Lo titulo Sintra, que no se enfade mi compadre

Sintra es, de todo lo visto, un lugar distinto con rincones de cuento de hadas o novela gótica de Gógol. Lo malo, una vez más, es que aquello atufa a trampa turística que debemos devorar hasta reventar porque bulle de visitantes de todo color y nacionalidad. Lo bueno, no obstante, se da en la diversidad de sus palacetes, herencia de gente acaudalada que encontraba aquí su Arcadia. Además es una bendición que incluya un lugar como la Quinta de Regaleira, ideal para entretener a niños entre sus dos pozos y buen puñado de grutas y pasadizos. Eso a grandes rasgos porque, en esencia, no hay mucho más que reseñar.

Mañana más tiempo para dedicar a Lisboa, antes de regresar por la tarde a Madrid, ya que es una ciudad que da para escribir un rato largo y conquista a sorbos tan cortos como los cafés que aquí son de santiamén y obligan a chutarse cada poco tiempo. Hoy hemos echado la tarde en Alfama, el barrio más pintoresco, y nos ha sabido a bien poco. No sé si los tranvías, los miradores o las calles en harapos pero aquello es mucho más mágico que cualquier castillo de plastidecor o pozo encantado de Sintra, revestidos de fantasía por vox populi pero macabros por estáticos, deshabitados.