Mercerreyas

Leshan o Buda de equilibrio reparador

Miercoles 6 de Noviembre de 2019

Leshan o Buda de equilibrio reparador

Ha sucedido otra vez. Un tipo, a quien no conozco, me persigue con un cuchillo, me da dos puñaladas y acaba con mi vida. Es un sueño que me acompaña, de vez en cuando, desde hace varios meses. Entonces, al despertar, sé que volveré a tener mal día por desnortado, huraño y entristecido. Hoy, por ejemplo, el detonante se ha dado en la estación sur de trenes, cuando iba a sacar mi billete de tren a Leshan para admirar de nuevo su inmenso Buda, excavado en un acantilado frente al vértice que forman en su unión los ríos Min, Qingyi y Dadu. 


He vuelto a cometer el error de confiarme, losa que demasiado a menudo me recuerda cuánto me falta para poder considerarme un viajero decente. La falta de previsión, en cualquier país pero especialmente en China, se suele pagar cara. Ayer comprobé que existen, a diario, un montón de trenes de alta velocidad que, partiendo de las estaciones sur y este, cubren en una hora los ciento cuarenta kilómetros que separan la capital de aquella ciudad. Lo hice con los párpados en ocaso, sin prestar demasiada atención, y esta mañana, de resultas, me he presentado, ya cerca del mediodía, en la estación meridional. La cola era inmensa para sacar billete, tocaba ejercitar la paciencia. Avanzo con calma hasta que, casi tocando la ventanilla, alguien se me cuela por la izquierda de ese modo en que hacen estos tipos, sin pedir permiso ni gaitas, mostrando un desprecio absoluto hacia quienes esperamos nuestro turno. Entonces le digo que se vuelva atrás, que aguarde su turno. Pero me mira por encima de los hombros, pasa a mostrarme una funda de plástico roja, y me dice algo en chino, de mala hostia. La vendedora le dice algo ininteligible, le devuelve su documentación y, antes de pirarse, vuelve a decirme algo en chino. Pues ya me ha tocado los cojones. Le digo en perfecto castellano, cuando se está girando, que es un sinvergüenza, y que debería respetar al resto de la gente.

Tiene un tembleque en las manos bastante evidente, pero tampoco le he dicho nada en voz alta ni muy agresivo como para alterarle tanto. Se acaba la historia… pero no del todo porque no hay billete en el tren que quiero, ni en el siguiente. El primero disponible es a las dos, lo que me hace imposible visitar el lugar. Suelto un juramento bien alto, guardo mi cartera y me piro a tomar el aire, inquieto. Chequeo en el teléfono móvil y, al menos, desde la estación este sí que hay algo disponible si me doy prisa. Prendo un pitillo, encabronado conmigo mismo. En días así me basta cualquier resorte para saltar, y no tengo ningún derecho a reprochar nada a nadie, menos en un país extranjero del que desconozco sus costumbres. Entonces recuerdo algo. ¡La libreta roja, es verdad! Los militares retirados y los discapacitados chinos suelen mostrar su identificación en este tipo de fundas. Alguien me lo explicó en un viaje anterior. ¡Por eso el tembleque, era un hombre con minusvalía! Y no solo eso, está aceptado socialmente que no guarden cola y pasen directamente al mostrador. De ahí que nadie en la fila, excepto yo, protestara cuando se ha colado.

 
Me siento en un banco, con el corazón empequeñecido. Recuerdo a Sommens, a la gente Miao, a los ancianos de antes de ayer que me invitaron a vino en Huanglongxi,… Si permito que la mierda arrastrada en los últimos meses me desquicie, viajar va a perder su sentido, y esta gente, que siempre me ha tratado con amabilidad extrema, lo va a pagar. No es culpa de nadie excepto mía saber estar a la altura a cada momento. Por mucho que la conciencia viaje apaciguada a mi lado, pretendiendo vivir ajena a provocaciones, amenazas y venganzas, es absolutamente necesario saber ser consciente, a cada instante, de los fantasmas de víspera, y tan agradecido como para que éstos se diluyan en el mar del olvido de donde nunca debí rescatarlos. Aquí, en Japón, en Perú o donde quiera que me halle. Ya no importa lo de ayer, solo el ahora. Mea culpa. 


Llego a la estación oriental y como China es así, o el destino tan generoso, me toca volver a vivir una situación similar. Justo cuando voy a alcanzar la ventanilla aparece un policía. Agarrado de su brazo camina un ciego. Le dejo pasar. No solo eso porque, una vez que termina, aparece un joven jadeando que me muestra un papel y algo me dice. Con una sonrisa le respondo en idioma mandarín que no hablo el idioma local, y también le dejo pasar. Nadie a mi espalda dice una palabra de reproche. Sonrisa por sonrisa, este país vuelve a girar, espantando derrotas y decepciones personales.

 
Leshan, al cabo de una hora, vuelve a sintonizarme en el aspecto religioso bajo su magnificencia. Su Buda tallado en un acantilado, de setenta y un metros de altura, es una oda al fervor religioso hecho arte. Recuerdo que hace ocho años lo visité con mi hermano Ina, en plena Golden Week o semana de vacaciones de la población china. Aquello era insoportable. Las colas infinitas, la muchedumbre empujando, el griterío ensordecedor,… Lo resumí tirando cuatro fotos y en la fe absoluta de que ya tendría otra ocasión de volver. Hoy el destino se ha marcado un guiño de complicidad y lo he pasado como un enano porque el sitio es monumental. 


Pura poesía en rojiza piedra arenisca, el Buda de Leshan destaca tanto por sus perfectas facciones como por su ingenioso sistema de drenaje que ha permitido que alcance los mil doscientos años de edad en un estado de conservación sobresaliente. Este Maitreya sedente representa la mayor figura de Buda excavada en roca del planeta y su principal función, de ahí su localización, era apaciguar el tormento de quienes vivían cerca de la confluencia de estos tres ríos los cuales, debido a las permanentes crecidas, solían arrasar hogares dispuestos en las riberas, amén de sumar la pérdida de muchos pescadores, vecinos o familiares en cada acometida de su turbulento caudal. En vista de que la población creía con firmeza en la existencia de un espíritu maligno en las aguas, y con intención de someterlo, Hai Tong, un monje visionario además de excelente escultor, alumbró la idea de crear esta preciosidad cuyo desarrollo se dilató durante casi un siglo. Resulta obvio que Hai Tong no consiguió ver su obra acabada, pero sí dos de sus discípulos que continuaron el trabajo hasta culminar esta excepcional obra, designada Patrimonio de la Humanidad en mil novecientos noventa y seis.

 
Con posterioridad, como suele suceder, en los alrededores se erigieron templos y pagodas que embellecen la zona, muy en especial el soberbio templo Lingyun o la pagoda Lingbao, esta última en un estilo similar a la pagoda de la oca salvaje de Xian. Allí echo mis últimos minutos de visita, abrazado por fieros guardianes y dioses dorados. Enciendo dos velas a mis padres, siempre agradecido por su educación, ejemplo y tesón pacífico. Apaciguado, al fin, por un iluminado de entrecerrados ojos debajo de los cuales nunca jamás dejaré de encontrar ánimo, un recordatorio permanentemente de por qué el camino de las amenazas y la venganza nunca me verán pisar sus senderos. Por más que ciertas noches de delirio, preludio de despreciables actitudes enrabietadas y furibundas propias, se ensañen en mostrarme que tan compleja como gratificante será la redención.

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias