Mercerreyas

Katmandú, año cero

Miercoles 2 de Octubre de 20189

Katmandú, año cero

Thamel, el gueto turístico por excelencia en la capital nepalí, sigue rebosando vida por sus arterias al caer la tarde. Maravilla a un extranjero que avanza risueño deshojando el mapa de la memoria, tan vívida hace tres, incluso cinco años, que se juraría a sí mismo lo inmediato de aquella felicidad. De veras que Katmandú, a poco que te lo propongas, te hará suyo irremediablemente entre unas calles un poco menos sucias que en el vecino meridional, con gentes un poco más amistosas que las de aquel país. Nepal, comparado con India (si eso es posible entre ninguna nación), es solo un pedacito más, un pedacito menos, pero lo necesario para mostrar un destino fabuloso aunque no vengas a hacer trekking. 
En eso pienso nada más salir del aeropuerto, echando la cara a una brisa al fin tan templada que provoca un escalofrío y una certeza de cuánto la había echado de menos en el tórrido subcontinente. Y sí, toda esta gente que me acompaña, forrada de goretex, chaquetas North Face y botas de trekking marca Columbia, viene a pasear… pero el único gilipollas que se marcha andando del aeropuerto con sus zapatos y vaqueros, con la fija idea de disfrutar de la tarde moviendo el cuerpo, soy yo. Total, la maleta aún no va cargada y la cercanía de Pashupatinath, olor emanado de cadáver y fe tan inconfundible, es un aliciente. 


Se ordena el mundo y con él se multiplican los atascos desde el momento en que se aprecia a varios guardias urbanos dirigiendo el tráfico. Después cogeré un taxi y comprobaré cómo aquéllos, que anteriormente eran llevaderos, ahora son insufribles. El modo asiático de conducir parecerá alocado y te llevará al borde de partirte la crisma demasiado de continuo, pero ese caos inmenso, por alguna extraña razón, se cobra su peaje de muchos accidentes leves pero infinito tiempo ganado. En otras palabras, a lo salvaje se disfruta más. 
Desde la distancia se divisan un par de hogueras en los ghats sagrados de Pasuphatinath. También hoy cargará el río Basmati la pasión y lágrimas difuntas, los perros se relamerán y algún osado volverá a echar su lomo al cauce en busca de un anillo o cadena olvidada cuyo dueño, sin duda, ya no va a necesitar en su tránsito a otro despertar. Imponen las sikharas pétreas o las chapas doradas de los tejados múltiples de los santuarios. En cierto modo, allí también fui parido como viajero, azotado por un texto desgarrado que acabé escribiendo en Bubhaneswar dado que me remordía la conciencia de lo vivido aquí horas antes, entre cadáveres ígneos. Volveré a probar su hiel y orar a su vera, la cita está marcada por un libro de muertos. 


En Thamel, sumado a la corriente, basta un vistazo a los menús y tiendas para ser consciente de que se cotizan caros el orden y la pulcritud, precio a pagar por la comodidad. Sin embargo, perro viejo en el lugar, no dudo un ápice en apartarme al contiguo barrio de Galkophaka. Está a un paso de las chucherías de turistas, pero también tiene su precio justo, local, en artículos de primera necesidad como una lavandería, un trago o una tarjeta sim. Y, además, la gente newari que habita aquí va a su bola, ahorrándote soportar al insidioso chapas del “marihuana, marihuana” que te persigue ocasionalmente en el gueto. Un ejemplo: cuatro gigas de datos, válidos siete días, por setecientas rupias donde los guiris; cuarenta y cinco (uno y medio al día), durante treinta días, valen cuatrocientas rupias en el mundo real.

El hotel aquí, a juego, es un capricho por un precio que, en medio de Thamel, justo daría para un cuchitril. Se me caen los párpados porque ha sido un día complicado, todos los de aeropuertos lo son, pero estoy justo donde quería, justo donde sé que puedo respirar y coger fuelle para enfocar y preparar un país que no permite despistes: China. Eso, no obstante, vendrá después de disfrutar de este rincón que tan hermosos y felices recuerdos me evoca de las dos anteriores visitas. De un modo extraño por imperceptible aprendí a amar este lugar, primero con madre, después con novia, ahora solo… pero incluso hasta más dichoso que en pretérito. Sigue fija la mueca confiada y feliz al acostarme. ¡Por supuesto que éstos sí que fueron dos ladrillos bien puestos!

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias