Entre Myanmar, Malasia e Indonesia

Cambio de tercio en el viaje dejando atrás el budismo del sudeste asiático continental para tocar la vertiente musulmana en tierras malayas, a vuelapluma, e indonesias. Sociedad diametralmente opuesta, cultura otro tanto, y, entre vuelo y vuelo, unas horas de escala en Kuala Lumpur para visitar el fabuloso Museo de Artes Islámicas. Mucho recién conocido por allí, con referencias constantes a la realidad histórica persa y uzbeca, países visitados hace nada, en un conjunto soberbio de piezas de valor incalculable que suma incunables del Corán, telas, pinturas, cerámica, maderas talladas o taraceadas y joyería. 

Ya descansamos en Yogya, isla de Java, bajando revoluciones en un hotel de capricho (la oferta aquí es tan exagerada que un cuatro estrellas sale por treinta euros) y buscando un respiro antes de enfilar los tesoros de esta región que arrancan mañana mismo por Borobudur, el templo budista más grande del mundo con aspecto de mandala simbólico que sintetiza el peso que dicha religión mantuvo por estos pagos durante breves centurias. Viene tan bien el relax que he reservado otra noche más por petición de mis hermanos.

Prisa ninguna tras un tute en el infierno climatológico birmano que vamos pagando todos antes o después porque la fatiga acumulada a más de cuarenta grados quema muchas defensas, por experiencia de años lo digo. Si antes lo pagué yo con mi trancazo, acentuado por el batacazo emocional de autoestima que me tenía hundido aún más en la debilidad, ahora les toca un poco a ellos en forma de catarros y estómagos delicados. Nada que no cure una decena de horas seguidas de sueño. Felices y bien a gusto aquí, básicamente porque nos hemos quitado más de diez grados de máxima y mínima, a recuperar toca.