Mercerreyas

Huanglong, un dragón la mar de encantador

Sabado 2 de Noviembre de 2019

Huanglong, un dragón la mar de encantador

Es inevitable que, después de Mounigou, uno trate de apaciguar su espíritu colmándolo de visiones más cotidianas, menos impactantes. El problema, sin embargo, radica en que los alrededores de Songpan no entienden de treguas, y Huanglong, ahondando en ello, ha venido a apuntillar con saña un decorado natural de aplastante belleza. Además lo hace con una suficiencia que no adolece de matices o medias tintas, por mucho que a casi cuatro mil metros de altitud sepan a rayos los vespertinos tragos de jingjiu (un delicioso simulacro chino de pacharán) que prometían gloria. Es brutal de hermoso, y además un chute de energía necesario para mitigar la fatiga acumulada que aflora tras tantos días rozando las nubes, tras tantos kilómetros desde el indio estado de Bihar.

 
Huanglong es otro travertino vertiginoso que arranca en la cima de un nuevo valle con reminiscencias alpinas y muere en un arroyo congelado. Si lo de ayer eran lagos preciosos, lo de hoy son pozas calcáreas donde el agua sigue jugueteando a mezclar minerales para arrancar tonos de ciencia ficción. Se nota la altitud allí arriba, pese a subir en el teleférico porque salvar un desnivel de setecientos metros en una sucesión de cuatro kilómetros de peldaños ascendentes ya no apetecía nada. Y menos mal, porque he llegado descojonado al parking y eso que solo los he bajado. En el camino, no obstante, imágenes irreales que, otra vez, dejan en minucia a lugares como Pamukkale, Hierve El Agua o Lagos de Plitvice. Huanglong, el dragón amarillo, hace gala a su nombre cuando una torrentera infinita se llena de depósitos calizos de tono amarillento que simulan la piel de tal animal mitológico. Brutal de hermoso, me basta la felicidad de estar recorriendo sus rincones para descartar definitivamente Jiuzhaigou. Si todo Dios me está diciendo que no voy a poder entrar, si además he de hacer cien kilómetros norte para luego desandarlos dirección sur, rumbo a Chengdú, y si la percepción de que las masas de chinos van a estropear aquel recuerdo, mejor me piro a la capital provincial con la felicidad absoluta de lo disfrutado por Mounigou y Huanglong.

 
La magia de Huanglong estriba en sus dimensiones, porque son cuatro kilómetros de descenso alebrado a pozas cristalinas. Primero aparecen, y las disfrutas, luego se evaporan, y luego renacen unos metros más allá. Una constante espiral de panorámicas aumentadas en su belleza por los picos nevados de fondo, donde se vislumbran algunos glaciares (los más orientales del país) y un cielo de azul permanente. Patrimonio de la Humanidad desde mil novecientos noventa y dos, este soberbio paraje natural se completa, por si fueran necesarios alicientes extra, con una serie de cascadas donde el carbonato ha generado formas caprichosas que simulan grumos de mantequilla. Es inevitable, a mitad de descenso, suspirar desencantado porque, ya viví esta misma sensación cuando visité Jiuzhaigou, por mucho vídeo y fotos que saqué la verdadera justicia a un lugar tan bello solo se consigue visitándolo en persona. Y otro tanto en lo relativo a Mounigou. 


Somos cuatro extranjeros allí arriba. Una pareja de mochileros holandeses con quienes voy coincidiendo desde Jiayuguan (ya nos saludamos como colegas de toda la vida) y una alemana, viajera solitaria que rondará los sesenta y cinco, que me dice que ayer estuvo en Jiuzhaigou. Sí, precioso, pero mil yuanes la broma. Es disparatado. Se le ve cansada a la mujer, y en el par de miradores donde volveré a topar con ella siempre la veré sentada y resoplando. Estaba en el mirador superior, a donde solo se accede en el teleférico, y asumo que se le está haciendo jodida la altitud y el camino a recorrer. Los veinteañeros holandeses, por el contrario, ni teleférico ni gaitas, plenos de pulmón y corazón.

 
Huanglong, rodeado de un virginal bosque hechizado, fagocitado por musgo y troncos podridos por la humedad, se revela como una experiencia sublime. La única lástima que me queda es no haber podido visitarlo con Ina ocho años atrás, cuando estaba cerrado por la cantidad de nieve acumulada. De veras que fue una lástima. No obstante, si ya volvimos a Myanmar, también volveremos a China.

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias