Mercerreyas

Ujjain y Kumbh Mela

Miercoles 25 de Septiembre

Ujjain y Kumbh Mela

Impactan contra el cristal y juguetean con cogerse unas a otras. Las gotas de lluvia, al otro lado del expreso de Malwa que une Indore con Ujjain, por momentos se hacen torrentes debido a la magnitud colosal de la tormenta. Los truenos son estallidos instantáneos debido a la velocidad del tren y, tras cada respingo, uno suspira aliviado cuando se van atenuando y espaciando, anclados al sur.

 
El de hoy debía ser apenas un día de traslado hasta Kota, puerta a Rajastán, sin mayor complejidad. Pero, como de unas semanas a esta parte voy recuperando a marchas forzadas aquella ilusión mitigada hace casi cuatro años, y el cuerpo me responde con firmeza, Ujjain se me antoja un sitio interesante para hacer un alto de tres o cuatro horas. Mi billete de tren es vespertino, desde Indore hasta Kota, más de seis horas, pero Ujjain pilla en la misma línea y podré abordarlo allí. Además, partiendo al mediodía en otro tren puedo ir adelantando camino para que luego, al subirme al de la tarde en esta localidad, tenga ya la travesía acortada a cuatro horas y media.

 
Por desgracia el cielo no entiende de planes y, una vez en Ujjain, la lluvia cae a mares. Basta echar un vistazo hacia arriba para entender que aquello no es una tormenta pasajera y que, menos mal que esta ciudad era solo un pasatiempo y no visita obligada, lo mejor es localizar un restaurante donde teclear un rato, aunque ni siquiera importe mucho sobre qué. Dejo la maleta en consigna, me compro un paraguas (mucho más manejable que el chubasquero) y, dudando un instante porque aún no tengo hambre, me lanzo a darle una oportunidad al templo de Mahakaleshwar. El problema es que aquello está a reventar porque aquí, como sucede en Omkareshwar, se encuentra otro de los doce jyotirlingas de Shiva. Es un lío del copón aquello, más el coñazo de la lluvia, los indigentes revoloteando sobre mí, los del rickshaw que me salpican, que me quite la mochila y la dejé en consigna (teléfono móvil incluido)… ¡Al diablo! “Bueno, pues plan B”, asumo resignado.

 
El cielo ha decidido dar una mínima tregua cuando asomo el hocico desde una cueva rotulada como restaurante, ya con la tripa llena. Las calles son espejos brillantes en la ausencia de gotas que opaquen los charcos y, entonces, Ujjain llega a parecer un lugar apetecible. El nuevo contratiempo, sin embargo, es que ya me he quedado sin tiempo y debo volver a la estación. Paso a paso, en un universo semivacío, cuesta creer que esta localidad sea hogar, una vez cada doce años, de la mayor concentración religiosa del planeta: el Kumbh Mela. El origen mitológico de esta festividad, que congrega a decenas de millones de personas, te puede sonar si has visitado Angkor Wat en Camboya. Allí, en la galería este, se encuentra cincelada en bajorrelieve la famosa escena del batido del océano de leche, entre dioses y demonios, para conseguir el néctar de la inmortalidad (amrita). De aquella leyenda procede el Kumbh Mela ya que, cuando apareció Vishnú con el preciado néctar, éste fue robado por los demonios, quienes huyeron con él. Durante doce días y doce noches en el limbo sagrado, el equivalente a doce años humanos, unos y otro pelearon por conseguir el anhelado amrita del cual, en el frenesí de la batalla, se desprendieron cuatro gotas que fueron a caer en Allahabad, Haridwar, Nasik y, como digo, Ujjain. En conmemoración de ese ciclo de doce años, una vez cada tres, y de modo rotatorio, el Kumbh Mela se celebra en estas ciudades. En Ujjain, por ejemplo, se vivió en dos mil dieciséis y, en el futuro, la siguiente ocasión en que se celebre aquí será en dos mil veintiocho. Tal y como digo, viviendo esta Ujjain tan soporífera fuera del templo Mahakaleshwar, cuesta imaginar tamaña concentración humana al albur de unos sadhus que adoran esta fiesta y que, no en vano, son terriblemente reverenciados por el resto de peregrinos durante su celebración.

 
El tren vuelve a aparecer puntual (India está mejorando en ese aspecto) y, a bordo, dos cincuentonas orondas cuchichean sobre Dios sabe qué en mi litera. Llevan pulseras bangles, pero no de plástico, sino de oro. Cargadas de anillos del mismo material, sus saris son de una calidad excepcional. Fuera, mirando con ojillos traviesos, una niña descalza, de pelo turbio y enmarañado, piel agitanada, se sorbe los mocos mientras me muestra orgullosa la botella de zumo de mango que le he regalado. Allí se queda, agradecida, mientras el caballo de hierro relincha en un silbido y empieza a avanzar con pesadez. India, a través de sus siempre poderosos contrastes, vuelve a mecerme antes de caer dormido rumbo a Kota.

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias