Mercerreyas

Soñando Bardejov

Lunes, 17 de junio de 2013

Bardejov

 

 

 

Bardejov

Al caer la tarde en Bardejov, ésta se muere…

Solo en esas coordenadas se puede soñar Bardejov. Allí donde las estériles mesetas, tejidos ocres, se han diluido en el igual de vasto recuerdo y los tejados, unos de loza o madera, pulidos por los líquenes, asoman a diestra y siniestra mientras en los otros, de paja, prevalece el musgo almidonado; las vegas preñadas de hortalizas lucen como pendón de una tierra oscura como el cieno y un aquelarre se imagina por doquier entre esmeraldas, onduladas montañas boscosas donde habitan, seguro, brujas y hasta el Basajaun. Nadie se lo imagina porque nadie oyó nunca hablar de él. Por eso Bardejov es tan soberbio en su anonimato. Todas las carreteras zigzaguean hasta morir rendidas en el rompeolas que es su excepcional e inmensa plaza central. Las gentes son adustas y recelosas, eslavos puros, pero cuando te otorgan la opción de forjar una conversación uno sabe, al instante, que sus virtudes no son un bien para ostentar, más bien un invisible sayo dorado que se urde al ritmo de las risas compartidas, contagiosas como la confianza que alimentan. Y eso, con los eslovacos, ha de ser para siempre tal y como reconocen aquellos que han tenido la fortuna de convivir en estas tierras, con estas gentes.

Tampoco hay más por aquí, la plaza y sus gentes, recónditas incluso para unos conciudadanos eslovacos a los que parece poder la pereza, olvidando acercarse hasta este histórico extremo híbrido de gentes gitanas, armenias, rusas, polacas, ucranianas y, por encima de todo, un buen número de judíos, siempre fusionados a todo lo que resuene a comercio. El caldo de cultivo perfecto, la combinación exacta para que el conjunto de urbe y sociedad estalle como una piñata de confeti ante un sorprendido turista que nota como su alma se torna incandescente por momentos. Un mapa estratificado de la inmensa Europa en la palma de la mano. Aquello es herencia, claro, pero sus ecos no han muerto. Y nunca lo harán.

Luego, a pocos kilómetros, lucen castillos de lego en piezas de madera, diseminados por cualquiera de los rincones. Son hermosas iglesias de madera en Svidnik, en Hervartov, en el museo al aire libre de Bardejovske Kupele… A ellas la inmensa mayoría llega por el eco amplificado de su distinción como Patrimonio de la Humanidad, otros pocos lo hacen porque saben qué esconde Bardejov a nivel de historia y entornos naturales, pero casi nadie arriba siguiendo la ruta del Tren Goulash (http://thegoulashtrain.blogspot.com). Un excepcional espejo en que mirarse, una bofetada de honestidad en la cara de todos esos “bloggers de viajes” nacionales de yo, mi, me, conmigo, perdidos en la inmensidad oceánica que es su ombligo y del que solo saben salir para vender agencias turísticas, cadenas de hotel, el mejor sitio para alquilar coches, buscadores de vuelos o lo que se tercie. Ofertan exactamente todo lo que uniformiza, aquello que no necesita nadie con una mínima ética viajera, todo eso que engorda exclusivamente cuatro bolsillos que, aparentemente, saben cómo recompensar a estos vendeburras, estómagos agradecidos; todo aquello zafio y revestido de paja para un viajero que, por el contrario, encuentra en la senda del Tren Goulash lo básico y necesario: qué ver, cómo se hizo, por qué se hizo y, lo mejor, cómo llegar usando transporte público. Sin peajes ni anuncios bochornosos, solo lo justo para hacer del viaje una aventura íntima y en contacto con locales en buses y trenes de tercera.

Al caer la tarde en Bardejov, ésta se muere. En sentido literal. La gente se disipa, los postigos se trancan, los portones ya no invitan a descubrir y el silencio es amo y señor, agitado por leves ventiscas que ululan entre las sombras. ¿Qué queda? Lo necesario: un puñado de bares y pubs subterráneos, de diseño impecable, en los que leer o escribir bajo luces tenues e incluso hincharse a tragos de una cerveza que adorna la inmensa mayoría de mesas, tirada de precio. Jamás me dio por escribir en Europa, aún no encontré una poderosa motivación, una invitación a perderme una temporada mientras cabalgo en cualquier escenario real o girado a lo ficticio, a lomos de historia y leyendas. El día que eso pase, que no dudo que lo hará, tengo claro dónde soñaré feliz.

Bardejov y sus alrededores por esta vez pronto quedarán atrás, serán solo un rumor que golpee en el momento más insospechado, agitando otro futuro volver, otro futuro soñar con estos anónimos bienes exentos de fuegos de artificio y catervas. En la noche punteada de estrellas, solo queda que Morfeo me acune para luego devolverme a la realidad, a la pasión, a la conciencia sobre Eslovaquia y su gente aquí comenzada; y al despertar, una vez el reguero de emociones dé un respiro, la ruta solo acabara de empezar cuando mañana partamos desde la mustia estación rumbo a Poprad…

 

Enlace al reportaje grafico.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.