salida. Lo dicho, una putada como un piano y, en mi opinión, el principal escollo por magnitud y dilatación en el tiempo que nos va a traer el virus. Basta decir que mi visado indio ya ha sido cancelado, y a saber cuándo se permite solicitar uno nuevo… 


La logística será el próximo tormento. Las compañías aéreas van a volver pronto. Es de cajón dada su importancia y el nivel de negocio que generan. Puede que las de bajo coste no alcancen a las descomunales subvenciones que ya están alimentando a compañías de bandera nacionales, tradicionalmente sostenidas por los gobiernos (no hay más que ver el chute de dinero público inyectado a KLM-Air France o el inmediato a IAG -Iberia-), pero muchas van a salir adelante. El quid de la cuestión radica en qué condiciones van a volar y a qué precio. Curiosamente, ahora que el queroseno está en mínimos y era previsible un aluvión de ofertas en los próximos meses (las compañías se abastecen de queroseno a seis meses vista, es decir, el queroseno a precio de hoy se gasta dentro de seis meses), resulta que las nuevas condiciones impuestas van a reventar las inmejorables perspectivas. No es fácil prever si el precio de los billetes subirá o bajará. Si han de cargar el sobrecoste de las nuevas medidas higiénicas a los clientes o guardan medidas de seguridad en cabina y solo cargan los vuelos a medias, lo razonable es que suba el precio; si ven que no venden o si los gobiernos eliminan tasas aeroportuarias por incentivar el consumo, y además controlan los precios en base a los miles de millones con que hoy están sosteniendo el negocio, lo razonable es que se mantengan. Mi opinión, dentro de esa batalla de intereses que se va a plantear, es que los precios no van a variar. La prueba evidente se da en Asia, donde ya están volando muchas compañías y, por lo que he chequeado, los precios son similares a los precovid-19. Vamos, que esto me preocupa menos que el cierre de fronteras y el aspecto del seguro médico.

 
Siguiendo con logística, otro factor a destacar se da en la menor frecuencia de buses o trenes por motivos obvios. Con todo, a quienes viajamos sin mucha prisa, esto no es algo que nos afecte. Pero estrechamente ligado con esto se vislumbra un panorama desolador para tours organizados y grupos de tour-operador. En una situación donde el contacto estrecho está considerado como una situación de riesgo muy potente, cualquiera se la juega compartiendo autobuses, bufetes de comida y excursiones. Los grandes grupos de tour-operador tienen un panorama complicado, y otro tanto sucede con el resto de empresas de servicios (hoteles concertados, subcontratas de agencias de viaje, restaurantes o tiendas a comisión,…) que les orbitan. Es muy probable que aquí, a diferencia de lo que se puede pensar, los precios se disparen por el déficit de demanda. El ejemplo más claro se daba hace unos años en Egipto, país al que costaba tres pelas ir en organizado y que, a raíz de un par de atentados, vio cómo los grupos se evaporaron en un periquete. Esto se tradujo en la quiebra de muchos tour-operadores y servicios asociados hasta el punto de que quedaron dos o tres mayoristas que tiraron los precios al alza por la falta de demanda. Estoy absolutamente convencido de que eso se va a repetir a nivel mundial. No dudo que habrá ayudas públicas para este sector, y que los precios de las atracciones turísticas dependientes de gobiernos van a bajar para incentivar el consumo, pero… Panorama muy, muy jodido se les plantea. Vamos, que podemos ir asumiendo que los viajeros misántropos vamos a ser legión en los próximos meses. 


Y por último nos quedan los hoteles y las plataformas de reserva online. De estas últimas, por su propia idiosincrasia, el que peor lo va a pasar es Airbnb. Es muy probable (por no decir inminente) que su modelo de negocio se vaya al garete porque va a ser complicado fiarse de las condiciones de higiene de apartamentos particulares. Y es una lástima porque esa oferta nos favorecía a todos, incluso a quienes tiramos de hostales u hoteles porque su competencia contenía los precios de estos. Lo lógico, ya digo, es que prime la ocupación de hoteles por aquello de que, en teoría, las condiciones sanitarias están garantizadas. Es deseable que, al cabo de un tiempo, regrese Airbnb, pero en este momento tiene una perspectiva desoladora. Agoda, Booking y demás aguantarán el tipo porque son empresas con facturación y márgenes descomunales, pero indudablemente que van a tener que suprimir costes por la vía rápida. ¿Y los hoteles en sí? Pues, dependiendo de dónde, sobrevivirán sin problemas catastróficos. Hablo de los hostales que yo frecuento, en países en vías de desarrollo, donde la fiscalidad es muy “permeable” (por decirlo finamente) y sus costes a nivel de empleados o impuestos son fácilmente asumibles o camuflables. En países desarrollados, por el contrario, no les va a quedar otra opción que abrir a pérdidas, sustentados a medias por el escaso volumen de negocio que acumulen o las ayudas gubernamentales. ¿Por cuánto tiempo?… ¿Y quién lo sabe? 


¿Resucitaremos al viajero «old style»? Seguro. Ofende la duda. Y antes de lo que imaginamos, con total certeza. Ahora bien, parece factible que eso sea, a nivel europeo, entre septiembre y octubre. Tirando de optimismo. ¿Iremos a donde queramos, igual que antes? Indudablemente no. El seguro médico, pase; la operatividad, costo y disponibilidad de aerolíneas, pase; pero el cierre de fronteras va a ser una tortura que se va a dilatar incluso hasta después de obtener una vacuna. El virus, por más que “desaparezca” en nuestro verano, ha sido lo suficientemente calamitoso como para que cualquier gobierno ande con las orejas tiesas. No es que se pueda solucionar con quince, veinte o treinta días de cuarentena. Incluso esto, por si solo, se bastaría para desanimar al noventa por ciento de los turistas; es que, sumado, los gobiernos no disponen de efectivos para controlar el confinamiento de los millones de estos que puedan entrar a su país. Y bastaría un único infectado que se escapa de su «celda temporal» para reventar el sistema. Es de puro sentido común que ningún estado va a permitir abrir sus fronteras ante el mínimo riesgo. Ahora saben a lo que se enfrentan. Y no es apocalíptico, pero sí tremendo. A mí, por mi parte, siempre me quedarán esos cinco años de recuerdo. ¿Acaso no he sostenido a menudo que verano es la mejor época para trabajar? Piano piano si arriva lontano. Después ya se andará; antes y durante, beatus ille. Feliz aquel… ¡Y tanto! 🙂


El Autor

David Botas Romero

Viajero imparable

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