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Imam Al-Bukhari, fervor religioso al límite

Viernes,22 de Marzo de 2019


En mausoleo de Imam Al-Bokhari

Imam Al-Bukhari, fervor religioso al límite

Suma un lugar de peregrinación mayúsculo pero desconocido para la turistada como el mausoleo de Imam Al-Bokhari, añádele que es viernes y festivo, con lo que ello supone para un país islámico, y tendrás, de resultas, estampas inolvidables en lo religioso. Es conocido el lugar, a veinte kilómetros de Samarcanda, por ser el último reposo de este santón que pasó a la historia gracias a su autoría del segundo libro más sagrado del Islam tras el Corán. La obra se titula “Sahih Bukhariy” y compila más de siete mil hadises o dichos, vivencias y lecciones del profeta Mahoma. 


Por fuera no impresiona en absoluto más allá del gentío que hace cola para entrar y unos jardines bien cuidados, pero una vez dentro retumban los ecos del Imam con su poderosa voz de almuédano y, en el instante preciso, centenas de personas se postran, de rodillas, hasta tocar con su frente el suelo. Les observa un regimiento de zapatos pulcramente alineados a su espalda. Abarrotado todo el recinto, no entran en la mezquita y la mayoría han echado su chaqueta de lana al césped. La utilizan como alfombra improvisada. Una comunión absoluta que acalambra de emoción al turista boquiabierto. Como esa fe vívida que asoma en cada santuario indio y de la que hablo a menudo, pues lo mismo pero en versión musulmana. Por si fuera poco, a estas alturas es sabido que, cuanto más primaria y rural es una sociedad, mucho mayor es su devoción religiosa, y la uzbeca, ya lo he explicado antes, es agrícola y ganadera hasta la médula. Lamentablemente no soy de fotografiar personas, pero la de hoy ha sido, por encima de monumentos o recursos turísticos, la mejor experiencia en Uzbekistán y ojalá que solo un prólogo de lo que me espera a partir de mañana en el valle de Ferganá, último estertor de este viaje. 


En mausoleo de Imam Al-Bokhari


He llegado a Tashkent y, con las últimas luces del día, mis ojillos se pegaban al cristal del tren, presa de la emoción, ya que se veían árboles, campos verdes, sembrados de cereal, y hasta colinas en lontananza. A ver si es verdad y también cambia un poco el asunto en Ferganá, porque entre Irán y el Uzbekistán conocido, desierto tras desierto, ya añoro un poco de vegetación y color, leñe. Lo fijo, eso no lo cambia nadie, es el nuevo madrugón que tendré que meterme para coger el avión a primera hora. Al menos son cuarenta minutitos, un suspiro, el tramo hasta el afamado valle.

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias

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