Mercerreyas

Este de Yogyakarta

Domingo 12 de Mayo de 2019

{{ brizy_dc_image_alt uid='wp-f5d391426ec797ba18c4d5f7c0ba1fc7' }}

Este de Yogyakarta

Entre Visnú, su noveno avatar (Buda Gautama) y Shiva cabe un entramado de templos que glorifican el este de Yogyakarta hasta convertirlo en un imán incluso más poderoso que el colosal mandala de Borobudur. Lo obvio se aprecia en Prambanan, con sus estilizadas torres hinduistas a las cuales he podido observar en su laceración (tras el devastador terremoto de 2006) y reencarnación, pero es que un paso más allá asoma Candi Sewu, colosal rompecabezas de budas decapitados que poco a poco va viendo la luz y que suele pasar inadvertido. Ambos suman decenas, centenas, miles, millones de sillares y tallas de exquisita factura para honrar a los dioses de hace más de un milenio, algo que ni la catástrofe natural más poderosa ha podido sepultar. La guinda se da en Candi Plaosan, tan simétrico como diferente a lo anterior, o en un Candi Sambisari encontrado por azar bajo un manto de cenizas y tierra fértil que lo conservaron perfecto. Disneylandia se llama esta zona para todo aquél capaz de encontrar un gramo de vida encerrado entre relieves de porosa piedra volcánica. 

Después, respiro para las retinas, hemos remado tejiendo el futuro indonesio con calma y un gin-tonic en la mano. Dado que se nos cae Karimunjawa por lo fatigoso de su traslado para invertir apenas un par de días de playa, mañana alumbra la infravalorada ciudad de Solo, pasado Malang, luego Bromo y más allá Bali. Vamos cerrando un hotel aquí, un traslado allá, otro avión un poco más lejos… Quizás me hago mayor y lo cuadro como un niño resuelve un puzle de dos piezas o quizás es que ya me voy acostumbrando a convivir con la sensación siempre amarga de saber que hay quien desea verme hundido en la más profunda miseria, rezando para que todo esto de viajar (y mostrarlo) sea pasto de las llamas y el odio más profundo. Lo matizo a ratos, lo digiero a tragos de hiel y lo lloro en infinitos silencios porque nunca jamás entendí cómo se puede obrar con la única intención de joder y destruir al prójimo. Será por eso, porque ni lo concibo, que en la puta vida entendí la razón de infligir dolor a cambio de la nada más absoluta. Que nada es al azar, me (le) he de repetir con desidia desde el borde del barrizal donde observo un fango cuyos restos aún me sacudo. 

Hoy día diecisiete de viaje para mis hermanos. Mucha Myanmar visitada, vibrada y padecida bajo un lanzallamas que más que putear fustigaba nuestra sed de cultura; también un trago largo del Java histórico con su ecléctica fusión de budismo e hinduismo bajo un prisma musulmán. El resto resplandece y arranca al cabo de unas horas con otro viaje parido en las laderas de un monte anónimo tras una pirámide de reminiscencias maya, en nuevo sorbo hinduista y bazares fuera de lo común. Mañana, para variar, recogemos el hatillo, olvidamos las lágrimas tras los deseos de muerte gestada por el olvido, y volvemos a volar… ¿Quién dijo que los cadáveres degollados abonan la tierra en su quietud y descomposición? Resulta que con el tic-tac de Confucio y su viaje a la venganza a alguien se le olvido cavar la segunda tumba…

{{ brizy_dc_image_alt uid='wp-ebfb6effef925c3db6aa5d17411de1f8' }}

Escrito por: David Botas Romero

En:http://botitasenasia.blogspot.com/

Mail:botasmixweb@hotmail.com

{{ brizy_dc_image_alt uid='wp-f5d391426ec797ba18c4d5f7c0ba1fc7' }}

FOLLOW US ON SOCIAL: