Mercerreyas

Padmasambhava o blanco y negro

Martes 8 de Octubre de 2019

Padmasambhava o blanco y negro

Asegura el Bardo Thodol, el libro tibetano de los muertos, que el ser humano, una vez expira por última vez, necesita cuarenta y nueve días para superar el proceso de muerte antes de alcanzar la luz o verse obligado a renacer. En él, compendio místico de compleja interpretación, se dan pautas para, durante ese tiempo, alcanzar la iluminación y liberarse del samsara o ciclo de reencarnaciones. Circunvalando a cámara lenta la estupa de Boudhanath, creo que hay alguien que se aproxima a ese renacer… o quizá no. Puede que en el peregrinar que pronto termina haya sido capaz de superar obstáculos y alcanzar la luz. Ojalá.

En mi caso sé que en un momento dado me tocará cumplir el ciclo y, sin duda, reencarnarme. No pensaba necesariamente en ello, ni en la reciente muerte de Puri, pero la poderosa figura de Padmasambhava, autor del citado texto, me lo recuerda con su permanente mirada severa y gesto adusto. Me observa altanero, desde su elevado atril principal, en el humilde templo anejo a la estupa. A su izquierda Tara, y a su derecha Amitabha, el Buda del futuro. Acorralado, a los pies de las tres deidades, intuyo que es el momento idóneo para solicitar la bendición a un monje y pedirle que me anude un sai sin en la muñeca. Dicen que ofrece protección y buena salud al portador. El último me lo puso una anciana monja en el templo que corona la colina Shantuk, en Camboya, y cayó (el sai sin ha de caerse solo, es una ofensa quitárselo) hace tiempo. Sentía, desde entonces, mi muñeca desnuda. Padmasambhava, el nacido del loto, significado literal de su nombre, ayudará.

 
Acarrea visos de lugar eternamente sagrado la estupa de Bodhanath. Es cegadora, nívea, impactante por sus medidas perfectas y geometría. Podría ser, perfectamente, una de las más hermosas del mundo. Y todo el frenesí humano que brota a su alrededor, oración en boca, un espectáculo aún mayor. Se concentran allí budistas e hinduistas de infinitas nacionalidades, unidos en un torrente que sigue el sentido de las agujas del reloj, dejando permanentemente la estupa en la diestra. Dicen que es auspicioso recorrerla así, y no me canso de hacerlo. Las ruedas de oración no tienen un segundo de paz porque siempre hay una mano dispuesta a hacerlas girar para expandir al viento su mensaje, y las banderolas de oración, que arrancan en el plinto y mueren en el parasol, se suman en idéntica magia cuando aquél arrecia. Padmasambhava y su esencia, hechos mensaje inmortal.

 
Hay un thangka, una Tara Verde, que me observa con sonrisa cómplice desde cualquier escaparate. Desde uno en especial. Una pintura muy similar arrastró una historia y lección detrás, de infinito amor, de inabarcable decepción y tristeza. Era mi lección. Lo compré en esa misma tienda, imposible olvidarlo. Ya no sé qué habrá sido de él, pero esta estupa me recuerda el dolor vivido, y sé que la angustia que hoy amaina por siempre va a permanecer impresa en aquella hermosa figura. La observe quien la observe. Siento, con palpable desazón, que se ha podrido su bendición sagrada, su Om Ah Hum. Es desolador porque somos nuestros actos, todo lo impregnan. Nada, absolutamente nada es estático y ajeno a nuestras acciones. Es la diosa de la compasión, ya entendí su mensaje implícito tras un corazón en retales por la pérdida material y humana. Quiero creer que Maitane vendrá algún día y será elegida por otro thangka incluso más hermoso y simbólico para ella. Que representará tanto o más como para mí lo hizo aquél. Yo ya tuve el mío, quiera Dios que ella tenga la misma opción de tener el suyo propio, de vivirlo con mi misma felicidad preñada de amor infinito. “Todo lo que no es dado, es perdido”, reza el proverbio hindú. Padmasambhava, seguro, proveerá. 


Son alucinantes las pinturas, de belleza delicada pero contundente. Ayer, en Thamel, caí rendido ante una figura compuesta de vajrasattva. Éste es un concepto budista que representa la purificación y, en ocasiones, se representa en una unión sexual de hombre-mujer al estilo de Buda-Shakti. Absolutamente preciosa, un thangka de calidad tan elevada que me resultaba imposible pagarlo. Tampoco me importó en demasía. Hoy, sin embargo, he encontrado uno parecido, solo uno, entre todas las tiendas de Boudhanath, y su precio era todavía más estratosférico. Tendrá que ser así. Al fin y al cabo, ya no tengo a quien regalárselo. 


Pashupatinath, atiborrado de ghats crematorios al borde del río Bagmati, no deja de impactar con su naturaleza mortal. Los cadáveres se consumen tras dentelladas anaranjadas y los familiares, siguiendo el ritual, son rapados y afeitados junto a las llamas. Impertérritos, amortiguando su desdicha tras rictus circunspecto, parecen ajenos a la humareda de sabor dulzón que siempre desenmascara una carne achicharrada. Los sadhus son tan de pacotilla como ayer, envueltos en una humareda de marihuana a la que me acerco para despegarme del otro hedor. Es el día del Tika, el día más grande del Dashain, y la gente local, aprovechando la festividad, se apelotona en los rincones. Pero no hay risas ni voces elevadas, solo la apisonadora del duelo que se multiplica. Me siento en un ghat, frente a los crematorios, y observo cómo los ayudantes del ritual menean las ascuas con largas cañas de bambú, esperando que de lo humano no quede ni el tuétano que olisquean los perros, ansiosos a una decena de metros.

Allí la fe budista en blanco cegador y, apenas a dos kilómetros, el río de hollín en que se transforma el Bagmati cuando nuestra ceniza se funde en su cauce. Un thangka de llanto, o Padmasambhava, en su sobriedad, meciendo y reconfortando; un lecho de muerte que agita y acelera un aliento echado en falta cuando su ausencia oprime el pecho, o el burdo teatro de santones impostados en una muerte cotizada a mil rupias de ticket de entrada. A veinte minutos andando uno de otro, por bacheadas calles hechas polvo y polución. A quien no le apasione Katmandú es porque, sencillamente, tiene un corazón pétreo, desprovisto de pálpito.

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz.

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias