Mercerreyas

Una tormenta, montañas y el camposanto de Zakopane

Viernes, 21 de junio de 2013

Zakopane
 
Zakopane
 
De nuevo la tromba de agua es monumental en Zakopane, al otro lado de los Altos Tatras. El agua rumia sin cesar por tejados de chapa, canalones y un riachuelo que amenaza con desbordarse, sobrepasado por los litros que golpean o se suman al cauce. Suerte que decidimos parar a comer y echar un trago. A buen recaudo, viendo las hojas de los árboles titilar bajo el golpeteo constante de las gotas, la lluvia hace de bello telón en un Zakopane que luce plagado de tiendas de recuerdos para turistas, hostales y restaurantes. No es mi taza de té que digamos, ni tan siquiera cuando la tormenta se disipa para alumbrar, de nuevo, a un sol que castiga sin piedad. Pero la vieja baila feliz de puesto en puesto, y yo sumo tragos de cerveza de trigo mientras tecleo y chequeo el horizonte, allá por Enero, allá por India… Levanto la vista a ratos y pierdo la mirada en las riadas de personas que transitan por la calle Kupowki, la más famosa de Zakopane, plena de garitos, mimos, buscavidas y tiendas que dan un sentido extremadamente comercial a la, por otra parte, horrorosa avenida. El típico sitio que los viajeros y turistas aman odiándolo u odian amándolo. Todo tipo de sensaciones caben en estos lugares infectos.

Visitamos luego las montañas, mantos de césped impolutos envueltos en frondosos bosques de abetos, alerces y pinos; más al fondo surgen infranqueables murallas de granito, teñidas del blanco hielo de nieves todavía no fundidas, en un desnivel brutal hasta confundirse con pequeños grupos de nubes que parecen querer juguetear con los picos. Todos los parajes rezuman alpino, mires donde mires, almuerces donde almuerces o duermas donde duermas. Los tipos aquí son igual de afables que en Eslovaquia. Adoran las montañas, pasear y perderse por cualquier vereda. De regreso de una larga jornada de travesía todos lucen una frente sudorosa, una sonrisa tan radiante como el brillo en sus ojos y unos bastones de mango desgastado. De madera, por supuesto.

Y luego está el cementerio, exactamente catorce años después, uno coqueto abrigado por decenas de árboles y cobijado junto a una notable iglesia. De madera, claro. Las cruces en el camposanto, en su gran mayoría, lucen a unos Cristos sedentes, con la barbilla apoyada sobre la palma de la mano, con aspecto entre melancólico y meditabundo. Son preciosas. Hay detalles infinitos en cada redentor y al ser, como no, de madera los ángulos en que se observan hacen que cambie diametralmente la percepción: unas veces parece ensoñador, otras circunspecto, en otras arranca la hilaridad, en otras navega entre algo tosco y burlón… Es cálida y moldeable la madera, femenina, se deja acariciar mejor que el vasto, gélido y gris metal. Todos los cementerios son tenebrosos, provocan angustia desmedida y uno generalmente suele hacer rápido el pasavolante para cambiar de tercio. A mí, al menos, me suele dar por ahí. Pero el de Zakopane es distinto, en un día especial catorce años después, plagado de crisantemos coloridos y con todos esos detalles de calidez que envuelven, reconfortando al viajero. Hoy precisamente, ¿cómo sentir prisa por dejarlo a la espalda? Es lúgubre y acogedor a la vez, quizás abrumador haría de mejor definición. La iconografía no produce desazón ante lo inevitable, más bien al contrario; llama a pasear y prestar atención al más mínimo milímetro, porque allí algo turbador, sin ser peyorativo, se esconde. Tampoco aquí se suman esas clásicas fotos de difuntos que te observan desde las lápidas, invitándote al ultramundo, tétricas; apenas existen y, cuando lo hacen, son solo rostros con ojos inertes, aforismos desnudos de un poeta, un músico, otro poeta… todos encajan como los acordes de un violonchelo o las estrofas de un soneto para hacer de este lugar algo memorable… ¿Será posible que haya merecido la pena acercarse a Zakopane por un cementerio, en un aniversario?

Más tarde la montaña Kasprowy Wierch se nos hace añicos. El teleférico está de mantenimiento y hasta mañana no vuelve a operar. Nos íbamos mañana, ¿no? ¿Y si hacemos un día más en Zakopane? ¿Qué día es? ¿Jueves, viernes? Aún 21, hay tiempo. ¿Por qué no? Vayamos a brindar a la salud de los sacrosantos, inquilinos a los que nos hemos de sumar, y a la de las horas que quedan por compartir, más de un año después, con los humildes polacos. En el recuerdo aquellos seguirán vivos con nosotros, igual que estos. En un garito cualquiera, al sombrío, solo la brisa cálida y el constante rumor de un riachuelo nos hacen compañía. Petunias multicolor, malvas lilas y anaranjados claveles chinos lucen allá donde se pose la vista.


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