Mercerreyas

Wat Ban Den o su nombre es Fah

Lunes 11 de Noviembre de 2019

Wat Ban Den o su nombre es Fah

Wat Ban Den es otro de los nuevos templos con apariencia de parque temático, a medias entre lo lisérgico y lo infantil, que se han puesto tan de moda de un tiempo a esta parte por estos pagos septentrionales. Si Chalermchai Kositpipat abrió la veda con el templo blanco de Chiang Rai, éste, situado una cuarentena de kilómetros al norte de Chiang Mai, en Mae Taeng, sigue su senda. Es, pese a las dudas que albergaba al despertar, tremendo de sencillo llegar a poco que te manejes en tailandés porque hay multitud de songthaews que parten de la terminal Chang Phueak y, pese a dejarte en una intersección, te acortan el tramo hasta los últimos seis kilómetros. Una vez allí es solo esperar a que aparezca algún motosai y pactar con él. El templo, una vez en su recinto, es otro pastiche colorido, preñado de figuras estrambóticas, que recuerda mucho al templo azul de Chiang Rai. Las capillas son hermosas, el salón principal es fantástico y la colección de chedis en la parte trasera, muchos de ellos réplicas de otros más conocidos como That Phanom o Mahabodhi, suma para redondear una visita muy interesante pese al calor intenso. Con franqueza debo reconocer que, en mi caso, siempre valoro más lo ortodoxo y antiguo (del estilo de Wat Ton Kuen, al que regreso mañana), pero es indudable el tirón de este tipo de santuarios a tenor del abrumador número de visitantes, principalmente turistas tailandeses.

 
Lo bueno, así suele suceder en este país, ha llegado con la caída del sol. Es Loi Krathong, el festival que más me gusta del reino Thai y un momento ideal para el recogimiento y la renovación del espíritu. He escrito muchísimo sobre esta fiesta, básicamente porque he tenido la fortuna de vivirla casi cada uno de los últimos años. Se vende muchísimo la idea de que esta histórica ciudad es el mejor lugar para disfrutarla junto con Sukhothai. En realidad lo era, doy fe. El problema es que, a estas alturas del show, la Rosa del Norte (sobrenombre de Chiang Mai) ha devenido en una masificación tan exagerada de visitantes que se pierde por completo el sentido tradicional de la acción de hacer flotar el krathong. Tak, hacia el sur, en las llanuras centrales, le da mil vueltas en cuanto a atmósfera y sentido religioso, incluso lúdico, me atrevería a decir. Hago esta afirmación porque, estaba cantado pisando esta tierra sin compromisos emocionales, una vez que me he despojado de los pecados acumulados en los últimos meses se me ha puesto cuerpo de gitanito y ha llegado la party hour. Y Chiang Mai, por su parte, ha decidido seguir arrancándome la piel a tiras… y algo más.

 
Para tantear el asunto he vuelto a la calle Loi Kroh, tradicional lugar de contubernios y tragos alegres. Es depresivo aquello, colega. A la tradicional reunión de ancianos descacharrados, al punto de que uno llega a dudar si está en un bar o en un desguace, se ha sumado una colección infinita de jóvenes chinos que apuran tragos con unas chicas que, centradas en lo suyo, no paran de sobarles un mínimo y servirles un máximo para engordar la factura. Total, como luego van a estar como un cueceleches, tres cojones les importará pagar doce que cien. Estaba cantado que, en el aspecto de juerga, chicas y karaokes, había salido noche de bastos, y he apurado mi trago para echar a andar rumbo al hotel. Me sentía, de súbito, cansado del tute acumulado, del jet-lag chino, del sol abrasador del mediodía en un templo de cristalitos y pollos con trompa de elefante. Tan cansado que he parado un songthaew y le he dado la dirección de mi hotel. ¿Cuánto?, he preguntado convencido de que, justo en la medianoche, me intentaría clavar y terminaría mandándole a paseo. Treinta baht. Coño, un conductor honrado. Pues me ha caído bien. Me monto a su lado. ¿A que me va a arreglar la noche?, me pregunto a mí mismo, tanteándole con la mirada mientras charlamos de banalidades. Y tanto que sí.

 
Una vez deja a unos chavales en su hostal, pruebo mi fortuna y le disparo a bocajarro. Ando buscando un lugar de masaje, de masaje y algo más, pero no conozco Chiang Mai en ese aspecto. Se ríe. Por lo visto le he caído en gracia. Que le dé un minuto me dice al tiempo que conduce sin rumbo fijo, que va a llamar a un local porque es muy tarde. Agua la primera, todo cerrado. Es en la segunda llamada que hace cuando alguien contesta. Abierto. Bingo. Quince minutos después estoy en un local de verdadero lujo. Sale una mujer con un listado de servicios y precios. Masaje con aceite. Suena inmejorable. Es caro, pero me apetece darme un capricho porque es un día especial. ¿Y la chica? Señala a un grupito de ellas que charlan en unos sofás de terciopelo. Tú decides. Una ducha conjunta, una toalla que se me cae y una cama mullida donde caigo rendido, boca abajo. Poco faltará si no me quedo roque, me recreo todo ufano. Iluso. El aceite cálido y viscoso cubre mi espalda y mi trasero, luego sus manos, y después su cuerpo desnudo. Aquello es la hostia. El calor de su cuerpo se disipa en el líquido y me abrasa los poros. Sube y baja como un escalofrío hirviendo. Que me dé la vuelta, me susurra. ¿Pero tú sabes lo que estás diciendo, bonita?, musito. Alai na kah (¿Cómo?, en tailandés). No, nada, nada. Me giro y vuelve a magrearme con su precioso cuerpo. La sangre bombea con fuerza. Entonces pasa a frotarme aquello, con la mano, con el pecho. Para un poco, despacio, con la boca no vale, eso es trampa. El resto, faltaría más, ha sido la consecuencia. Mi lengua se pierde entre su cuerpo, su ombligo, su entrepierna. Saca un preservativo. Justo pensaba yo en eso. A morir. 


Media hora después nos duchamos juntos, me frota con jabón un aceite el doble de húmedo, salado por el sudor compartido. Nos despedimos y abajo me espera Dang, con su songthaew a juego con su nombre. ¿Y ahora? Ahora sí, al hotel. ¿Todo bien? La felicidad emanada de mi sonrisa le ha servido por respuesta. Acabo justo donde tecleo todo esto del tirón, igual a si se lo contara a un colega en el bar dado que las cuatro de la mañana no son horas de prestar mucha atención a la belleza de la prosa, mucho menos en una ciudad de Chiang Mai que, la muy arpía, me sigue devorando y arrancando la piel renegrida a tiras. Siempre, siempre ha sabido cómo encontrarme para apuntillarme de placer y colmar mis ilusiones. Y, si no es ella, son sus gentes anónimas. ¿De qué manera podría no adorarla? 

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias