Mercerreyas

Cinco años o corazón inmortal

Jueves 14 de Noviembre de 2019

Cinco años o corazón inmortal

Es en este punto de máximo cansancio en el que habito, aunque me apene reconocerlo porque habría ideado mil destinos más apetecibles, donde Bangkok se convierte en otra madre que lleva cinco años supliendo a la que se me fue un día como hoy. No es la primera vez que percibo esta implacable sensación de látigo en sus calles chamuscadas, en la camiseta pegada de sudor, en la marejada de gotas que resbalan por mi frente. Sentado, frente a una estampa reconocible por habitual, suspiro asumiendo que fue un largo camino hasta que ayer alcancé, de nuevo, Wat Ton Kwen. Y que, de cualquier modo, debía escribirlo aquí otro catorce de noviembre. Una luz titila en el corazón en el instante dado en que la añoranza de tu recuerdo se confunde, madre, entre el humo y el alcohol. Éste era nuestro Bangkok, ya lo sabes, despiadado, prendido de un sospechoso aspecto de averno maldito que trastorna.

 
Quizás debiera volver a enumerar sus virtudes, o trasladar a papel el suave tintineo de campanillas heridas para el que no hay antídoto en mi ser. Ése que me convenció de que, para escribir dentelladas, por mucho que me asistan dolor, razones o verdad tangible que solo otorgan de hechos, mejor celebrar la felicidad ajena. La única forma posible de amar es huir de mis propias entrañas. Así de revelador es Wat Ton Kwen. Quedó inerte, inmune al paso del tiempo, aquel templo humilde de pilares bermejos y teja quebrada. Ahogado en su interior, el peso de un alma postrada, enamoradiza de vida nueva desde que partió de Bodhgaya.

 
Cuando Bangkok ha pulido sus esquinas para mí, la soledad busca una imprenta donde perseverar plasmando negro sobre blanco verborrea tan hueca, barata, engreída (y también autocomplaciente) que nunca fue menos placentera. La miseria del mundo que insiste en cuánto queda por vivir, el llanto infantil del hambre, la ausencia de sueño que confunde y deprime, los críos despojados de futuro por el mero hecho de ser alumbrados en tierra baldía o casta de inframundo, el peso del alcohol encendido en pira crematoria, corriendo por mis venas. Sí, éste es mi lugar, y me alimento fustigando mi deseo de vivir bajo el mismo terror que hago desfilar por mis retinas lejos de la comodidad impostada del hogar. El viaje murmura su ilusión dentro de un nuevo mapa ante el que no me cabrá la mínima duda, y jamás pretendí engañar cuando temblaba relatando lo sufrido, vela al límite de la cera aguada. No pedí a nadie que sujetara mi mano en el albur del delirio a miles de kilómetros de su sexo húmedo, y tampoco prometí que mi alba definitiva sería suya, que nunca jamás. Consumido desde las tripas por la angustia, disparado en polvo, barro y sudor desde la primera a la última carretera, ya no sé con certeza qué queda detrás de las teclas.

 
Soy consciente de que palpitas con furia, madre. Enseñaste con pasión y tesón tu lección. ¿Sabes lo peor? Resulta que jamás dejé de hacer alarde de nuestras credenciales a quien deseó acercarse a entenderlas y compartirlas. Corazón o muerte. Y gané la sentencia al destierro con un mensaje al móvil de aquella mujer que he amado toda mi vida, la misma que me desató justo hoy se cumplen dos años. Ahora, como siempre tarde, supongo que toca entender y escuchar al corazón porque los duelos, consustanciales al respirar, son nómadas irredentos. Ya me aburrí de defenderme, de reclamarle mi alma malbaratada en almoneda. Por fortuna vivir nunca dejará de ser enloquecer y tú, en India o a veinte mil kilómetros a su alrededor, me advertiste con maestría que la pasión y el cerebro son corazas indisolubles para quien se niega a abrir los ojos. Supongo que es en vano perder el alma en insistir cuando hace incontables primaveras que venció el segundo. No obstante, queda un amplio horizonte ensañándose con nuestra fe. Mientras corramos despedidos a su encuentro y conquista, lo grabamos a fuego en cada gota de sangre, sudor y bilis derramada, la pesadilla confinada a Morfeo no sobrevivirá a cada despertar tras pudrirse en su deseo salvaje de mordisquear nuestro tuétano. El cerebro primitivo, por supuesto, en la puta vida entenderá que, si en verdad se cierran los ojos con honestidad plena, se tranca su cerrojo y estalla el elixir de los dioses: un corazón desbocado hasta la siguiente alborada… o pesadilla de autor si ha devenido en espectro condenado, desollado, humillado o pisoteado por propia estulticia y olvido.

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias