Mercerreyas

Un paso al costado

Lunes 7 de Octubre de 2019

Un paso al costado

Para empezar, siendo justo, acaso lo necesario sea un mea culpa que justificaría este texto vacío. Asumo que el vértigo del cansancio, con tanta agenda china y japonesa por desbrozar, pretendía dejarme varado en mi frío Katmandú de calma chicha. Al despertar me he dejado llevar en una cama que fundía insurrectos. Simplemente. Varado, igual a un animal salvaje enjaulado, al abrir un ojo, tras la meada de rutina, el espejo me ha escupido un pedazo de carne vacío de emoción o tiempo que dentellea. Mascullaba el ayer, ruido de tacones femeninos en un santuario, lo prescindible, o casi un mes a piñón de kilómetros y subcontinente indio en vena, lo desgastado. Vuelta al sobre. Después, animal herido, un cambio de tercio. Vuelta a lo budista, aunque fuera más allá del mediodía.

 
Hay una referencia, allí en lo alto, para apurar cuarenta y nueve lunas que pronto marquen otro despertar. Kopan, así se llama, es un monasterio que brinda excepcionales vistas de la ciudad amén de un recinto bien hermoso que se ha hecho famoso por sus cursos iniciáticos al budismo para occidentales. Cuando llego, estos descansan en los jardines, meditando o leyendo, y un joven novicio me abre el santuario. Dentro, flanqueado por taras y bodhisattvas, el iluminado muestra esa ambigua mezcla entre lo femenino y lo masculino. Dorada y refulgente, tan propia de la tradición Vajrayana.

 
Acuclillado en una esquina, no sé muy bien cuál es el principio que otorga una infinita calma. Sucede que en estos lugares la desazón y el recuerdo pesan menos, especialmente cuando rememoro los pasos por allí de hace unos años. El tiempo pierde su dimensión y solo la supuesta impaciencia de un taxista esperándome me lleva de regreso a la capital. Kopan tiene algo especial, que flota imperceptible pero te arrastra sin remisión a una paz inalterable. Con mis párpados a plomo, eso sí, no hay quien alivie excepto más horas de cama.

 
En Kathesimbhu, por el contrario, aquella mística se ha esfumado. No obstante, la felicidad me puede porque pasé por allí en dos mil dieciséis y asemejaba un erial, repleto de ladrillos amontonados. Tan atmosférico como hoy, sin duda, incluso más entrañable por su aspecto derruido, herido. En la actualidad, gracias al cielo, la estupa ha vuelto a recuperar su forma y gloria. La vida ha vuelto a sus tiendas perimetrales, básicamente de thangkas, y la gente ha reanudado su misión de inundar en colorida tika a las figuras pétreas del iluminado. Los ojos observan, compasivos. Siempre lo hacen. Hace unos meses los habría contemplado con desdén, hilvanando los pedazos de un corazón desollado, lágrima a lágrima. Consciente de que mitigan el dolor y muestran el camino de la disculpa y el perdón, no habría sido capaz de entenderlo. Hoy, fieles a su naturaleza de perseverancia, me acarician devolviéndome a mi fe, alejándome del camino empedrado que alguien pena, quién sabe si condenada por amor filial. Ya no es mi batalla, y solo queda celebrar su felicidad terrenal. 


Rodeo una vez la estupa en sentido de las agujas del reloj, luego otra, y otra. Podría parecer que su ubicación, tan próxima al barrio turístico, la colmaría de visitantes. No es así, y Kathesimbhu, pese a su comercialidad, respira autenticidad y fe, un silencio solo quebrado por el aletear de centenas de palomas que se cruzan rozando, marcando geometrías imposibles en su vuelo.

 
La tarde se me escurre de compras, adquiriendo ropa de abrigo porque China, a más de tres mil metros de altitud, me va a sacudir fuerte. Echo una cerveza, observo el deambular de turistas por aquí y por allá, me sacio de deliciosos momos, me sumo a la corriente, compro fruta para cenar y regreso a la habitación del hotel, a escribir y contar qué ha dado de sí este nuevo día que arrancó con las sábanas pegadas por puro cansancio. Supongo que salen días de no saber qué se pinta en éste o aquel lugar, cuando el hastío se ensaña con la moral, mucho peor que cuando duelen las piernas. En unas horas, la conozco bien, esa sensación será historia hasta dentro de unas semanas en que mi voraz ansia diaria de planeta la vuelva a resucitar. Entonces, qué remedio, volverá a tocar parar y buscar la paz y comprensión del templo, sea cual sea su religión.

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias