Mercerreyas

Dujiangyan, últimos coletazos

Viernes 8 de Noviembre de 2019

Dujiangyan, últimos coletazos

A veces, aunque uno no lo desee, China pone de manifiesto una escala de valores tan opuesta a la nuestra que provoca incluso la mueca de sonrisa displicente. Lo digo porque en el pueblo de Jiezi se aprecia una realidad que, atendiendo a valores occidentales y naturaleza de lugar antiguo, debería mostrar escasos habitantes y casas decrépitas. No sé, algo así como Covarrubias, La Alberca, Pedraza o Albarracín. Sin embargo, a poco que pasees por allí, entiendes de golpe que en el imaginario colectivo chino una “parte vieja” se compone de edificios relucientes (por mucho que su estilo sea medieval) y multitud de negocios donde se apiñan locales o foráneos. Y surge la sorpresa porque ahí donde nosotros, a ciegas, definiríamos un centro comercial recién inaugurado, ellos ven una China que se resiste a perecer. En otras palabras, que Jiezi es un lugar francamente prescindible por anodino y recién barnizado. Sí, posee (aunque cueste creerlo) mil años de historia y un buen número de ginkgos amarilleando las panorámicas otoñales que jamás serán de postal, pero su magia, no obstante, radica en lo que evoca, rescatando del ayer lugares del estilo de Hongcun, Xidi, aldeas del Condado de Wuyuan, Pingyao y tantos otros que sí que tuve la enorme fortuna de visitar cuando eran viejos, pero viejos de verdad. Y, coño, si las comparaciones son odiosas, pues en este caso aún perfilan más la amplitud de ese paréntesis tumbado que forma mi boca.

 
He de admitir, siendo honesto, que tampoco esperaba mucho del lugar. Situado a escasos kilómetros de un referente histórico como la montaña Qingcheng y otra coqueta reserva de pandas, era de cajón, conociendo mínimamente la manera de razonar de esta gente, que se las arreglarían para, de alguna manera, “restaurar” un rincón que oliera a historia. Jiezi, en consecuencia, ha sido un rato de cartón-piedra que me ha servido para ir cogiendo el tono a esta zona de Dujiangyan, cuarenta kilómetros al norte de Chengdu, a donde me he venido con la idea de dejar morir esta trepidante nueva aventura china.

 
Dujiangyan, más allá de montañas sagradas, pandas y burdas réplicas de la verdadera magia rural obsoleta que en Sichuan es complejo encontrar a menos que tires de Kangding hacia el oeste (por desgracia ya no me queda tiempo para perderme por allí), es célebre por su sistema de irrigación. Es sabido que los chinos inventaron pólvora, seda y porcelana, entre otras cosas, pero mucha gente desconoce que también los cepillos de dientes, el papel higiénico (quién lo diría dada su ausencia en cualquier baño público del país), la brújula o el dominó fueron ideados aquí. Y, como digo, en su haber consta, en letras mayúsculas, la capacidad de dominar y dirigir en provecho colectivo grandes caudales de agua. El sistema de irrigación creado en Dujiangyan lleva más de dos mil años, sin interrupción, desviando el cauce del río Min, afluente del Yangtzé, para abastecer de agua comunidades y cultivos. Ideado por Li Bing, un célebre ingeniero, la obra de desviar y canalizar el curso del río requirió de la cooperación de miles de hombres que, gracias al esfuerzo unísono, consiguieron evitar las temibles crecidas que, periódicamente, arruinaban sus cosechas. El de Dujiangyan es el más antiguo y único sistema de irrigación que pervive en nuestros días, a lo largo y ancho del planeta, sin necesidad de presas artificiales. Además de eso es un sorprendente prodigio de ingeniería civil que, como tal, recibió el estatus de Patrimonio de la Humanidad en el año dos mil.

 
Todo el proyecto se resume en tres partes: un islote artificial que divide las aguas, un tramo donde se filtran y separan arenas junto a rocas de gran tamaño y, por último, un cuello de botella, también creado por el ser humano en un punto estratégico, que asegura un caudal permanente y controlable. Las tres partes trabajan en coordinación, así lo llevan haciendo dos milenios, para surtir de agua a campos y más de cincuenta ciudades de la región aledaña a este río Min. Durante la época seca en torno al sesenta por ciento del caudal se filtra al canal aprovechable, desechando el resto, mientras que, en época de lluvias, estos porcentajes se invierten evitando las temibles inundaciones en la conocida como planicie de Chengdu. De todos los elementos visibles destaca sobremanera el puente colgante de Anian, otra maravilla sustentada por cables en su origen (alrededor del año mil de nuestra era), aunque hoy día, por seguridad, se han sustituido los elementos de madera y bambú por acero así como colocado un puñado de pilotes de hormigón en los puntos más críticos.

 
Entre Jiezi y Dujiangyan queda patente, por enésima vez, la infinidad de recursos que hacen de Chengdu, Sichuan en extensión, uno de los iconos turísticos más valorados de China. Y con su recuerdo, jaspeado por el cristalino azul y verde de los travertinos cerca de Songpan, o del blanco y negro emanado de unos tiernos ositos perezosos de los que mañana me despediré, también acaba una primera parte de viaje, prolongada durante sesenta días, donde he vuelto a toparme conmigo mismo. Esta obviedad, disparatada si se lee así, encierra mucho de sufrimiento y autoestima consumida que, a quienes me quieren y lo demuestran, les ha tocado sufrir en los últimos meses. Ha sido un época muy, muy dura. Tanto que, inevitablemente, solo el camino la podía lapidar devolviéndome mi naturaleza, fe e ilusión en este planeta y sus gentes. Hoy Tailandia brilla en el horizonte con idéntica luz a aquella de dos mil cinco, cuando la pisé por primera vez; hoy, el mundo, vuelve a estar a mis pies.

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias