Mercerreyas

En la calle de la memoria

Viernes 14 de Junio de 2019

En la calle de la memoria

Volví a recorrer la calle de la memoria, esgrimiendo mi dolorido cuerpo encorvado a modo de salvoconducto, cuando la derrota en luz del alba resumía estas viejas losetas lloradas. Gritaba un perro, unas pestañas que al vuelo llaman y un cerebro por desquiciar. Largo será el mañana. En un extremo no despierto y en el otro una mueca que despoja con rabia tu falda, ansioso de derramar esperma en tus entrañas bajo un letrero azul. Su nombre, el del perro, es Bosi. 


Arrastra el tiempo con ímpetu de sifón en la calle de la memoria. No hay pena que rechazar o pelo por desbrozar con mi aliento. Allá donde anidan los secretos turbios tras lazos de papel de regalo gris y acorazada masa cerebral, allá nunca cupieron mis cojones. Solo queda una pastelería de capricho, entre bares de perdición y pasos acelerados de súbito por el peso indescriptible de una ramera suicida. Será, acaso, mi amor descarriado cuando ni siquiera el alma sonríe con ilusión contemplando las letras: Pastelería Izar. En azul. 


¿Cuánto tuvo de divertido?, inquiere la desdicha, azorada. Yo no desearía despertar, musito trémulo, aún golpeado por el centelleo de esas letras gigantes, inanes tras tendida persiana metálica. A ratos, en momentos de tristeza desbordada, la calle de la memoria cultiva ese incómodo soñar frenético donde las hogueras jamás se transfiguraron tan plácidas. Obliga, desalmada, a atorar el esputo y condenarlo a la vana insignificancia. Y, con todo, no la rehúyo. 


Se ha disparado una historia de calvario y, como inconsciente nato, piso las flores de su jardín sin compasión. Hice lo que debía por leal y honesto, hostia. Con mi sangre y la palabra dada nunca osé prometer lo que no podía. Abro los ojos para golpearme con la misma realidad. A la deriva, carcelario, no hay Dios que me soporte cuando mi cuerpo derrotado gime y no ansía más allá de una cama caliente, suspiro de toro querencioso de tablas lapidarias. Lo veo al compás del miedo y la rabia, deshojando la quebrada rutina trivial de mi alma. Me veo mutilado, incinerado de puta en puta. La veo, al cabo, estrujada por este amanecer hijoputa que nos ha desquiciado dentro del vertedero en que sus fantasmas devinieron nuestra vida. Allí, en la calle de la memoria. ¿Dónde si no?

P.S. Su nombre es Fah. Hoy paga mi cuerpo porque, lo tenía claro, el azar no existe. Entró a matar, sin ser la primera, y yo ya conocía el percal… Un chute de placer atrapado en la tela de araña que es la noche tailandesa para animales no calientes, desbocados. Y con su sed ya éramos dos vasos huérfanos. ¿Te tengo que contar hasta dónde llegó su lengua en mi inseguridad remachada a base de hostias a diestra y siniestra a lo largo de ocho meses? Y tú también deberías obedecer a tu corazón mandando a alguien a dormir a su casa para que la noche al fin nos vuelva a gobernar, ¿no crees? 😉

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias