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Eurocity 536. Destino final: Kosice

Viernes, 14 de junio de 2013

Eurocity
 

Eurocity

 
Todo sucede en un Eurocity. El número 536. Ha partido de Budapest hace el breve chasquido de 90 minutos. Y en ese momento y lugar, se llame como se llame, cuando las traviesas han sido dejadas de contar o imaginar, cuando los paralelos raíles señalan a un infinito que murió detrás y a ese otro que nunca se alcanzará en una lontananza con sabor a quimera, cuando el sol poniente baña de carmesí los espigados tallos de un cereal cada vez más púrpura, cuando el malva se desparrama arrastrándose por rostros y tapices en tramos que se palpan; es entonces cuando más patente se hace el sortilegio que parte de las bielas del caballo metálico para nutrir y hasta soldarse al alma de un viajero, de cualquier viajero. ¿Dónde vas?, ¿de dónde vienes?, ¿de hacer qué? Sin necesidad de hablar eslovaco o húngaro, siempre las conversaciones en derredor giraban en torno a lo mismo. Pero ya no. Y las canas se tornan cobrizas, filamentos de metal al rojo vivo, los reflejos de los cristales refulgen y ciegan, por las tapicerías repta una fina muselina de adobe, el ronroneo se hace arpegio ensordecedor, fustigando la noche que pretende reinar, y el racimo de emociones inunda el breve momento en que la conservación se ha apagado. Uno apuntaba algo en una cuarteada libreta de tapas carcomidas, otro se mesaba el cabello antes de ajustarse los cascos, otra susurraba al teléfono, con ternura, en contacto con aquel vástago, preso del hogar, que extrañaba su presencia. Pero ya no. Cinco en un vagón nos miramos uncidos por la misma sensación, sin decir una palabra, tumbamos la mirada sobre los campos, tristes viudos de una luz que mañana renacerá, en cinta de espigas granadas, y dejamos la noche triunfar. ¿Cuántos atardeceres mecidos por la furia de cualquier ferrocarril? Mi madre me pasó a mirar fijamente, sin decir palabra, alzó las cejas y yo, lánguidamente, ojeé el reloj. Aún una hora. Vuelta la vista conjunta a unos campos de labranza ya con tintes azabachados… Mas ya no.

Llegados a Kosice, solo la conciencia compungida de saber que se ha quemado otro esqueje forjado en tantas vicisitudes, en tantos viajes por cualquier latitud, en tantos trenes chinos, indios, vietnamitas, polacos, croatas, peruanos, rumanos…. Por el momento, hasta dentro de unas decenas de horas, ya no más…


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