Mercerreyas

W.I.P. Chiang Khan

Martes, 26 de marzo de 2013

ChiangKhan

En Chiang Khan me fui con el chaval de la pensión…

Transitar por las carreteras de Loei en su frontera con la provincia de Phitsanuloke, al igual que sucede en Nan, es como dejarse resbalar por una serpentina de confeti que se va desenrollando lentamente mientras cae. No hay lugar a la pausa en la curva infinita.

Chiang Khan en conjunto es bastante feo al principio, con las típicas casas grises de distintas alturas y diseños, todas hormigonadas, con un puñado de templos decrépitos que deben añorar tiempos de esplendor. Pero luego uno asoma el hocico por la vereda del río y todo cambia porque la calle paralela al río Mekong, la que sesea junto a él, es de otra época. O al menos lo parece. Recuerda a los pueblos de postas de la ruta del Nakasendo, en Japón, donde las casas de madera cuarteada se van abriendo paso una tras otra. Esto es tan igual que, incluso, aquí también las tiendas se llenan de recuerdos y camisetas con el nombre del pueblo lo cual, por supuesto, no es tan bonito. Lo comento porque los precios por dormir en esta calle suenan a broma. Veinte euros lo más barato. Es de traca el asunto. Incluso en las perpendiculares a esta calle los precios andan por doce euros con baño compartido. Claro, ante ese panorama, estuve en un tris de pirarme a Nong Khai. Me senté a echar un pitillo en un banco a la puerta de una casa, le pedí un botellín de agua a un chaval que andaba allí al sombrío y por la que no me quiso cobrar, y me quedé mirando durante unos segundos el aspecto de la calle que se hundía en lontananza.
-¿Buscas una habitación?-. Me dice sin mirarme, con los ojos fundidos en la pantalla de un ordenador. Asiento sin demasiada convicción ante su mirada de reojo.
-Aquí tenemos. Por diez euros-. Dice de seguido.
-¿Dónde?-. Pregunto. Él levanta el brazo sin despegar la mirada del cacharro y señala un cuarto a su izquierda con la puerta abierta. Le echo un vistazo y, aún sin convencerme, me puede valer aunque me reviente tener que dormir sobre un colchón en el suelo. ¿Wi-fi?, ¿baño?, ¿agua caliente? A todas las preguntas la respuesta es afirmativa sin abrir la boca, solo moviendo la cabeza arriba y abajo. El tipo aún ni me ha mirado. “Te doy trescientos baht” digo. Al fin me mira, hace un gesto de duda, y termina accediendo.
Cuando salgo a pasear por el pueblo, por la calle famosa mejor dicho, ésta luce saturada de turistas de todas las nacionalidades. Me alegro de haber pagado solo una noche. No era difícil intuir que aquello se me iba a quedar grande en aspectos de amargura y agobio. En apenas cinco minutos es mucho más sencillo calcular más del doble de cámaras de fotos que de casas que realmente merezcan una instantánea. Y hasta aquí, porque el pueblo, amén de un par de templos de estilo Lao que difícilmente justificarían una visita para cualquier viajero asiduo por el sudeste asiático, tampoco tiene más cosas de interés. ¿Cómo es posible que este pueblo, tan alejadísimo de Isan y su realidad, adquiera tal fama que se pueda convertir en emblema de esta vasta región? Una vez más me quedo sin argumentos. ¿Y lo de la bicicleta impresa en todas las camisetas, encima o debajo del nombre del pueblo? Prácticamente todos los tailandeses, exceptuando los que tienen coche, se mueven en moto por la sencilla razón de que hace demasiado calor como para andar dando pedaladas. Además es sabido que los tailandeses odian el sudor. Se me ocurren mil perrerías para hacerle a un tailandés, pero ante la que sucumbiría sin remisión pidiendo clemencia sería la de privarle de agua para ducharse. Me pongo a rebuscar en la memoria y, al cabo, creo que podría contar con los dedos de ambas manos la cantidad de tailandeses a los que he visto usando una bicicleta como medio de transporte en tantos viajes por estas tierras. Y Chiang Khan, obviamente, no es excepción. Casi toda la gente local se mueve en moto. ¿Por qué lo de la bicicleta? Le pregunto a la chica del garito donde me siento a comer y echar un trago. No me entiende. Le señalo una camiseta del local de enfrente, le remarco lo de la bici. Me mira y me señala.“Los que son como tú las usan, los extranjeros las usáis” dice divertida. Ya entiendo. “¿Tantos extranjeros hay?” pregunto aun a sabiendas de la respuesta.“Lay lay” responde, muchísimos en dialecto Isan. Suspiro conciliador y le pido que no me saque una cerveza, mejor que sean tres en un cubilete con hielo. La tarde se me va a hacer muy tranquila allí cobijado, con la vista perdida en la cicatriz terrestre que es el cauce del Río Madre, del Mekong. Viendo pasar cada molécula de agua terrosa de un océano que aquí luce como un cristal opaco, así pasan las horas en calma.
En esa hora en que se va a poner el sol, decenas de bandadas de pájaros se filtran por entre la bruma sedosa y cítrica que se levanta del follaje selvático, al otro lado del río, en Laos. Y cuando ésta corre hasta el lecho del río simula el hálito vaporoso y ardiente que deben respirar el incontable número de Nagas, serpientes míticas budistas, que hacen del Río Madre Mekong su hogar. Es un espectáculo que hipnotiza, como un teatrillo de sombras a ritmo pausado, con la banda sonora que uno le quiera imaginar pero que la mayoría dejaría en el más sencillo silencio. Ésta es mi Itaca, sobre la que versaba Kavafis. Acabo de llegar a mi destino, pese a no ser consciente apenas del conocimiento adquirido.
P.S. Y ya con la maleta lista, rumbo a la costa del Adriático en unas horas. ¿Y lo de Junio? Me suena que tenía algo pendiente, si acaso se cae Asia, por los Tatras, en el sector noroccidental de los Cárpatos, por tierras altas polacas y eslovacas… lejos del bullicio (y parece ser que lluvia) que nos va a acompañar los próximos días por las infladas Croacia y Chequia. Sí, ya recuerdo, una serie de alucinantes iglesias de madera tal y como se pueden encontrar en uno de los escasos blogs (lástima que parezca descontinuado) que se pueden encontrar sobre Europa Oriental:
Tren Goulash
Por cierto, aquella noche en Chiang Khan me fui con el chaval de la pensión a tomar unos tragos y… bueno, aquello es otra historia que, como tantas otras, enterré con celo en la vereda del Río Madre 😉 Ojala, las próximas semanas, pueda robarle a la ruta unas horas de pausa, una anécdota, un personaje surgido del camino y una fe en teclear para que, de algún modo, pueda haceros partícipes con la palabra de un tramo de nuestro caminar… Ta, gracias por el curro de montar el blog hermano, se agradece… ¿has pensado una ruta? 🙂
Map picture

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