Mercerreyas

Dubrovnik y el recuerdo del ayer

Sábado, 30 de marzo de 2013

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Dubrovnik sobrevivió, hace la friolera…

Con la catedral sumergida en su baño de tejas. Eso cantaba Silvio Rodríguez en uno de sus temas. Lo hacía, el canto, en homenaje a su adorada Habana, a su catedral y a su idílico entorno. Pero a mí, paseando por la muralla de Dubrovnik, con la vieja gloria de la insigne Ragusa a mis pies, me gustaba soñar que el cantautor podría haberle dedicado sus versos y acordes a esta mágica ciudad apostada sobre el Adriático. Ni los tres millones de turistas que han decidido acompañarnos estos días consiguen romper el sortilegio que te envuelve ya desde las murallas. Clac, clac, clac. Suenan miles de pasos simultáneos sobre las pulidas losetas de la calle principal: Stradun. A muchos se nos olvidará, con el tiempo, su nombre y sus tonos, pero ya nunca podremos olvidar cómo suena. Eso se ha de acostumbrar a convivir por siempre con cada uno, en un rincón más o menos alejado de la memoria. ¿Hay más? En realidad no, ni falta que hace. Sus edificios son prescindibles, su arquitectura veneciana o sus claustros monásticos cumplen casi más de relleno que de certeza y la ciudad palidece por breve.

Mas luego sobresale el reciente peso de la historia. El llanto desgarrado de la necedad humana contemporánea. Porque de esta tragedia balcánica hace apenas nada, y ya no podemos reconfortarnos, pensándonos de otro material, que hasta 1950 el planeta vivió en la prehistoria. Esto nos persigue, y siempre que se visite esta ciudad un eco febril nos gritará turbando nuestra estancia. Dubrovnik sobrevivió, hace la friolera por reciente de dos décadas, solo porque la fortuna y la limitada capacidad armamentística de las tropas dominadas por la etérea “Gran Serbia” no daban más de sí mismas. Por ello pasear por Dubrovnik, pese a todo y sobre todo, se convierte en un escarnio que obliga a humillar la mirada y hacerse a la infinita sensación de vergüenza propia. ¿Quién demonios podría acusar a las gentes balcánicas de hoscas o reservadas sabiendo que entre todos los abandonamos a su suerte? ¿Qué confianza les podemos transmitir? Da pena pensar qué sería de este hermoso reducto vital si la humanidad hubiera decidido ser un ápice humana y se hubieran podido salvar los tejados de tantísimas casas, los que hoy lucen tejas recauchutadas dando con ello (único pero) un aspecto de recién inaugurado, injusto, a toda la ciudad vieja.
Paso tras paso, sobre la muralla o con los acordes de las pisadas en Stradun: clac, clac, clac, pienso como le sucedió al artista que yo también debería agradecerle a Dubrovnik que le haya dado a mis ansias razón para un verso, para volver a asómame a la ventana de blog con unas líneas que ya echaba de menos teclear. Para entender que jamás deberíamos volver a permitir lo que se nos murió desangrado entre los dedos que formaban nuestro miopes y mudos políticos.
Después llegamos a Korcula, con el cielo encapotado, cambiando pensiones sobre la marcha, quitando un poco de Dubrovnik (no había conexión ni Domingo ni Lunes de Pascua y hemos tenido que venir hoy a Korcula), metiendo un trago más largo de Trogir, modificando fechas en Hvar… Los turistas, la nada, el espíritu veneciano, el agobio de Dubrovnik, el mar, los islotes como piñones del ocote, desparramados sobre un inmenso tapiz turquesa… Todo es un “totum revolutum” en mi mente, una necesidad de dormir. ¿Tiempo para escribir?… Soñaré con ello.
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