Mercerreyas

Ghats del Narmada

Lunes 23 de Septiembre de 2019

Ghats del Narmada

El río Narmada, a su paso por el sur del estado de Madhya Pradesh, quiere invocar aquel tiempo ancestral en que los dos mil quinientos años de cremaciones en Varanasi, honra al Ganges, aquí eran solo un tiempo futuro. Como aquella sagrada ciudad, pero en versiones reducidas, Omkareshwar y Maheshwar presentan sus mismos ingredientes (ghats o escalinatas que descienden a un río sagrado, templos milenarios de devoción absoluta y santones por doquier) desprendidos, además, de buscavidas y turistas al por mayor.

 
En Omkareshwar, al mediodía, hacía un calor tan horroroso que se mascaba la tormenta bíblica que cae ahora en Indore. Al menos, gracias a una presa construida un par de kilómetros al oeste, el río bajaba atemperado y los ghats lucían espléndidos y relajados. Luego, al otro lado del puente, en la famosa isla con forma de Om que le reporta su fama, las callejuelas son decorados forrados al límite de vendedoras de parafernalia religiosa y ofrendas para el templo principal. En él se halla uno de los doce jyortilingas originales, la famosa piedra con aspecto fálico que representa al dios Shiva, el más adorado del panteón hinduista. Como quiera que aquello parece relajado, me descalzo y me sumo a la fila para echar un vistazo. El sanctasanctórum de los templos, generalmente (especialmente en el sur del país), suele estar vetado a turistas extranjeros, pero aquí no es el caso.

¡Menuda experiencia! Sin darme apenas cuenta me veo sumido en una corriente que me lleva en volandas, obligado a pasar por una puerta diminuta que antecede al símbolo sagrado. Hace un calor insoportable y ya no puedo echar marcha atrás. Los brahmanes se esfuerzan en poner un poco de cordura en el cuello de botella que se forma en la puerta, y a base de codazos me cuelo allí dentro. Si en la cola se podía respirar fervor religioso, esto ya es lo más. De repente, los indios a mi alrededor empiezan a tirar agua, ofrendas, pétalos y caléndulas al falo, o lo que sea porque más bien asemeja a una piedra informe. Me llueven agua, flores y empujones que me descojono yo de la Plaza del Ayuntamiento de Pamplona en el chupinazo que anuncia la fiesta de San Fermín. Los brahmanes tratan de que la gente avance una vez hecha la puja, la ofrenda, pero han entrado todos en trance colectivo y se arrodillan, besan el dintel, sacan más pétalos de los bolsillos, se vuelven a arrodillar, otro beso al suelo,… Alucinante. Templos vivos a cualquier hora del día, en contraposición a nuestras catedrales. Lo repito a menudo. 


Al salir me sacudo, respiro profundo, me palpo que tengo brazos y piernas en su sitio y arranco hacia el otro puente que une la isla con la orilla para, sin cruzarlo, enfilar una escalinata que arranca a la izquierda y muere en el templo de Siddheshwar. Es infernal la subida bajo lo tórrido del día aunque, una vez arriba, los males se disipan porque el lugar es encantador. Difícilmente podría haber imaginado algo de tanta belleza y soledad tras el frenesí del templo central. Ítem más, es un templo que, pese a su aspecto hoy decrépito por más que rememore el santuario impresionante que debió ser en el pasado, permanece activo. Las columnas están talladas con primor, las puertas en idéntica medida y, por encima de todo, el perímetro del basamento está tallado con unos elefantes soberbios. Si la vida en los ghats o la puja han sido inolvidables, con este templo anónimo ya sí que Omkareshwar queda grabado en la retina.

 
Chequeo el reloj y las nubes empiezan a amenazar. Me quedo sin tiempo para ir a Maheshwar, así que bajo a la carrera y cruzo al otro extremo de la orilla. ¿Dónde estoy? ¡La virgen, me he equivocado de puente con las prisas! Saco el GPS y calculo. Tampoco estoy tan lejos del coche así que, de súbito, pateo unas zonas de escalones y acabo, sin quererlo, frente al templo de Amareshwar, otra maravilla de piedra cincelada que bulle de gente a esa hora.

 
En Maheshwar, no obstante, la decoración cambia por completo. Si sesenta kilómetros río arriba la vida se desparramaba sobre la devoción y la ofrenda, aquí todo se reduce a la mínima expresión espacial en un palacio polvoriento, un templo magnífico y unos ghats sumergidos ante los que sestean los lugareños. Como pasar de la noche al día. Lo que era multitudes, ruido y dinamismo, ahora es silencio y contemplación. El templo, sin embargo, no lo es tal, sino que se compone de la suma de dos cenotafios fabulosos pertenecientes a Ahilyabai y a Vithoji Rao. Siendo ambos espectaculares, el santuario de Ahilyeshwar, sin atisbo de dudas, copa las alabanzas porque es alucinante con sus tallas y sus dimensiones. Buceando en su historia, bien a la sombra, compruebo que Maheshwar es un reducto histórico tan notable y bien conservado (incluso citado en las épicas Ramayana y Mahabharata) que decenas de películas de Bollywood han sido rodadas entre estos muros. No me extraña en absoluto porque lo único que me hacen lamentar las pisadas huecas de mis pies descalzos sobre las losetas es no poder darle más tiempo a este sitio tan hermoso.

 
Cuando empiezan las primeras gotas y arrecia la brisa que las anuncia es hora de volver a montar en el coche rumbo a Indore. Que cuál es más bonito, me pregunta el conductor. Sonrío feliz. Los dos, cada uno en su estilo, pero sosteniendo ambos, de modos distintos, un hilo que evoca a ese Varanasi, hoy al filo del Ganges desbordado, que aquí se transforma en río Narmada y vivencias no menos memorables, mucho más genuinas.

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias