Mercerreyas

Patan o hechizado Nepal de bolsillo

Viernes 4 de Octubre de 2019

Patan o hechizado Nepal de bolsillo

Dentro de las capitales antiguas que se asientan en el valle de Katmandú, Patan es la más cercana a la capital (de hecho, a día de hoy, se confunde con un barrio periférico) y, probablemente, la mejor presentada. Por supuesto que también sufrió estragos durante el terremoto de 2015, y hay un par de templos memorables que están desmantelados, protegidos por andamios de cara a una reconstrucción que, como todo en este país, avanza con mayor lentitud de lo que se desearía. No obstante, ahora se aprecia que los cortes de luz son temporales (antes eternos), las calles tienen luz, Internet ya no va a carbón y hasta el parque móvil se ha modernizado pero no cobrado civismo, que todavía te juegas el cuello en cualquier cruce de carreteras. Patan, tan cerca pero tan lejos de Katmandú, mejora lo bueno y diluye lo malo. Tan entrañable resulta. 


Había salido un mediodía de claros y nubes cuando me decidí por volver a visitarla. El Dashain, festival de mayor importancia en Nepal, comenzó hace unas jornadas pero los días más señalados, dentro de los quince que abarca, arrancan mañana. Partiendo de esa base, conociendo que Bhaktapur estará bien bonito con el Maha Asthami pasado mañana, hoy me he decidido por probar con Patan y, para el próximo despertar, Panauti con Namobuddha.

 
Con honestidad he de reconocer que no sabía muy bien qué me encontraría en Patan cinco años y un terremoto después, pero, por fortuna, está todo bastante bien. Leí que esta ciudad había soportado con estoicismo el terremoto y así es. Nada que ver con el dolor que arrastraba Katmandú en 2016. Incluso los templos satelitales están impecables, especialmente el Templo Dorado que, por su ubicación enclaustrada, era más proclive al daño. Ahora éste entra en ebullición cada vez que más de cinco personas se apelotonan en su diminuto recinto, pero no ha perdido ese punto encantador y vital que aquí desparraman los santuarios. Las chapas doradas refulgen con ganas y recuerdan que ese color es el propio de un lugar donde tras cada escaparate se despliega una coctelera de figuras decorativas del panteón budista Vajrayana. Desde Yama hasta Guanyin, pasando por Padmasambhava o Dipankara, todo lo que quepa en un uniforme e hipnótico color amarillo del bronce pulido o bañado. Desde tres centímetros hasta tres metros, la parafernalia budista, en este apartado rincón, parece no tener límites.

 
El museo de Patán, por supuesto, continúa hechizando con su muestra de objetos religiosos. Son esas mismas figuras, pero centenarias y con explicaciones bilingües, las que dotan a la impecable colección de un valor incalculable. Una vez fuera, en derredor, es inevitable no caer compungido ante los grupos de andamios que aparecen por doquier. Y, sin embargo, la Plaza Durbar de Patan sigue maravillando por su conjunción de arte y sociedad dado que se suman centenas de nepalís con el cuerpo echado a las sombras de un calor que aprieta en oleadas. Aquejado de tortícolis, siempre hay una pagoda más alta, la gloria imperdible de Patan reconforta con suficiencia. Desconozco los nombres de los templos y me importa poco, menos aún su historia y lo asumo con naturalidad; mi guía de Patán ardió en una noche ecuatoriana de corazón despellejado y me basta su recuerdo para hacer de este lugar un compendio de felicidad. ¿Cuántas veces regresaré? Entonces, como ahora, ese saber enciclopédico permanecerá bien resguardado en un espacio candado de mi cerebro, lejos de estas teclas de pasión.

 
Cada parpadeo es una postal de esta preciosa ciudad, y más cuando te alejas apenas unas centenas de metros para descubrir templos, budistas también, que refuerzan la belleza estática de un lugar sordo hasta que un lugareño agita las ruedas de oración. Se me ha echado la tarde encima, y aún tengo que deshacer los seis kilómetros caminando hasta Thamel, mas suspiro aliviado porque Patan, dardo certero al corazón hace unos años, continúa embrujando en una dimensión desconocida que aúna belleza atemporal y un museo no menos excepcional. Katmandú es frenético, Bhaktapur monumental, y Patan, a este lado del Bagmati, la más completa instantánea, trenzada al alma, de un país, su cultura y sus gentes.

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias