Mercerreyas

Bijolia y Menal, monzón turbulento

Sabado 28 de Septiembre de 2019

Bijolia y Menal, monzón turbulento

Hoy, en la confusión constante que es India, garante de mil sensaciones contrapuestas a cada minuto, encontrar lugares bucólicos como Baroli, ayer, o Bijolia más Menal, ante mí, es una bendición. No se intuye a primera hora, bajo un cielo turbio y amenazante, pero uno es estirpe de la esperanza infinita hecha viajera tras cuerpo de hojalata septuagenario, mantra inmune, y se asume, tal y como lo hacía ella, que el sol volverá a brillar en un oasis o en un charco. Si la resistencia y la adaptación fueron emanadas a su vera, el ejemplo de ilusión que ella contagió en cada alborada hará el resto. Zapatos calados, paraguas insuficiente, y chapoteos a la novedad. Bundi resuda humedad en las vacas de pelaje acanalado y cochinos de cerdas como púas que se filtran, ocasionales, en la visión opaca a bordo del rickshaw, incluso más ininteligibles cuando estallan los charcos y el barro tiñe de pardo el panorama. 


Hoy, lo padezco entre baches que mis riñones amortiguan, no se debería abonar la sorpresa en un bus repleto de turbantes coloridos, pendientes dorados y mostachos a lo morsa, Rajastán en esencia. Apenas las mujeres dan un punto de novedad por su belleza, siempre exuberante tras adornos ostentosos y saris velados que codifican rasgos angulosos. Vuelos sin motor en cada desnivel, o únicamente anuncios antes de cada alto en el camino, cuando la película vuelve a rodar y se desata la sorpresa frente a quienes montan y se apean. El malva subyuga al naranja, el verde arrastra un olor a pachuli que delata, y, de súbito, un marrón volado, implantado en mi retina, hace de berbiquí sobre mi sien cuando se sube a la altura de Seenta. Si es despampanante la belleza de su ropaje, no te quieras imaginar rostro o figura. Embelesado, por treinta kilómetros se me hace imposible no hundir mis ojos en lo que oculta su velo perfecto. Ella no lo percibe, pero su hija sí, y me sonríe entre pícara y cariñosa. Los gestos, las miradas tras ojos que chisporrotean en fuego fatuo, incluso la pausa y su silencio… Una mujer de rompe y rasga. Asiática desde las tobilleras de plata hasta el moño revirado. Adolescente pero ya madre, femenina como hace lustros dejó de intuirse en casa.

 
Hoy, sin remisión, atruena en el templo Mandakini. Lo hace con una cadencia de Euskadi otoñal, ésa que no agobia pero tampoco afloja. Y las figuras femeninas se muestran sugerentes en su incitación sexual, húmedas y golosas. El panteón esgrime sus armas y un chorro de frenesí escultórico deja, por enésima vez, al visitante con la boca abierta. ¿Cuándo dejará de impresionar? Hallo refugio y me obsequian con una taza de té masala. No sé qué cirio tienen montado pero debe haber una celebración porque andan montando dos carpas. A lo indio (o español, para qué engañarnos), curra uno, calado hasta los huesos, y el resto de chufla a buen resguardo. Las nubes, volátiles y aceleradas, dan mínima tregua. Dos brahmanes ofrendan al agua en el baori y sus salmos melódicos se mezclan con la marihuana que fuman otros en el templo principal. Empapado, maloliente, risueño, todo vuelve a girar.

 
Hoy, a media tarde, regresa la tormenta descomunal en Bijolia hasta convertir en ríos las calles. “De ésta no me libro”, pienso mientras hundo los pies más arriba de los tobillos en la ensenada que ha fagocitado la ciudad. “Como aquella vez en el croata Plitvice, ¿recuerdas?”, le pregunto con un guiño a tu fantasma. Encuentro un taxi (Bijolia es tan diminuto que no tiene rickshaws, pero sí taxis… India, colega, no lo pienses demasiado que ésta es la paradoja tropecientos mil) y hago como que me pego en el burdo teatro del regateo que es costumbre cuando se saca a pasear la cartera. Trescientos. Quinientos. Cuatrocientos, ni para ti ni para mí. ¿Y quién paga la autopista? Ya me han jodido. “¿Autopista?. ¿En el remoto Rajastán?”, río con ganas. “OK, la pago yo”. Sí, autopista, ¡y llana, con señales y ni rastro de vacas! Tropecientos mil uno. Después, con la tormenta de tregua momentánea, vuelvo a franquear sonrisas en el precioso Menal, donde mano humana y naturaleza se besan para adornar una estampa preciosa de templos al filo de un cañón por el que se despeña el agua. Rajastán inédito, la India más bella. La gente local se baña en las pozas que crea el torrente antes de precipitarse y en el templo principal se adivinan escenas eróticas. Mini Khajuraho, lo llaman. Me estoy cagando y me toca a lo indio porque, obvio, allí hay cuatro casetas de ésas portátiles, como las de los conciertos al aire libre, que me ahorro contar la escena cuando abres la puerta. “Ancha es Castilla”, resumo mientras sencillamente busco un hueco entre la maleza donde aliviarme… Lo jodido es sujetar el paraguas, tratar de proteger la mochila, sacar los kleenex, agachar la cabeza para parecer uno de ellos cuando un indio pasa por allí cerca, limpiarse… 
Hoy, aquí, pongo el broche entre Ganesha y Shiva porque se acaba una nueva India para mí.

Texto a texto, kilómetro a kilómetro, séptimo viaje y séptimo chute de condescendencia y relatividad para mi existencia española, atribulada por antojo o necedad. Si deseas conocer qué significa miseria, y con ella felicidad humilde, entre esta gente purgarás tu condena cerebral y remendarás cualquier corazón, aunque el tuyo ya no lo necesite. El Jaipur de mañana no habla futuro cuando intuyo (y además deseo) que sea otro viaje a tu regazo, madre. A la memoria más feliz, ayer por un orfebre excepcional, mañana por un vidente clarividente. Siempre por una madre y su ejemplo de pundonor. Cae la noche en Bundi, suena frenética la campana del templo cercano, los brahmanes cantan a coro, y solo yo puedo ser tan gilipollas de llevar casi tres lustros dejándome el pellejo por estas tierras de monzón y, necio solemne, reservar un hostal pegado a un lago donde los mosquitos del atardecer me acribillan sin piedad. Apenas distingo las letras de la pantalla entre polillas e insectos que darían para una lección de entomología. Sueño con Jaipur, con Katmandú, con China, Japón,… Esto acaba de empezar, madre.

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias