Mercerreyas

Chiang Mai o no lo podrás entender

Domingo 10 de Noviembre de 2019

Chiang Mai o no lo podrás entender

“En el fondo solo necesitaba descansar unos días sabiendo dónde dormiría hoy, mañana y pasado, echar unos tragos, fumar unos pitillos; volver a encontrar mi brújula en el baúl de esa desmemoriada memoria, salir de la hoguera para volver a ella con coraza renovada. En el fondo, de corazón, uno sabe que jamás termina de abandonar los tendones de un Chiang Mai en cuyas esquinas se partió hasta el tuétano, aunque este nuevo bus siga quemando kilómetros rumbo a cerca de la frontera birmana uno detrás de otro, uno tras otro. Podría ser cualquier latitud porque el destino siempre es lo de menos, la idiosincrasia de Chiang Mai ha sabido recordármelo una vez más. Y reconfortado por esa certeza, como la deuda permanente en que se ha convertido, chute en vena ocasional, solo queda acurrucarme en el asiento de azul lona rajada viendo los arrozales morir en lontananza, fundidos en el celeste cielo punteado de cúmulos grisáceos, sabiendo que volveré a regresar a morir en su orilla pero sin saber a ciencia cierta cuándo me lo reclamará esa piel renegrida que se me lleva a tiras…

” Impresiones o delirios de Chiang Mai, escrito en dos mil trece


Tiene algo Chiang Mai, imposible de descubrir a estas alturas, que se forja en cenizas o fotos chamuscadas, capaz de conjurar al irascible huracán que habita en mí. Una zarza bíblica inmune al fuego, acaso el mismo Ave Fénix que en la puta vida cedió ni cederá en sus más íntimas convicciones. Después de aeropuertos y noche en vela, la obviedad de un corte de pelo y un afeitado dispara en la sien con forma de espejo que refleja párpados cansados cuando se abaten, sin previo aviso, todas las defensas que osé empuñar. Arrastrado en frenesí desde Bodhgaya, minucia que a duras penas sabría hoy apuntar con el índice sobre el Mapamundi, en estas calles respiro y escupo un ansia de vivir al límite que maniaté hasta subyugar. Fue India, fue China, fueron sesenta días y noches insaciables de texto vomitado. Yo, lo palpo en cada esquina, me llamo David, yo jamás pedí a nadie renunciar a nada, ni prometí lo que mi corazón jamás se podría perdonar. Hoy, mi camino, escuece aunque al fin prefiere hablar de recuperar y no de lamentar lo que nunca se pudo poseer.

 
Consumo caminos que me llevan a cambiar dinero, adquirir una tarjeta sim local, una lavandería que quizás, un templo, dos,… Lo que nunca me van a dar estas huellas es incertidumbre porque conozco sus recovecos, y acaso por ello siempre fue un grito insurrecto. “Yo no pinto sueños ni pesadillas, solo mi propia vida”, decía Frida Kahlo. La mía, me guste en mayor o menor medida, siempre se tiñe de brochazos arrastrados sin ton ni son de la paleta de esta ciudad. Hago un alto, paro para comer. Tragos largos de una cerveza grande ahora que al fin el sol cansa. Y cuando a mediodía Chiang Mai se envenena de una quietud mortecina que promete silencio y paz absoluta, ya no deseo respetarla más y enloquezco, al límite de la fatiga, porque jamás entenderé por qué demonios me obliga a regresar a sus entrañas con esa soberbia suficiencia que solo conocí en una mujer.

 
Sin solución, al ocaso termino convencido del eléctrico filo de esta urbe que se comunica con mis vasos tan mágicamente. Puede que se nutra de leyes tan desconocidas que ni huyendo a la sombra más profunda, a miles de kilómetros, hallaría redención. Y me lo he de jurar por lo más sagrado si recuerdo que, incluso en el frío polar de Mecerreyes, me ha reclamado, la muy zorra. Me escupe su sortilegio, por infinitésima vez, en otro templo con carteles escondidos pero clarificadores: desbarata tu ira con autocontrol. Ya lloré como niño, meses atrás, devorando mis intestinos, calientes y húmedos, como Saturno a sus hijos. Llega un poco tarde el mensaje, tanto como para grabar a fuego que el azar nunca perteneció a tahúres, menos a trileros. Desde el gris mundano de Irán, murmurando un epitafio, hasta el sol abrasador de Wat Ton Kuen, aquí cerquita, el recuerdo de Chiang Mai sacudió un mar que murió en ojos temblorosos cual vela consumida que arrancó cogiendo mi mano y echando a volar. Antes lo hizo allá, en Sakhon Nakhon, palpitando y arrullando mi murmullo de dolor. Mañana, quién sabe.

 
Hoy, sin tapujos, era día de olvidar el cuaderno de bitácora para lanzarme a un mundo de karaokes y lumis. Sin embargo, a contraluz tenue, desprovisto de energía, me atrinchero y solo doy para teclear la feliz magia indisoluble, también teñida de melancolía, que cabalga mi corazón cada vez que piso este faro polvoriento deseoso de marejadas que es su capital septentrional. Ya no sé si fibrila o duerme la ciudad, ni siquiera dónde se esconde el nombre de mujer, oscuro antro donde la piel se torna caoba independientemente de tu raza. Hoy, en el momento más insospechado, Chiang Mai me ha recordado que me fui y volví. Una y otra vez. Hoy un esqueje de mi alma, maldita verborrea hueca, barata, engreída y autocomplaciente, trazó su caminó en brisas de viento sur. Odiada o vilipendiada, mi palabra hecha aquella piel renegrida arrancada a tiras, nunca suficientemente triturada en mil textos anteriores, resuena con plenitud entre templos inmemoriales que fustigan ecos de alma recuperada. ¿Quién me lo iba a decir?

 
P.S. Hay un lugar, cerca de Mae Taeng, que promete. El problema es que me da la sensación de que va a estar complicado llegar. Mañana os lo cuento 🙂

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias