Mercerreyas

Manjushri en la ciudad del panda

Domingo 3 de Noviembre de 2019

Manjushri en la ciudad del panda

El humo del primer y último pitillo de ayer me recordó lo cansado que estaba. Han sido cincuenta días a piñón, saboreando un planeta para el que ningún despertar encontraba tregua. La mala noticia es ésa, el cansancio acumulado, incrementado por las alturas del Tíbet histórico que, lo tengo comprobado desde Perú, no me dejan dormir a gusto. De hecho ni las ocho horas casi seguidas de anoche habían conseguido mitigar un poco mi maltrecho cuerpo al despertar. Pero como el ánimo sigue a tope, caminar a las seis de la mañana rumbo a la estación de buses de Songpan volvía a vestirme de sonrisa fácil, pese a que echara de menos el ambiente mágico con nieve y frío aterrador de Langmusi. La buena noticia, sin embargo, es que me quedan unos días extra por Sichuan para descubrir nuevos lugares. Y es una felicidad tan plena, que no vivía hace muchos viajes, como para decirme a mí mismo, una y otra vez, que me lo ha pasado tan de puta madre que mañana mismo volvería a Bodhgaya, a arrancar de nuevo este periplo. Sí, de veras que han sido tan jodidos los últimos tiempos como ahora extremadamente felices las sensaciones idénticas a las de aquel viaje iniciático por esta misma China en dos mil diez.

 
Seis horas de bus a Chengdu, la capital, por la misma carretera de hace ocho años han servido para comprobar cómo el devastador terremoto de dos mil ocho ha quedado en el olvido. Si entonces aún eran visibles las grietas en la carretera y los incontables deslindes en la montaña, hoy todo aparece reparado e, ítem más, las obras del tren de alta velocidad que unirá capital y Songpan en poco más de dos horas avanzan a ritmo vertiginoso. Las valles son inmensos, los peñascos derrumbados en el cauce ciclópeos y la vida, como siempre, a lo suyo entre cocinas callejeras y la población más pareja a la labor de hormigas que puedas imaginar sobre la faz de la tierra.

 
Tiene algo Chengdu que me atrae sobremanera y no sabría explicar qué. Lo digo porque, sobre el papel, no deja de ser otra megalópolis de doce millones, con un tráfico menos congestionado que ayer dado que ya no existe una única línea de metro, sino seis o siete. Sea acaso su atmósfera rural, sus callejones ocultos donde huele a picante que mata, su inmaculada apariencia (si no es la ciudad china más limpia poco le faltará), su recordatorio constante a los simpáticos y sensibles osos panda, que aquí habitan por decenas y cuyos peluches se venden por cada esquina, o, también, templos atmosféricos como el de Wenshu, a reventar de fieles un domingo por la tarde. Y es atmosférico, ensoñador, tanto por el permanente humo de incienso fragante, delicioso, como por su jardín de verde y musgo. El templo de Manjushri, Wenshu en mandarín, se adorna con una espléndida figura del citado bodhisattva pero, muy en especial, con dos figuras de Buda de delicada factura. La primera es una diminuta imagen de jade blanco, nefrita birmana, que trajo un monje de aquellas tierras; y la segunda, monumental, una preciosa imagen dorada de Sakyamuni junto a sus fieles discípulos Ananda y Kasyapa. Aquello bulle que da gusto y en el anejo salón de té no queda ni una mesa libre. Se ven unos pocos extranjeros allí, unidos al ritual, y todo el mundo, sin excepción, disfruta del placer característico chino de charlar, prender un pitillo y rellenar con agua hirviendo el vaso con hojas de té verde, indistintamente del orden.

 
Lo próximo, tengo claro, es paz y descanso. A esta altura, unos quinientos metros sobre el nivel del mar, puedo dormir ideal, y los sitios que tengo pensado visitar, empezando por Huanglongxi, se hallan lo suficientemente cerca como para olvidarme de poner despertador en un par de días. Sabía que lo jodido vendría por las alturas del sur de Gansu y norte de Sichuan, pero ha sido un trayecto maravilloso, una espléndida traca final entre Mounigou y Huanglong antes de reposar un poco en Tailandia y desenvolver ese regalo divino que siempre es Kioto en el otoñal momijigari. Aún falta para eso, como decía en Bodhgaya, pero cincuenta días después esta historia, como entonces, acaba de empezar. ¿Qué toca visitar hoy? ¿Recuerdas, madre?

David Botas Romero

Viajero imparable

Blog matriz

No os olvideis,porfa,de compartir las aventuras de David.Gracias